2007/04/23

Patas arriba – La escuela del mundo al revés

Tras un último sprint de dos horitas he terminado este libro de Eduardo Galeano. Libro que me deja una sensación agridulce, pues siento haber aprendido mucho, pero no me acuerdo de nada. He disfrutado de la lectura, pero siento que me falta más.

Me han encantado los juegos de palabras, tanto como las palabras jugadas. Y me ha gustado la brutalidad de la expresión, aunque haya estado siempre por debajo de las brutalidades expresadas.

De lectura fácil por tratarse más de un compendio de textos que de un libro en sí, y difícil debido a la universalidad de los temas, la actualidad de los mismos y las largas horas de meditación a las que conducen. Es, sin duda, una lectura muy recomendable para cualquiera que se haya sentido alguna vez como Alicia cayendo por la madriguera del conejo.

Creo que un buen resumen, además de la contraportada, serían esta frase que aparece camuflada en la página 320: “Paren el mundo, que me quiero bajar.” Y éstas dos como conclusión en la 346: “El autor terminó de escribir este libro en agosto de 1998. Si quiere usted saber cómo continúa, lea, escuche o mire las noticias de cada día.”

Dejo, a continuación, unos pocos fragmentos, de los muchos que, como ya comenté, merecerían ser copiar, enviados y difundidos por doquier. Pero que por limitaciones de tiempo principalmente y de aguante, dejaré para quien quiera leer el libro.

Contraportada

Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.

Al fin el milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.

Pág. 323

Mapamundi

La línea del ecuador no atraviesa por la mitad del mapamundi que aprendimos en la escuela. Hace más de medio siglo, el investigador alemán Arno Peters advirtió esto que todos habían mirado pero nadie había visto: el rey de la geografía estaba desnudo.

El mapamundi que nos enseñaron otorga dos tercios al norte y un tercio al sur. Europa es, en el mapa, más extensa que América latina, aunque en realidad América latina duplica la superficie de Europa. La India parece más pequeña que Escandinavia, aunque es tres veces mayor. Estados Unidos y Canadá ocupan, en el mapa, más espacio que África, y en la realidad apenas llegan a las dos terceras partes del territorio africano.

El mapa miente. La geografía tradicional roba el espacio, como la economía imperial roba la riqueza, la historia oficial roba la memoria y la cultura formal roba la palabra.

Pág. 325

Leído en los muros de las ciudades

Me gusta tanto la noche, que al día le pondría un toldo.
Sí, la cigarra no trabaja. Pero la hormiga no puede cantar.
Mi abuela dijo no a la droga. Y se murió.
La vida es una enfermedad que se cura sola.
Esa fábrica fuma pájaros.
Mi papá miente como si fuera político.
¡Basta de hechos!¡Queremos promesas!
La esperanza es lo último que se perdió.
No hemos sido consultados para venir al mundo, pero exigimos que nos consulten para vivir en él.
Hay un país distinto, en algún lugar.

Pág. 334

Advertencia

La autoridad competente advierte a la población que andan sueltos unos cuantos jóvenes cimarrones, matreros, errantes, vagos y mal entretenidos, que son portadores del peligroso virus que contagia la peste de la desobediencia.

Afortunadamente para la salud pública, no es difícil identificar a estos sujetos, que manifiestan una escandalosa tendencia a pensar en voz alta, a soñar en colores y violar las normas de resignación colectiva que constituyen la esencia de la convivencia democrática. Ellos se caracterizan por carecer del certificado de vejez obligatoria, pese a que, como es notorio, este documento se proporciona gratuitamente en cualquier esquina de la ciudad o palenque de campo, en cumplimiento de la campaña <>, que nuestro país realiza con éxito desde hace ya muchos años.

Ratificando el principio de autoridad, y haciendo caso omiso de las provocaciones de esta minoría de alborotadores, el Superior Gobierno deja constancia, una vez más, de su irrevocable decisión de continuar velando por el desarrollo de los jóvenes, que son el principal producto de exportación del país y constituyen la base del equilibrio de nuestra balanza comercial y de pagos.

Pág. 341

El derecho al delirio

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana provine de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Una invitación al vuelo

Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, callandito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

-el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;
-en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;
-la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;
-el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;
-la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;
-se incorporará a los códigos penales el delito a la estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;
-en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;
-los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;
-los cocineros no creerán que a las langostas les encantan que las hiervan vivas;
-los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;
-los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;
-la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;
-la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;
-nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;
-el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;
-la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;
-nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;
-los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;
-los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;
-la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;
-la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;
-la justicia y la libertas, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda con espalda;
-una mujer, negra, será presidenta de brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;
-en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;
-la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;
-la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza de la que formas parte";
-serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;
-los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;
-seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuanto hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;
-la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

1 comentario:

Unknown dijo...

Increible Libro, de verdad lo recomiendo... facil de leer, mucho por meditar y tambien mucho por cambiar! Galeano, excelente como siempre...¿Como es nuestro verdadero Mapamundi?