2008/11/19

Tengo un problema,

ya no me pones. No quiero decir que no me excites. No significa que de la noche a la mañana tus tetas se haya esfumado, ni que haya desaparecido tu culo, que ese vientre -a veces visible, otras a merced de la intuición- huyan de mi valoración, que las camisetas pegadas -junto con pantalones y jerseys- se escapen al juicio de mis ojos. Pero resulta que, de la noche a la mañana, o sin que yo me haya percatado, al menos, no pienso en quitarte cada prenda a mordiscos, no con el mismo espíritu con que lo hacia. Ahora no estás tan presente en mis momentos de onanismo, sólo surges fruto de una obligación, incluida por medio a de una conducción voluntaria de mi imaginación, en lugar de hacerlo vía espontánea inconsciencia. Y, en cualquier caso, no es igual la excitación obtenida, pues ha pasado a formar parte del artificio. Me es tan extraño como esa sonrisa cargada de mentira y engaño que dirijo a quién me merece un desprecio casi insoportable pero tengo la obligación social no escrita de ofrecer. Es más sucio que placentero, más embuste que realidad, aunque nunca formara parte de esa tangible situación. Quiero pero no puedo, y no quiero aunque puedo.


Como propiciado por el chispazo debido a un exceso de tensión, ese hielo que sin aviso ni advertencia se ve abandonado en el más cálido, extenso, solitario y olvidado de los desiertos, impulsado por la innovadora acción de un novel aprendiz de las artes más oscuras -o claras, me es indiferente-, algo ha dado un vuelco en mi cabeza, neuronas, músculos o corrientes sanguíneas que me mantiene boca abajo en unas situación que domino con los pies sobre el suelo. No me invaden escenas lascivas en que te encuentras desnuda sobre una cama, tirada en el sofá, sobre una encimera o apoyada en la primera mesa a a vista. No quiero tampoco que lo hagan. Esa cara mo me sugiere gestos propios del erotismo más sensual, y si lo hace, no son parte carnal ya. Lo que realmente me ataca y produce la sensación que otrora hicieran las escenas descritas, es imaginarme tumbado, recostado, en esos lugares. Junto a ti, no sobre ni bajo, simplemente junto. Haciendo nada, sólo estar. Segundos, minutos o horas, me es indiferente, porque el tiempo en esas situaciones pierde cualquier valor, carece de significado alguno. Ese extraño ente que mueve manecillas, arruga pieles, y destruye la más dura de las piedras, no encuentra su lugar, tampoco se lo hemos reservado. Cerca, muy cerca, tanto que pueda sentirte respirar, y los latidos que a duras penas me mantienen en vida vayan amoldándose lentamente al ritmo de los tuyos, que los pulmones se desplacen suavemente, tanto como les sea posible. Acariciar, como si del más preciado de los tesoros se tratara, tu piel, tus brazos, tus mejillas. Besarlas lentamente, y percibir a través de los labios la tranquilidad de la situación. Con satisfacción y pavor al mismo tiempo, temeroso de que cualquier paso en falso haga tambalearse los cimientos del templo y este caiga, llevándose consigo tesoro, sueños y felicidad. Mirándote con la misma inocencia, sinceridad y travesura con que lo hace esa niña que, sabe, ha hecho mal, en un intento por recibir aprobación, apoyo, simpatía. Esos ojos, delicados, indefensos, espejo de los míos, a merced de todo, ignorantes de nada más allá.

Navegando por la blogosfera, encontré un día la siguiente frase: el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien. Y hoy es el día que me maldigo por haberlo hecho, por haberlo hecho y haber estado de acuerdo en su día. Lo hago, porque cualquier añálisis lógico me induce a la menos querida de las conclusiones. Maldigo haberlo hecho y maldigo la intrínseca manía de analizar las cosas desde una perspectiva ligeramente cercana a la racionalidad. Se contradicen, mucho, demasiado, y eso me incomoda, me obceca, impidiéndome dirigir el tráfico neuronal de mi sistema nervioso a cuestiones, al parecer, más importantes. Creo que tengo un problema, pero tampoco sé cómo encontrarle solución, y tampoco estoy seguro de querer hacerlo.

Vamos, volvemos

No creo que resulte difícil imaginar una situación de convivencia por duración indefinida pero finita, o simplemente reducida con gente, en principio, desconocida. Hagamos un esfuerzo. Pongamos por ejemplo unos campamentos, donde se van a compartir una decena de días nada más. Puede haya quién vea demasiado lejano eso de los campamentos. ¿Qué tal un curso de formación de varios meses? ¿Una escapada de varios días a cualquier ciudad? Elije el ejemplo que más te guste. Pero hazlo ya. Porque nos vamos. ¿Ves el botón que tienes en la tripa? Púlsalo. Siente como vas derritiéndote poco a poco. Empiezan los pies, las pantorrillas, rodillas, ejem, cintura, pecho, cuello, barbillla, ¡plaf!. Últimos segundos para definir destino. ¿Lo has hecho ya? ¿Necesitas unos segundos? ¿Seguro? De acuerdo, aterrizamos. Estamos en tu situación. Tampoco voy a describirla, porque no sé cual es. Pero seguro que hay alguna persona con la que te llevas muy bien. Seguramente lo harás con mucha gente. Incluso, aunque haya alguien a quien no acabas de tragar del todo. Pero tampoco te preocupas mucho. Sabes que el tiempo que vas a estar es finito, y eso te hace ser más transigente, te obliga en cierta manera a disfrutar de la situación y aprovecharla al máximo, a crear un nodo de aire en el mar del que formamos parte tarde o temprano. Pasas por alto pequeños detalles y en mayor o menos medida ríes, disfrutas con quienes te rodean. ¿Me equivoco? De repente, las baterías se terminan y vuelves a tu vida “real”. Ya lo siento, pero el precio que has pagado por leer esto no da para más.


Como decía, estamos de vuelta. En casa, en la universidad, en el curro, donde quieras. Las condiciones de juego han expirado. Tu planteamiento ya no tiene un tiempo finito. Tus preocupaciones o despreocupaciones han sufrido drásticas operaciones. Cambian tus horarios, tus relaciones, tus intereses, etc. En estas circunstancias, resulta doloroso, hasta el punto de presentarse traumático, pretender mantener las arquitecturas creadas. El contexto ha expirado. Me refiero a creer en la viabilidad de una estrecha relación con alguien a quien has conocido en cinco días de vacaciones, allá en un pueblo perdido, y que vive a varios cientos de kilómetros. No estoy alegando su imposibilidad, simplemente planteo que lo lógico es una paulatina muerte de la comunicación. Puede que lo consigas con algunas personas. Esa en la que estás pensado, por ejemplo. Pero sabes, y tu cabeza se pone nerviosa sólo de pensarlo, no tienes tiempo suficiente en esta ni en otras veinte vidas para relacionarte con todas esas personas con quienes has estado a gusto durante un lapso de tiempo determinado y corto.

Sin mucho esfuerzo, podríamos extrapolar esto a una relación de pareja o a una amistad “de toda la vida”. A menudo, resulta peor la defensa de éstas a capa y espada, que la simple aceptación de su mutación. Fue bonito mientras duró, pero desde entonces es una puta mierda, y exprimir el fruto más allá de sus posibilidades sólo puede ensuciar los buenos recuerdos adquiridos. Absurdo sería renegar de cualquier esfuerzo por mantener a flote la nave, más aún, sin embargo, gastar tanto o más material en repararla que en fabricar una nueva. ¿Cuál es la tésis entonces? Una continua reinvención de las relaciones. Una relación son dos personas, pero también el lugar en que se encuentren y el punto que marque el tiempo en sus vidas, con las muchas connotaciones que ello conlleva. Pretender encontrar un modelo generalista para todas las situaciones resulta absurdo, irreal y muy doloroso, sobre todo si caemos en comparación.

Intereses modificados

La memoria, los recuerdos, modifican facciones, cambian prendas, altera lugares, intercambian colores, mueven objetos. Pueden crear situaciones de la nada, con el debido apoyo. O incluso borrar vivencias si resultan incómodas. Resulta difícil cuando la línea imaginaria del tiempo apenas ha comenzado su andadura. Más fácil conforme el inalcanzable final se ve cercano, menos lejano. No es una herramienta fiable. Para eso tenemos los hechos, esas pruebas fehacientes de lo sucedido, para corregir la información modificada y disipar la neblina que todo lo cubre. Una combinación de ambas cosas nos otorga la suficiente seguridad para encontrarnos tranquilxs. Estos últimos, sin embargo, también pueden utilizarse e interpretarse de manera que completen nuestras expectativas, que cuadren con lo que esperamos ver. Basta con, como hiciéramos con los recuerdos, coger los convenientes y obviar el resto. La satisfacción es la meta, la búsqueda de un objetivo o la ausencia de cualquiera, tornada fin en sí misma. De poco o nada sirve oír los comentarios o juicios ajenos, si se ven contrapuestos con los propios. Da igual que todo el mundo afirme lo contrario. No tienen ni idea. Si acaso puede resultar válido ser condescendente, en caso de que nos evite discusiones incómodas, planteamientos inadecuados. ¿Qué sirve entonces? ¿Qué hay que hacer para no caer en interpretaciones meramente subjetivas y, por lo tanto, interesadas? Nada, somos así. Podemos buscar apoyo en cualquier divinidad, incluso en la Diosa Mayoría, pero eso no cambiará la situación. La mayoría, igual que nosotrxs, también tiene intereses, y la capacidad de alterar las cosas con mayor facilidad.

2008/11/18

¡Atención! El egoísmo mata ilusiones

Viernes. Anoche me acosté tarde por culpa de tres dichosos programillas que se negaban a compilar. Tengo que ir al médico a las once, debido a las placas de la gargante. Conclusión: me quedo en la cama. No voy a ir a la uni para dar dos horas y volver. Mi madre me acompaña tras pedirme que, al salir, le ayude a llevas una tele de casa a Algorta. Accedo. La espera se retrasa, pero, y para cuando el médico me da permiso para drogarme son ya casi la una. Por la tarde tengo reunión en Bilbo, con el campamento de julio por tema, y si me quedo a comer sé que me va a dar pereza coger el metro más tarde. Por lo tanto, le digo que marcho, bajo condición de efectuar el traslado el sábado por la mañana. Llego a la uni justo cuando prácticamente todo el mundo ha marchado. Así me lo indican los dos que quedan. Llamada a mi padre y, tras una fugaz visita para revisar dos cosas en la oficina, como un bocata en Ledesma. Reviso el correo, leo dos cosillas y a la reunión. De ahí a la tienda, he quedado para ir a tomar algo. Primera llamada de mi madre: no, ama, no voy a ir a cenar. ¿A dormir? Sí, seguro. Hoy no voy a Areeta.

Cenamos algo en un chino. Poco, pues he merendado kebab. Más tarde, discutimos sobre la credibilidad del argumento tratado en la película Hypercube y la teoría de cuerdas, las dimensiones, el tiempo... en el local de cojines rojos, aunque hayan cambiado de color. Total, que nos dan casi las dos. Mañana he prometido ir a Kukutza, al Gaztetxe eguna. Me proponen quedarme a dormir en Bilbo. Como sé que me va a dar pereza madrugar mañana por la mañana, accedo. Así estaré obligado a despertarme. Antes de acostarme, envío un mensaje a casa para avisar.


Sábado. Hay que abrir la tienda, por lo que el toque de diana se adelanta a las nueve. Dos buses para llegar al metro y cuarenta minutos en éste hasta llegar. Son las once, pero no hay nadie. Llamo a mi madre para ver qué ha pasado con la televisión. Me dice que la llevaron ayer por la tarde. Ducha y telefonazo a Sugoi. El concierto de Pantxoa eta Peio no es a las cuatro, sino a la una. En diez minutos cogemos el metro y enfilamos hacia allí. Concierto, visita al Gaztetxe, que no conocíamos entero y nos deja perplejos, comida pasada por agua en la plaza y bertsosaio. Nada más terminar éste, cogemos, otra vez más, el subterráneo que nos dejará en Areeta. Se celebra la final de eskualde clasificable para el campeonato de Bizkaia de bertsolaritza, y canta una amiga. Tengo mis dudas, de hecho habría puesto la mano en el fuego porque iba a quedar segunda. Pero mi desconocimiento me da una alegría y gana. ¡Ya está clasificada! Al salir, recibo la tercera llamada: no ama, no tenía pensado ir a cenar, vamos a ir a tomar algo.

Me pone la tercera falta, me dice, en tono bromista. Después de dejar a una compañera en Areeta y recoger a dos en Bilbo, llegamos al Sitio. Hablamos, jugamos a los dardos, comemos frutos secos... son casi las dos cuando me dejan en casa. Me habría gustado seguir la fiesta, pero las fechas pesan, y la gente se bate en retirada.

Al cruza la puerta, me encuentro a mi hermano:

- ¿Qué horas son éstas? - me dice.

- Es pronto - respondo desde mi globo.

- Ama está enfadada, prepárate para mañana – informa.

No entiendo el porqué, tampoco es tan tarde. Como cualquier sábado más. Voy a la cocina a picar algo, abro la nevera, y encuentro la razón: una botella de cuarenta y tres por la mitad, con otra de coca-cola como compañera, un cuarto de tarta. Es tu cumple, gilipollas, y estaban esperando que vinieras a cenar para celebrarlo. Pero estabas tan ocupado viviendo a tu puta bola, haciendo lo que te da la gana, que ni siquiera se te ha ocurrido. ¿Tanto esfuerzo suponía pasar, aunque fuera un rato, por casa?

2008/08/22

Instantáneas II

Un año ha pasado ya desde que, por no dejarlas morir de hastío entre fríos pulsos eléctricos, publicara algunas estampas que poco a poco he ido recopilando. Sirva este mensaje para añadir las que desde entonces han golpeado mis neuronas.

¿Y tú?
¿Dónde? En alguna txozna de Bilbo, allá por la Aste Nagusia de 2007.
¿Por qué? Porque yo no voy.

Tiempos difíciles
¿Dónde? Junto a la estación de Bidezabal, bajo el puente.
¿Por qué? A veces resulta gratificante ver que no eres el único gilipollas al que le gusta aferrarse a objetivos imposibles.


¿Dónde? En la cocina.
¿Por qué? Todo un micromundo creado en una taza de té. Con su casita, niebla irregular de extraño color, plantitas...

¿Y qué?
¿Dónde? En el laboratorio de física de la EUITI Bilbo.
¿Por qué? Por el sentido del humor con que critica/encubre una absurda persecución/adicción.

Respect
¿Dónde? Ni idea.
¿Por qué? Nunca está de más recordar a esxs amigxs del ruido y a aquellxs que ven necesario informar a todo el mundo de su estado etílico, de que también hay gente que quiere dormir y no cobra por aguantar sus chorradas.

Publicidad comercial
¿Dónde? En la Gran Vía de Bilbo.
¿Por qué? Por el acierto al colocar la pegatina justamente en ese cartel, en ese lugar y con la crítica que esconde.

Patriota
¿Dónde? Me gustaría recordarlo...
¿Por qué? Se cura viajando.

Encierro
¿Dónde? Estación de metro de Urduliz.
¿Por qué? Porque la belleza se encuentra a menudo encerrada, o al menos inaccesible, aunque a la vista, para angustia y sufrimiento de quienes ansiamos disfrutarla.

Mármara 1, 2, 3, 4, 5
¿Dónde? En una tetería de Bilbo, situada cerca de la plaza de Indautxu.
¿Por qué? Por los recuerdos que consiguió traerme y por la tranquilidad que se respira. Por ser un oasis.

Errebelde
¿Dónde? En una calle de Bermeo.
¿Por qué? Reivindicarlo no está mal, de vez en cuando, para recordárselo y recordárnoslo.

Que seáis felices
¿Dónde? Calle Urquijo, Bilbo.
¿Por qué? Por la originalidad y esa pequeña muestra de humanidad que hace tiempo cayó en el olvido.

Franco/ETA
¿Dónde? En el faro de Gorliz.
¿Por qué? Dios los crea y ellos se juntan, dice la frase. Y es que la estupidez humana nunca dejará de sorprendernos.

Caca controlada
¿Dónde? A la salida del tunel de Vielha, provincia de Lleida.
¿Por qué? Igual estoy paranoico, pero el control cada vez deja menos intimidad.

2008/05/09

El acantilado de tu vida

Tu vida es un acantilado. Llevas tiempo ancladx a un árbol que te sostiene y evita la dura caída al fondo. Al principio era firme, vigoroso, sus profundas raíces te aseguraban tranquilidad, transmitían la seguridad necesaria para centrarte en otras cosas: mirar las aves pasar, las nubes variar, analizar las formas del otro lado, contemplar el cauce del río bajo tus pies, y disfrutar de los animales que de él y en él se alimentan. Poco a poco ha ido perdiendo fuerza, sus primaverales flores ha tiempo que no lucen con el mismo esplendor; el tronco está débil ya, simulan las arrugas de una piel quemada por la edad. Las ramas contiguas van cediendo lentamente y se precipitan al vacío, llevándose consigo las marchitas hojas otro resplandecientes bajo él. A éste ya no lo prestas atención, dejaron de atraerte sus rayos os colores de su despertar, la cálida despedida diaria. Tampoco te reconoce la Luna, ésa misma con la que compartieras largas confesiones transeúnticas, a la que revelaras tus más profundos temores y sabidos amores. Toda tu atención está centrada en los débiles sustentos que salvan tu inevitable caída.


Eres consciente de que antes o después sucederá, y lo temes. No sabes qué pasará, pues nunca antes has caído, ni has visto a nadie hacerlo. Puede que alguna liana te atrape a medio camino y envueltx en ella pases el resto de tus días. Una liana más joven, con mayor aguante, e incluso más cercana. No lo sabes. Intentas asomarte, pero un pequeño saliente te impide ver nada más allá que un par de sombras difusas. Debería haberlas, muchas, pues resulta inverosímil que ésta sea la primera y única planta dispuesta a acogerte entre sus brazos. Puede incluso que no sea mala la caída, que aterrices suavemente en las cristalinas aguas y éstas te mezan entre caricias de camino a otro valle lejano. Suena imposible, tanto como temible, pero quién sabe. Dudas. ¿Merece la pena saltar? ¿No es mejor aguantar mientras sea posible? ¿O estas simplemente alargando innecesariamente tu tortura? Sabes que mañana, pasado o quizá dentro de unos meses, salvo que copiosas lluvias resuciten a tu caserx, den vigor a su cuerpo y vitalidad a su ánimo, el temido desenlace llamará a tu rama. La inseguridad te invade, pero es mayo el miedo, y aguantas como buenamente puedes. Cada vez más abstraídx. Ya no disfrutas de nada, pues es ésta disyuntiva la que ocupa tu mente de forma permanente. La vida ha pasado de ser un acantilado entero, con todo lo que te rodeaba, a una minúscula extremidad limitada en todos sus aspectos.

Un buen día, al ocaso, escuchas una discreta llamada a lo lejos, casi en la base, intuyes. Eso parece, al menos, aunque llegue distorsionada por el chirriante viento. Sabes que las posibilidades de alcanzarla son ínfimas, y aunque la perspectiva resulta tremendamente atractiva, son muchas las dificultades a salvar. En un ataque de locura, o cordura, te dejas caer, a la nada, al todo. Pasas por ese punto de donde provenía el deseado apoyo, aunque fuera fictíceo, pero el temor te impide abrazar esa mano tendida. Sigues cayendo. Por el camino piensas si no hubiera sido mejor quedarte arriba. No era seguro, está claro, pero sí más que una caída descontrolada por completo. Te das cuenta de que por malo que fuera, algo era, y el pesimismo vuelto positivo dibuja en tu cabeza los trazos de una nube cargada de vida. Cerca, casi a punto de descargar. Te replanteas aferrarte a la pared y ascender como sea posible a ese desconocido puesto en a medio camino. Por probar, a ver cómo es. Pero, mientras tanto, sigues cayendo, más y más abajo, en un recorrido que parece no tener fin.

¿Qué harías tú si te vieras en tal apuro?

No me importa

Hoy, por el contrario, me da exactamente igual lo que pueda parecer, qué puedan decir o pensar, si les gusto, si me odian, si les atraigo o el desprecio es reinante, si mi conversación les es agradable o la definirían como un compendio de guturales sonidos sin lógica ni relación. Me he paseado en patines y con un pareo por minifalda por todo Bilbo, con una bandera a la espalda y gritando al son de un grupo en bicicleta con los más variopintos disfraces. Más tarde he estado cocinando: ajo y coliflor. Me he lavado las manos, pero no he conseguido aislar debidamente el olor. Horas más tarde, ya al filo de la media noche, he bajado sobre mis ocho ruedas hasta el Campo Volantín, desde Irala. Paseando hemos terminado en Iturribide. Y de ahí hemos partido pasadas las dos, camino a Abando.


Los pelos más alborotados que nunca, sudados, como la camiseta y los pantalones, donde, por cierto, he llevado un chicle pegado durante todo el día, del tamaño de un bolsillo, casi. Ojeras por no haber dormido bien en un par de días. Cara apática y ciertamente cortante. Accesorios de los más variopintos, como lo es una inseparable mochila amarilla. Y me la trae bien floja, con perdón por la falta de finura de la expresión, lo que el grupo de pijas denterosas, infantiles, falsas, irrespetuosas y otros tantos adjetivos tan infundados y probablemente acertados, pueda estar pensando en estos momentos. Me da igual porque no tengo ningún interés en ellas. Ni en ellas ni en nadie hoy. Otro día me hubiera fijado, habría estado al tanto en una actitud tan altanera como humana. Incluso habría podido llegar a fantasear en un ataque de imaginación y superávit de egocentrismo. Seguramente habría pasado por casa a pegarme una buena ducha, afeitarme, cambiarme de ropa, echarme colonia, ponerme algún collar. Igual hasta me habría planteado cortarme el pelo, o empezar a hacer algo de deporte, comprarme otro jersey, o cogerle una camisa a mi hermano. Hoy no, hoy no me planteo nada, porque de nada sirve. Voy a volver a casa por donde y como he venido. Contra mayores son la importancia y el interés presentados, peores son la decepción y el malestar de la vuelta. Hoy no tengo por qué frustrarme, ni qué lamentar. Sólo tengo que estar, no tengo que preocuparme ni prestar atención a nada. Y me gusta, me encanta, ahora desearía poder hacerlo continuamente, y que las cosas llegarán por sorpresa, más que por ansiarlas, pues, aunque tras mucho desearlas el obtenerlas resulte gratificante, las muchas esperas perdidas inclinan la balanza hacia el desencanto.

Resulta que casualmente la actitud descrita me ha regalado en esta ocasión una larga y placentera conversación en un portal cualquiera a la vera de la Ría. Cualquier otro sábado seguramente habríamos acabado en algún bar bailando música de incalculable valor cultural, aguantando hasta las tantas para finalmente volver casa con la sensación de no haber hecho absolutamente nada. Hoy, por lo menos, he vuelto satisfecho en gran medida.

Entrañas

Ahogar las penas es más o menos fácil. Basta con noquearlas y atarlas de pies y manos para soltarlas en la Ría mismamente. Tardarán un poco en quedarse inconscientes tras haber sin duda pataleado todo lo posible por mantenerse a flote y permanecer visibles a nuestros ojos el mayor tiempo posible. Pero acabarán por perecer.

Las entrañas revueltas, por contra, son un poco peliagudas. ¿Cómo puedes hacer frente a ello tumbadx en una cama de la que no debes moverte? El cuerpo tiritando, no sabes si de frío o rabia, o ambas cosas a la vez. No puedes conciliar el sueño por los gotones helados que recorren tu cuerpo, pero a ratos te sientes ardiendo. Los oídos chirrían y cada nuevo sonido se vuelve desgarro. Supura el tímpano, en un afán por poner fin a esos incesantes pinchazos, sin llegar a alcanzar la tan ansiada sordera. Tus ojos sangran copiosamente, ante la imposibilidad de cerrarlos. Derraman todo su contenido en gotas de impotencia, de contenido impotencia. Pequeños alfileres caracterizados como imágenes se introducen lentamente en los globos tan pronto como osas descansar los párpados. Atraviesan la pupila, el iris, sin prisa, pero sin pausa, infligiendo un sufrimiento propio sólo de la más triste de las imaginaciones. En tu interior, el estómago, los intestinos, el hígado, los pulmones, se dan vuelta. Los jugos gástricos derriten poco a poco cada célula. Arde la piel en contacto con algún ácido liberado, y se desprende en sangrantes trozos. El aire huye, los pulmones están expulsando hasta la más mínima porción.


La cama se vuelve penitenciaría psiquiátrica, el dolor y la ansiedad se agolpan y te retienen, incapaz de atravesar la estancia delimitada por las sábanas. Estancia que te oprime. No debes arriesgarte a salir, pero tampoco eres capaz de aguantar mucho más.

Consigues a ratos conciliar el sueño, si es que así se le puede llamar. Concluyes un historia de la que sólo conoces el minúsculo principio y que vas completando con tus temores, inseguridades. Añades a ella los sonidos distorsionados que desde lejos llegan y la desagradables situaciones que temes. Estás creando tu propia pesadilla, a caballo entre la consciencia y la inconsciencia. Poco más tarde, despiertas sobresaltadx, el corazón latiendo con todas sus fuerzas, intentando huir a cabezazos de las paredes que lo retienen. Gotas frías caen por tu frente. No eran soportables ya la escenas morfeanas. Te tranquiliza saber que sólo ha sido eso, un sueño. Pero, al mismo tiempo, te come pensar que eso mismo puede estar pasando sólo un par de habitaciones más allá. Vuelves a “dormir” y nuevamente tus propios latidos ejercen de despertador. Así una y otra vez, con peores desenlaces cada vez.

Al fin, despiertas por la mañana, con un cabreo monumental, una desazón difícil de llegar, apatía descomunal y tantas ganas de llorar que la única razón para contenerte es no alarmar al resto. No recuerdas todos los sueños, pero sí algunas imágenes suelta, y no sabes si fueras reales o ficticias. Cuando estuviste pensando en levantarte a beber, ¿lo hiciste? ¿Llegaste a la cocina? ¿Qué viste por el camino?

No. Ni fuiste, ni llegaste, ni viste nada por el camino. Fue sólo un ataque de celos, bastante fuerte, sí, pero sólo celos. Totalmente irracional, y ciertamente difícil de admitir. Espero poder aprender y mantener la próxima vez ojos, oídos, entrañas, y corazón en su sitio. No me queda mas remedio.

La vida en cinta


Navegando por la red de redes, mientras ojeaba una discusión sobre cine, leí una vez que las películas venden sueños. Al margen de estar mejor o peor hechas desde un punto de vista profesional, del tratamiento que tengan o la cuestionable calidad del reparto, cosas valoradas por ojos mínimamente educados, es eso lo que hace a una película llegar. No le presté mucha atención al principio, pues el ejemplo que ilustraba dicha afirmación me parecía nefasto. Poco a poco ha ido cobrando importancia hasta veme capaz de suscribirla. No todxs tenemos el mismo gusto, pero la identificación con lxs personajes, con alguno al menos, la empatía que podamos sentir, o la esperanza depositada en algunxs de ellxs son, sin duda, lo que propicia que permanezcan tatuadxs en nuestra memoria. Huir en un tren a recorrer Europa y conocer a una chica casi perfecta, incluso en sus muchas imperfecciones, con la que pasar una noche única. Conocer a esa persona capaz de contarnos aquello que lleva años dando vueltas entre neurona y neurona, de confirmárnoslo. Dejar atrás la vida que se nos ha otorgado para crear la propia lejos de todo y de todxs. Llevar a cabo esas acciones prohibidas por diversas leyes, las mismas capaces de facilitarnos un cuartito sin ventana y con horario de ansiada “libertad”. Liberar cualquier excentricidad intrínseca sin temor alguno a ser juzgadx por ello. Esperar a esa chica tirado en el sofá de un portal cualquiera, en el rellano de su escalera, bajo ruidosa y copiosa lluvia; verla bajar sonriente directa a estos débiles brazos, decidida a abrazar este maltrecho cuerpo. Salvar al mundo una y otra vez, desde el anonimato de una enfermería en plena guerra, con superpoderes obtenidos de la más extravagante manera, o con los cachivaches que difícilmente podrían imaginarse. Alcanzar la gloria, en cualquiera de sus miles de formas, todas aquellas descritas por guionistas profesionales y ocasionales durante siglos. Descubrir esas realidades paralelas y mundos escondidos, destapar ésta y comprobar que, efectivamente, no era como la pintaban. Luchar contra los bofetones de la vida, y ganarle el pulso. Buscar ese objetivo en la vida, perderla en el intento y poder decir finalmente antes de morir, en una desierta playa, cerca del basto mar, poder gritar al son de unos clásicos acordes que...

¡La puta! ¡Vale la pena estar vivx!
Caballos Salvajes

2008/04/22

Complicidad


Todavía tengo la vista nublada, recuerdos del sábado. He ido a clase tras vencer con esfuerzo a la pereza. La verdad es que tampoco he hecho mucho. Cinco horas de clase en las que he copiado todo, he terminado los ejercicios, pero de lo que recuerdo bien poco. De ahí, protegido de la lluvia con un maltrecho paraguas y similar compañía, a comer a casa. Sin haber tragado el último bocado, metro y de visita a sacar de la UVI un pobre ordenador. Otra vez hacia el metro, lo veo llegar, corro, casi me caigo a baja las escaleras, lo mismo me sucede al subirlas, entro por los pelos (aunque resulte gracioso que lo diga yo), y con la respiración entrecortada busco un sitio. Según estoy sentándome, percibo que alguien me mira. Espero a haberme acomodado, extraigo el cuaderno de paranoias de la mochila, y discretamente echo un vistazo a mi alrededor, como quien busca inspiración. Poco más allá, en los asientos abatibles, dos oscuros ojos me miran fijamente. Tan pronto como perciben el cruce, apartan su destino, lo dirigen a la ventana, puerta. Me quedo un poco pillado, y no puedo evitar observar repetidamente a ese joven. Parece tímido, eso expresan sus gestos. Permanece acurrucado, cabeza ligeramente gacha. Las piernas pegadas y los pies bajo el asiento. Juguetea con una bolsa que tiene entre las manos, sin meter ruido, pero sin dejarla tranquila. Inspira inocencia, no sé, parece un buenazo. Él tampoco parece querer dejarme en paz, y en un par de ocasiones más nos cruzamos, chocan nuestras “sutiles” barridas. Nos miramos por unos segundos hasta que la vergüenza, el miedo o yo que sé nos hace apartar los ojos. El caso es que no puedo evitar dejar de hacerlo. Y no sólo me sucede a mí. Me sueno, pero no sé de qué. Se parece mucho al hermano de una amiga, pero ése es más pequeño, éste tendrá catorce años ya. Aquel no paraba quieto, estaba más delgado, casi esmirriado, y muy sonriente. Este parece mucho más formal. Finalmente, con un hilillo de voz, me pregunta:

- ¿Eres amigo de Arrate?
- Sí. ¿Tú su hermano?

Una sonrisa de oreja a oreja me otorga la suficiente complicidad como para deducir una respuesta. ¡Manguan! Que la gente también crece, no sólo tú. En fin, a ver si empiezo a fijarme un poco más en mi alrededor, que para cuando me dé cuenta estaré yendo al funeral de ésx, o vendrá contemplar mi cuerpo inerte. Además, me pierdo muchos detalles, con lo divertido que es simplemente pararse a observar cómo se mueve y actúa la gente.

2008/04/20

Por enésima vez

No, no y por enésima vez ya, no; otra vez más es demasiado. Es verdad que pasamos prácticamente todo el día juntos, si tenemos en cuenta que éste termina a las 14:00 y descontamos los fines de semana. Es decir, cuando no veis. Nos sentamos normalmente juntxs en clase, vamos al aula de estudios y jugamos al mus. No voy a negar que físicamente me atrae. Vamos, hablando rápido y mal, que tiene un polvo. Bueno, unos cuantos. Pero punto pelota. De ahí a interpretar que voy a meterle el morro, que me gusta oq ue saldría con ella, hay un trecho, distancia que no tengo intención alguna de recorrer. Ahora, al menos, no. ¿Las razones? Ya sé que “excusata non petita, accusatio manifesta”. Por otra parte, no sería la primera vez que alguien me acusa de no creerme las formulaciones que yo mismo prentendo defender. En cualquier caso, ahí van:


Si bien es cierto que una persona pasiva no me vendría mal, en oposición a mi, a veces, frenética actividad, tampoco es plan de buscarse la antítesis, como ésta parece serlo. Por lo poco que he podido ver, y aunque me gusta que me den caña (Sugoi dixit), pasaríamos los días de bronca en bronca. Lo cual no está del todo mal sia tendemos a las reconciliaciones, pero acaba quemando irremediablemente. El hecho de tener la residencia desplazada durante los fines de semana, unido a la pasividad ya mencionada, puede derivar en una relación lectiva, con vigencia únicamente durante las horas así consideradas; lo cual influiría irremediable y negativamente en mi rendimiento académico, de por sí ya dudoso, además de fusilar cualquier posibilidad de subsanar los déficit dominicales. No hay que olvidar el pequeño detalle constituído por el hecho de que tiene algo así como un novio. Punto tan prescindible como crítico. Tampoco estoy ahora preparado para suplir ese hipotético puesto, ya que innumerables conflictos me lo impiden. Eso sin contar con que, muy posiblemente, alguna diminuta diferencia ideológica, como puedo serlo la base de nuestra postura, llegaría a dinamitar cualquier atisbo de relación. No son iguales los objetivos, ni el filtro con que buscarlos.

Aunque me encantaría verlo con otros ojos y creer en esos gestos, en las mismas miradas perdidas. La sangre ligeramente helada invade mi cuerpo, caigo y afirmo con rotundidad que no, que es imposible improbable. ¿Por qué? Porque las mariposas no revolotean en mi interior con el suficiente énfasis.

¿Qué problema tiene?

Las drogas están ahí, y se pueden conseguir. ¿Cómo las vas a usar? Es un asunto tuyo y no le importa a nadie más [1].” Algo así cantaba Evaristo, de La Polla Records, hace años. Resulta interesante, no sólo por qué y cómo lo dice, sino porque es una buena razón para hablar de esas substancias que tanta controversia han levantado durante siglos. Cocaína, speed, LSD, marihuana, alcohol, heroína, MDMA, MDA, tabaco, ketamina, peyote, ayahuasca, anfetaminas... Las hay de todas las formas, colores y nombres. Para beber, fumar, comer, untar, esnifar, inyectar e inhalar. Sírvanse y decidan la vía que más rabia les dé, o aquella que les resulte más placentera menos desagradable.

Ahora mismo reina el punto de vista catastrofista a más no poder ante aquellas declaradas ilegales, todas aquellas que carecen de regulación gubernamental y no tienen una empresa como mediadora. Son lo peor de lo peor, porque matan. Y, aunque no te maten, anulan ciertas facetas, te dejan tontx que se dice. Además son adictivas, y ya sabemos que las adicciones son malísimas de muerte, casi todas. Crean una dependencia de la que es difícil huir, y que acaba arruinando la vida de cualquiera.


Todo lo dicho es cierto, hasta cierto punto, pues no puedo evitar la comparación con la televisión, los centros comerciales y todas la pastillas recetadas bajo el amparo de la ley, con ciega fe en sus soluciones, con nulo cuestionamiento sobre su función. Algo tengo claro, y es que una persona sociable, vital, curiosa, implicada y movida no tiene necesidad alguna, en principio, de éstas. Alguien que goza de la imaginación y no tiene problemas de ocio, claramente puede prescindir de ellas. Sin embargo, y aquí está la otra cara, prestemos atención a esos casos en los que su consumo y la tranquilidad o desinhibición que ofrecen ayudan un poquito en ese camino a la tan ansiada felicidad. ¿Qué es peor, sin llegar a la muerte, fumar un cigarrillo de la risa o matar las tardes de los sábados derrochando esos pocos ahorros en la Gran Vía? ¿Qué anula más tu ocio y coarta tus aficiones, el gasto desmesurado de horas frente a la caja tonta o un viaje en compañía?

Un viaje a esas zonas de tu cerebro a las que, aunque podrías, difícilmente lograrías llegar por tus propios medios. Otras formas de percibir esta realidad que te rodea, de reinterpretar los pulsos porque te guías, retirar el filtro que marca tus percepciones y verlas con otros ojos. No pretender esto ser una apología al consumo de substancias non gratas, pues la dama de la guadaña rara vez llama dos veces en estos casos, pero ojalá la mitad de lxs que cogen el coche después de haber pimplado considerablemente decidieran ir al monte y experimentar con LSD entre campas, estrellas y llamativas luces. Me gustaría ver cómo girarían los engranajes si temblaran la mitad de ellos, tuviesen psicodélicos colores otros tantos y fueran unos pocos los que cumplieran escrupulosamente el fin para el que fueron creados. No estaría mal ver a la gente contemplar con indiferencia, o incluso con un ápice de empatia, a ésx que cruza con un aliñado en la boca. Estoy un poco cansado ya de soportar las indiscretas miradas cuando espero al metro, o realizo ejercicios papirofléxicos por alguna calle céntrica. Señora, el tabaco también se puede fumar liado, parece mentira que no viera a Lucky Luke. Además, aunque realmente fuera ilegal, como usted piensa, ¿qué problema tiene? ¿qué satisfacción le produce mirarme con desprecio cuando ni siquiera va a mover un dedo para evitar eso que le corroe por dentro? Preocúpese cuando vaya a agredirla, esté conduciendo o opte por destrozar el mobiliario urbano. Llevo años ya y creo que todavía mi conducta no se ha visto alterada excesivamente a ojos ajenos como para resultar preocupante en grado superlativo. Un poquito de por favor.
--------------------------------

[1] No Aburras – La Polla Records

Crítica, actitud

¿Malo o bueno? ¿Estúpido o inteligente? ¿Frío o caliente? ¿Blanco o negro? No hay lugar para el gris. La radicalidad, el extremismo en las acciones te define. No hay lugar para términos medios, situaciones a caballo entre la ciudad de la verdad y la mentira.

Empleando términos bélicos, o estás conmigo o estás contra mí. La indiferencia se torna sinónimo de enemistad. La simple duda te catapulta al punto de mira. Una actitud de diálogo y comprensión en favor del enemigo no es más que una acción de traición a la unidad del pelotón.

Actitud simplista, infantil e irracional. Acorde con “el fin justifica los medios”, que defendía Maquiavelo. Y tan absurda como su aceptación en términos generales. Sin sentido alguno, dando por supuesto que el fin lleve implícita la resolución del conflicto. Loable, sin embargo, si el simple hecho de promover una guerra sin cuartel se torna fin.


El científico que, lejos de buscar, analizar y concluir tras muchas pruebas la veracidad de su tesis, modifica éstas como mero medio de justificación, ni es científico ni es na’. Manos, si cabe, en caso de que quede demostrado que su objetivo consistía en la adquisición de poder y enaltecimiento de su persona en la comunidad, en lugar de defender los valores que promulga. El conocimiento de la verdad, absoluta o no, el juicio que responde a ello es dependiente de cada unx, pasa ineludiblemente por un punto de indeterminación, de duda, de cuestionamiento. La defensa de una interpretación propia como hecho objetivo o universal es muestra inequívoca de falta de carácter crítico y lógico. La defensa irracional de una posición es puerta de la inseguridad y el miedo, reflejo del desconocimiento.

¿Malo o bueno? ¿Estúpido o inteligente? ¿Frío o caliente? ¿Blanco o negro? No hay lugar para el gris. La radicalidad, el extremismo en las acciones define tu posición. No hay lugar para términos medios, situaciones a caballo entre la ciudad de la verdad y la mentira.

Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos.
--------------------------------

A continuación, añado un texto de Eric Fromm (seguidor de Sigmund Freud), parte del todo que es “El arte de amar”:

"Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de la angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatividad humana.

[…]

El hombre moderno está actualmente muy cerca de la imagen que Huxley describe en “Un mundo feliz”: bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante, sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus semejantes, guiado por los lemas que Huxley formula tan sucintamente, tales como: “Cuando el individuo siente, la comunidad tambalea”; “Nunca dejes para mañana la diversión que puedes conseguir hoy”, o, como afirmación final: “Todo el mundo es feliz hoy en día”. La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”."

2008/04/15

Ácida y locuaz


Creo que me he enamorado. Otra vez. Y ésta es grave, muy grave. La chica es un poco más joven que yo, entre dos y tres años, no estoy seguro. Tiene algo en la cara que mantiene a quien la mire anonadadx, atónitx, estupefactx. El cuerpo no es ninguna maravilla, tampoco se preocupa por exhibirlo. Del montón. Pero su personalidad, la forma de ser, es, es, no sé definirla. Tiene un sentido del humor ácido, siempre irónico, con cierto punto de sarcasmo a veces, como método de protección. Es locuaz, pero no charlatana. Habla mucho de los pocos temas que le atraen, en los que se queda sola. Le encantan el rock de los setenta y las películas de miedo (creo que en este punto habría que depurar diferencias). El resto del tiempo es simplemente cordial, aunque a su extravagante manera. Es independiente, y tan madura para su edad como inmadura en momentos concretos. Es fuerte, pero como a todo el mundo, no puede evitar que se le caiga el alma a los pies de vez en cuando. Despreocupada en apariencia, pero un poco responsable en el fondo. Su nombre le viene como anillo al dedo. Lo adquirió de la diosa del matrimonio y de ella lo cogió prestado un mes también.

Sólo tiene cuatro problemas, puestos a encontrárselos, que me impiden pedirle matrimonio mañana mismo. El primero es que acaba de tener un hijo, bueno el año pasado. El segundo que vive en América del Norte. Tercero, tiene novio y le quiere. Y por último, no por ello menos importante, sino peor, nació de un viscoso líquido negro, y en él vivirá por siempre. A mí llegó a través de pixeles convenientemente alineados, pero se trataba de una apariencia temporal. Tinta fue, tinta es, y tinta será. Una pena, pero, ¿qué le vamos a hacer? Esperar y soñar . Total, ambas cosas salen baratas.

Se dice rápido

¿Y si te agarro de repente y te dejo sin respiración con el abrazo más fuerte del mundo? ¿Si te estampo mis labios en esa sonrisa? Para que pequeños pulsos de plcer salten de unx a otrx, cargas de amor que invadan cada célula, como el peor de los cánceres, como la más dolorosa de cuantas enfermedades se han concebido. Y no tener que mirar por el rabillo a esos ojos que nos observan cada vez que me acerco, que te agarro. Poder bailar sin presión ni preocupación y reír y mirar. Que la complicidad se eleve a lo inconcebible por medio de esas caricias fortuitas, miradas indiscretas. Montar nuestras guerras de manos en un sofá al salir de clase, o en la más alejada de las campas. Disfrutar de ellas a la luz de cualquier sol, luna, farola o focos de coche. Besarte al tiempo que nos envuelve una suave brisa y todo el pueblo pasea a varios metros, ajenxs a nosotrxs. Una suave brisa, un vendaval, o nos sofoque el crudo calor estival. Ver películas, muchas, y escuchar música, y jugar al parchis, al mus, al tute, al teto, al Scatergories o al Monopoly. Comprar con él todas tus acciones, o conquistarte en el irreal mapa del Risk. Y correr calle abajo, porque el último metro está a punto de partir y se nos ha alargado el beso de despedida. Escapadas de finde semana en autobús a la soledad que nos regale el más inesperado de los pueblos, placentera soledad. Y matar el tiempo de un bofetón, y revivirlo una y otra vez por medio de incesantes reanimaciones boca a boca. Un abrazo sudoroso tras haber ascendido el monte más feo, pero precioso a nuestros ojos. Salvarnos de esa hipotética ola que nos separe en la playa donde no levantan un palmo del suelo. Pedalear como condenadxs hasta el final de ese rojo camino. Y soñar, y seguir soñando, y no parar de hacerlo despiertxs. Decirnos que va a ser para siempre, creer que así va a ser. Hacer caso omiso del doctor, de ése doctor de los deseos. Volver a jugar con el tiempo, reírnos de él una vez más, cachondearnos de cualquier pasado o futuro. Parar los relojes en el presente, en nuestro preciado, ansiado presente.


Otro domingo más con déficit afectivo. Y ya van 93. Se dice rápido: no-ven-ta-y-tres. Pero a veces resulta más duro de llevar. Contados un a uno, sufridos poco a poco.

2008/04/07

Una vez más


Por un momento quedan cegados mis ojos, fruto del contraste entre el brillo del exterior y la oscuridad reinante en el local. Unas pocas escaleras me invitan a bajar. Lo hago despacio, acostumbrándome poco a poco al ambiente. Atravieso la estancia, tan cálida como lúgubre, dejando a mi izquierda los farolillos que iluminan la barra. Conforme esquivo un par de prismáticas gruesas columnas, a mi derecha veo un par de parejas conversar tranquilamente. Unxs sentadxs en el gran banco corrido de madera que une las cuatros mesas. Otrxs en pequeños taburetes. Sonrientes, absortos, ausentes. Subo un peldaño y tomo sitio en el rincón, junto a un decorativo confesionario. Nos quitamos las chaquetas y dejamos sobre una pequeña circunferencia roja lo que nuestros bolsillos contenían. Un leve tintineo acompaña el gesto, pues, aunque no nos habíamos fijado, la mesa es de cristal. Acércome a la barra: uno con leche y una pica en vaso de cubata. De vuelta en la silla, comenzamos una distendida charla, a la luz de un solo foco que ilumina el centro del círculo. Alrededor de ese brillo discurren palabras, sonrisas, guiños...

No se trata de otra conversación más, sino de una caracterizada por el conocimiento, las ganas de conocer, de saber sobre la otra. Aflora una aparente sinceridad, conductora del diálogo, aún sin poder desbancar al humor y la omnipresente seriedad, fruto de algunos temas tratados. Dos ojos atentos, tanto como brillantes, uno de ellos medio cubierto por hebras de, ahora, centelleante dorado, me observan. Se apartan de vez en cuando, forzados a atender llamadas de la memoria. Pero vuelven para transmitir esa confianza indescriptible, a la par que increíble.

Entre historias, anécdotas, dudas y afirmaciones giran dos pequeñas manecillas. Una de ella está ya a punto de concluir su, pausada pero segura, segunda vuelta. Es tarde ya, bien haríamos en abandonar y no alargar hasta el aburrimiento un placentero recuerdo. Chaquetas a los hombros y ojos entreabiertos, ascendemos las escaleras que, tras atravesar dos pesadas puertas de cristal, nos devolverán a la calle, la misma donde la semana tiene siete días, cinco de clase, donde hay horarios, y nos vemos jugando al mus, donde sólo cruzamos guiños en digital, y lenguas en informática.

Tras estas horas, ha quedado definitivamente descartada cualquier relación, hundida toda esperanza. A veces la confianza da asco, y así lo hubiera sido si otros factores no hicieran dar botes al orgullo dentro de mí, a pesar de las afirmaciones recibidas. La negación de ciertas opciones se ha visto con creces igualada, e incluso superada, por el reconocimiento de otras facetas.

La duda de si la sinceridad percibida lo era o simplemente se trataba de una sensación coartada, sólo el tiempo podrá demostrarlo. Y para eso es requisito imprescindible otorgarlo. Esperemos, pues, una vez más.

Yo más

Hay ciertas actitudes que me repatean sobremanera los órganos genitales. Me empujan a salir escopetado de mis casillas, como si éstas ardieran fervientemente.

Las drogas se han consumido en todas las sociedades, de distintos tipos y variadas formas. En cada una de ellas se han creado rituales en los que proceder a dicho hecho y se han controlado, en cierta manera, los efectos. Desde hace poco, hemos asistido a la globalización, de las drogas también, lo que ha supuesto el acceso a un sin fin de substancias que no se saben consumir, por lo que la vía escogida ha resultado ser la hedonista. Esto no supondría ningún problema si quien se droga adquiriera el control facilitado por el ritual. Como la inteligencia no abunda, quitado el ritual, desaparecido el control. Las drogas son el método para perder cualquier vergüenza y renegar del llamado sentido común, donde incluimos irremediablemente la educación. Es por esto que el número de impresentables se multiplica los días de fiesta.


Hay que decir que los efectos son muy variados: mientras en algunxs reina la incontinencia verbal, es la agresividad protagonista en otrxs. Mi postura ante esta situación es clara: métete lo que te dé la gana, pero déjame en paz. Si quieres ponerte hasta el culo, luego líate a cabezazos contra la pared. A mí déjame en paz. Y, si puedes, a los contenedores también.

Por otro lado, nos encontramos con la seguridad de cada unx, su valoración personal, la imagen que de sí mismx tenga. Aunque odiosas sean las comparaciones, son tónica habitual en cualquier faceta de nuestra vida. En cierta medida puede ser bueno, pues el análisis de lo que nos rodea ayuda a avanzar, progresar. Claro que hay que ser conscientes de que a perfección dista mucho de ser alcanzable, por lo que no hay persona capaz de ser “la mejor” en todas las facetas. Entrecomillado lo he escrito, al estar caracterizada por la subjetividad esta cuestión, no me está permitido el uso de absolutos. Por supuesto, esto es algo que mucha gente no entiende, comparte.

Si unimos el poco o nulo dominio de nuestros actos bajo efectos de ciertas drogas, con la comparación respecto a lxs que nos rodean, un cierto temor a que alguien sea “mejor” y, aunque hasta ahora no lo haya comentado, una prepotencia desmedida, la boca más grande de lo normal y poco o ningún sentido común, tenemos muchos posibilidades de llegar a situaciones tan cómicas como desesperantes. Cómicas por lo absurdo que las caracteriza, por llegar a justificar el "yo más" con una afirmación de tus cualidades como jugador de petanca en superficies semiheladas y bolas de aleación. Y desesperante porque las palabras entrecomilladas parecen ser el único vocabulario, fuera de cualquier lógica o atisbo de argumentación, sea cual sea el tema de discusión.

Una vez más, me veo invadido por la ascopena, sin ningún remedio. La impotencia y la pena, el desprecio piadoso, o la piedad despreciada. Respuestas incontrolables ante actitudes que se me hacen despreciables, absurdas y en las que no encuentro beneficio aparente, más allá de la alimentación de un EGO en situación de inanición.

Aquellos quince años

El mayor fallo de seguridad en cualquier sistema son las personas. De poco sirve guardar con recelo cualquier información, si la guardamos en cualquier sitio cuando marchamos de vacaciones. La falta de cuidado puede derivar en que nuestros preciados escritos acaben tirados por el suelo, a la vista y alcance de la primera persona que pase y fije sus ojos en ello. Así es como, casualmente, llegaron a mis manos recientemente los textos, en principio anónimos, que paso a reproducir. Para facilitar la lectura, he completado las palabras y cambiado alguna que otra letra, pues las “v” también tienen derecho a aparecer en un texto.


Aviso a navegantes: los nombres han sido convenientemente modificados para preservar el anonimato de las afirmaciones. Una cosa es encontrar algo en la calle y otra diferente publicarlas explícitamente con datos suficientes para que cualquiera pueda identificar a lxs autorxs. El objetivo es meramente sociológico, no perjudicial.

- ¿Con quién, cuándo y dónde quieres perder la virginidad?
- Contigo, este finde, donde quieras.

- ¿Qué talla usas?
- Pasa palabra (90-95)

- Ven a mi casa a hacerlo. ¿Cuando quedamos?

- ¿Quieres tener hijos?
- Sí, pero no contigo.

- ¿Tú te liarías conmigo? Va en serio.
- No se... Es que, a ver, en plan, ahora tengo todavía a Ander en la cabeza... Pero dentro de un tiempo no lo sé. ¿A qué viene esa pregunta? ¿Se lo preguntas a todas o qué? A Miren, luego también están Esti, Garazi...
- No, yo a Esti no se lo he dicho, ni a Garazi, sólo están buenas. Y a Miren, pues porque estoy loco. Y a ti porque de repente me ha pasado que me gustas, no sé.
- ¿Yo gustarte? ¿Cómo es eso, peque? Jaja, y tanto que loco... ¡Me cago en diez! No sé tío...
- Que no sé, que de repente desde tu casa estoy pensando en ti y cuando hablas de Mikel y Asier me jode.
- A ver enano, ten por seguro que yo con Asier no quiero y Mikel es mi amor imposible, y que nunca me voy a liar con él porque Jon está en nuestra clase y porque Miren es mi amiga. ¿Qué pasó en mi casa, pues?
- Pues que casi la lío. Fui a tu cuarto, y estabas oyendo música. Te iba a entrar pero entró Jon de repente, y porque estaba tu hermano.
- ¿A quién más se lo has contado?
- A nadie.
- Ok.
- No digas a nadie, eh.
- No, tranqui.

- ¿Y si es para volver con Ander?
- Tampoco.
- Ander por lo menos te tocaba la teta, ¿no?
- ...

- Peio, ¿qué te pasa? Llevas unos días que no me hablas y no se por qué.
- No sé.
- Peio tío... ¿qué te pasa conmigo?
- Pos que te quiero, y tú no.

- Lo de follar te decía en serio. ¿En el jolasordu te enseño?
- No, gracias. Hay que dejarlas crecer. ¿cómo es tu chica perfecta?
- Como tú.

- ¿Tú me quieres más que a un amigo normal?
- Te quiero más que a un amigo normal, porque eres uno de mis mejores amigos.

- Si Ander te entrase, ¿qué harías?
- Quitarme.

- Si alguien lo hace, ¿por qué crees que lo hace?
- Por ganas. ¿Por qué va a ser? ¿Por amor?

- ¿Con cuanto años quieres el primero?
- 24-25 o así.

- ¿Quieres algo pero no puedes?
- Muchas cosas: volver con Ander, adelgazar, sacar las pedazo de notas, moto...


Confesiones transitorias: Qué recuerdos de aquellos quince años, tan cercanos como lejanos en la memoria. Qué poca vergüenza teníamos, y menos que tienen lxs que ahora gozan de esa edad. Eso sí, parece ser que los intereses no han variado en absoluto, si acaso se han reducido a los temas más importantes. Al romanticismo le han pegado una buen patada en la entrepierna, aunque siempre le queda soltar algún ligero apunte con el hilillo de voz que le cede el insoportable dolor.

Las clases siguen aprovechándose igual, atendiendo con gran interés a la materia, y dejando las conversaciones menos trascendentales para los ratos de ocio. Al menos conservan los apuntes, en lugar de tirarlos. Aunque sea sólo para escribir por la parte de atrás. Se ve que las campañas de concienciación han hecho mella en los hábitos de reciclaje.

Si algo me ha traído recuerdos especialmente llamativos, eso ha sido la sinvergonzonería reinante, esa falta de cualquier pudor y la sinceridad que rebosa por encima de todo. Nunca es mal momento para añadir ésta como sinónimo de sobrehormonación en nuestro querido diccionario.

2008/03/24

Hori ez da nire guda

Gaueko hamabiak pasata erlojuan. Etxera heldu berri naiz, margo arteko arratsalde eta Indautxuko ilehoriak prestatutako afari-elkarrizketaren ondoren. Badauzkat paketeak prest. Atzo utzi nebazan. Eguena da, barikua jada, eta bihar, gero, goizeko zortzietan hartuko dut Lezora eramango nauen autobusa, aurten Gazte Topagunerako ontzia. Aspaldi neukan joateko gogoa, eta azkenean han izango naiz. Arroza prestatu, biharko bazkarirako, oilasko frijitu, eta ohera, lo seko.

Esnatu, metrora korrika, hartu, geratutako plazara joan eta konturatu baino lehen Pasaiaz haratago utzi gaituzte. Bidean, mingain arazo larria zuen neska bat; ezin zuen geldirik izan; eta berdez jantzitako gazte xarmant ausart uniformatuak, denborapasarik ez eta autobusak geldiarazten zebiltzan Zarautzen.


Motxilak legora, zigarroa ahora eta maldan gora doazkit hankak. Gora, behera, gora, behera… Ez du bukaerarik honek! Euriak ez du bidea aurkitu, behintzat, eta galduta dabil, batek daki non. Heldu gara azkenean kanpatzeko gunera. Hala dio kartelak, bederen. Ekialdeko metroetan bezala, horiz jantzitako antolatzaileak dauzkagu bultzaka, beroa gal ez dadin beharbada. Ezin hurbilago dauzkagu inguruko dendak, baina tira, pare bat egun baino ez dira izango.

Trastu guztiak behar bezala jarri ditugu. Euria gogor ari du orain, eta herria dezente urrun dago. Busti edo dendan egon: argi dago. Antisozializazioa airean! Indar faltagatik baino ez bada ere. Hitzaldiak primerakoak ziruditen, baina nagiegiak gara. Azkenean erabaki dugu, basartean petrifikatu baino lehen, kontzertu batetara joatea. Bidaia aprobetxatu dugu zenbait edari eta falta zitzaizkigun oinarrizko jakiak erosteko. Patxarana eta txokolatea artean. Jai eguna da, baina herri hau ez dator bat egutegiarekin. Bueltan, igerileku marroia aurkitu dogu lehen kanpalekua zegoen aldapan. Zenbaitek arazoak izan dituzte dendekin. Guk, ordea, zortea izan dogu, momentuz, edo onak gara muntatzen, batek daki, eta erdisiku jarraitzen dute zakuek.


Gaua etorri zaigu bisitan, bere eskutik goaz kontzertuetara, hamar bat minututara dagoen karpa handi batera. Han gabiz danak, zirkuko pailazoak baikina, giza berotan, lokatzik gabe, ia, eta begiak bueltaka. Buru gainetan, hiru bider bost metroko neurriekin: heriotza, askatasunaren izeneko heriotza paradigmatikoa. Begi zuri narrastiak odol urdin artean, gure babes, defentsa, harresi, gotorleku, kondena. Ezintasunaren ilusioak indarturiko boterearen zigor-kaiola. Ezjakintasunak, modak bultzaturiko oihuak, kantuak, hilketak ahoan, gogoz biriketatik kanpo, burmuinetatik at, belarriotara zuzen. Zur eta lur begira, zer egin? Beratara igo eta metxeroarekin erretzeko ausardiarik ez, ihes egitekoa ere ezkutatuta. Soilik egon eta izan. Egon, izan eta madarikatu. Biziaz erabakitzeko aukera ausarta madarikatu. Ametsaren bideko odol isuriaz barre egitea madarikatu. Horren parte izatea zeharo madarikatu.

Ezan izan uste nebana, ez. Hainbat gauza gustatu zitzaizkidan, nahiz eta ez nintzen hitzaldietara joan. Milaka gazte baturik, elkarrekin antolaturiko jardun luzeetan. Ginkanak, bazkariak, bertsosaioak, dendetako abenturak… Zenbait gauza ez dira onargarriak, baina. Bueltan, ikusitakoa ebaluatu ostean, ezetzak irabazi du. Egon naiz, eta esan dezaket, badakit zer den, baina asko aldatu beharko da egoera hurrengoetan nire partehartzea bermatzeko. Eskerrik asko, baina hori ez da nire guda.

Lo último que perdimos

La esperanza fue lo último que perdimos. Ayer, para ser más exactxs, si fuera posible. Por mi forma de ser, creo, la cobardía que me invade, o el valor que me huye, tengo firmado un escueto pacto de no intervención para las muchas ocasiones en que yo o alguien de relativa importancia pueda salir gravemente perjudicadx. Esto supone un ahorro de disgustos, si lo miramos con un rasero concreto. Pues puede ser fuente de ellos si invitamos a doña impotencia a la fiesta. En cualquier caso, como mi pluma ha escupido en innumerables ocasiones, la faceta más llamativa es aquella que me mantiene atento, a la espera, dejando las cosas pasar. Bueno, no tanto, sólo hasta percibir algún indicio positivo. Sin meter la polla donde ya hay otra, pues resulta ciertamente complicado e incluso doloroso (salvando honrosas excepciones, claro, donde resulta canon de naturalidad y rutina), siempre puede mantenerse alrededor. Sin bajar la guardia, tampoco subirla.



Los meses corren así, en un burdo juego entre creciente esperanza y abrumadora desolación. Un estado latente de incertidumbre alimentado por la remota posibilidad y la capacidad innata de aferrarse a lo mínimo, volviéndolo base. Todo para que, de la noche a la mañana, los incontables minipuntos se vean esparcidos por el fango, presentes e invisibles, perdidos tanto como a mano. Inútiles en cualquier caso, ante una visión más decidida, menos paciente. Un gatillazo sin igual en comparación con esa polla que primero entra y después pregunta. Se aferra a golpe de cadera para después plantearse la vomitiva situación en que se encuentra y deja. Egoísta, como debe ser, pero perjudicial para los advenedizos en tales prácticas. Un sopapo en toda la cara a esa minúscula esperanza, esa piedra preciosa que, cubierta de blanquecino líquido, ha perdido todo su atractivo.

Stand by, que diría un equipo cualquier. Hasta el próximo golpe de mando.

La abrió el aire


- No, señor. La puerta estaba abierta cuando yo llegué.
- ¡Eso no es posible! Juraría haberla cerrado antes de partir.
- Quizá la abrió el aire.
- Resulta ofensivo que intente desviarse a tan banal detalle. Aunque lo estuviera, me es indiferente, fue usted quien entró.
- Es cierto, sí, pero no motu proprio. Fue requerida mi presencia.
- ¡Cómo se atreve!
- No miento. El desbarajuste reinante en el interior debía ser ordenado con la mayor celeridad posible, y en las labores de amueblamiento me vi obligado a colaborar.
- Podría usted perfectamente haber seguido su camino, haciendo oídos sordos, en lugar de entrar sin pensárselo y burlándose de cualquier consecuencia.
- No le quito la razón. Pero, si yo hubiera seguido mi camino, otro habría sido el que, al contemplar semejante panorama, sus pies pusiera en el hall. Si me acepta un consejo, le diré, aun a riesgo de ser agredido, que de haber guardado un mínimo de cuidado, ninguno de los dos estaríamos discutiendo en estos tensos momentos.
- ¿Sabía que yo la habitaba?
- Sin duda.
- ¿Y no pudo, entonces, limitarse a retirar el polvo? ¿tuvo que pernoctar también?
- No era mi intención en un principio. Pero la noche se me echó encima y ante el conflicto que me suponía retornar a mi morada, opté por quedarme. Imponente era la soledad en aquellas abandonadas habitaciones a altas horas, frías, húmedas y silenciosas. Me pareció que cierto calor sería de provecho.
- A ver, ya me he perdido. ¿Estamos hablando de mi novia o de una casa?
- De tu novia, sin duda.

--------------------------------

"Sus huesos cansados tiemblan al paso de un tren.[...]
Se ausentó el chirrido de la puerta al abrirse. Esquinas vacías, armarios desnudos y un polvo de abandono.[...]
No, señor. La puerta estaba abierta cuando yo llegué. La abrió el aire. Y sólo pasan horas muertas antes de decirnos adiós."

Un polvo de abandono - Librados del Malamen

2008/03/12

Apoyo

Mis conocimientos sobre psicología dejan bastante que desear. Más bien no tengo ni idea. Lo mismo me sucede con la antropología, y con cualquier disciplina que pueda intentar analizar esta nuestra especie y sacar conclusiones comprensibles de sus acciones. En realidad, como dijo no sé quién, sé nada de muchas cosas. Más bien sé muchas cosas de nada. De nuestra especie, y de las mujeres también, por supuesto, pese a que quede claro que nuestros planetas de procedencia no comparten ubicación.

Es por ello que ciertos comportamientos nunca dejan de sorprenderme, de dejarme anonadado, estupefacto en mi posición, helado, sin capacidad de decir o hacer. A menudo me encuentro ante el conflicto de querer decir algo y no poder, pretender expresar mi apoyo y verme incapaz.


En unos pocos días, semanas o meses, la idílica imagen de futuro que cualquiera puede prever es capaz de desmontarse de un plumazo. Un pequeño acontecimiento, aparentemente inofensivo, tiene la capacidad de desmontar y sumir en la desesperación el protagonismo. A menudo, bueno, mejor dicho a veces, me encuentro conocedor de tales situaciones e incapaz de mostrar cualquier signo de apoyo o empatía, impotente. Siento ganas de decir o hacer algo que suavice ligeramente la situación y tienda una virtual mano de afecto, pero no puedo. No sé hacerlo cuando me veo protagonista, como para poder cuando la situación me es relativamente ajena. Quiero, pero huyen las palabras de mis cuerdas vocales y las dejan completamente inhabilitadas. Me gustaría poder hacerlo, pero está visto que mis células trabajan sólo con otros menesteres como objetivo.

Aunque muy levemente, espero que estas líneas sirvan de apoyo, o algo, y quien lo necesite encuentre en ellas la empatía aparentemente ausente. Sepa también que la indiferencia visiblemente reinante no lo es en realidad.

Mal nacidxs

De bien nacido es ser agradecido”. Algo parecido, con rima y todo, dice, expresa una frase, dicho o refrán, fruto de la “sabiduría” popular adquirida a lo largo de siglos de evolución. Podría tener su fuente en la necesidad de cooperación que sufre cada miembrx de esta sociedad, para beneficio tanto suyo como del resto del grupo. Así pues, los favores se devuelven con favores, los sacrificios del mismo como, tal como sucede con los apoyos. Es posible llegar a la conclusión de que, siguiendo esa simple norma , sintamos la seguridad de poder recibir cuando así lo solicitemos.

Hace tiempo tuve una pequeña discusión con respecto a la cesión de los apuntes obtenidos en clase, fruto de la inconsciente competitividad reinante. La respuesta fue simple: con que una sola persona de aquellas con las que he compartido conocimiento haga lo propio, habré adquirido ya el doble de lo que hubiera conseguido yo solo.


Esta última época de la citada línea de “desarrollo”, pero, una historia de egoísmo ha cobrado protagonismo. Nos encontramos mirándonos a un río, con el agua al cuello, ahogándonos por momentos y sin ser capaces de dar un paso atrás. Resulta que la obtención ha desterrado esa indiferente parte que nos impulsa a aportar, y así todo el mundo pide y disfruta procurando no dar a cambio, no vaya a ser que el esfuerzo sea excesivo. El tiempo es lo que tiene, que vale su peso en oro. El propio, claro, el del resto da igual, total a ellxs les sobra.

Por suerte, siempre nos queda la posibilidad de probar y no volver a repetir con esxs egoístas recalcitrantes. Ojalá fuera verdad, y aquellas con un alto grado de generosidad no se vieran a menudo puteadxs por lxs que, se supone, son cercanos. Confiemos en la insostenibilidad del narcisismo magnificado. Claro que, ya llevamos años así.

2008/03/02

Hor dago!

El mus, ese noble autóctono juego, perdición de todx estudiante de ingeniería que se precie, creo que está empezando a afectarme. Como si de una droga más se tratara, ataca mis conexiones neuronales y la percepción de esa ilusoria realidad absoluta, separa todavía más la propia de la de mis congéneres.

Cierta cara angelical me envía discretos pitos en medio de “Electrónica Digital”, a veces incluso llamativos. Poco más tarde un sugerente mordisco llega desde un par de calles más allá. ¿Tres reyes? ¿O han sido dos? No puedo evitar la estupefacción al contemplar el solomillo que veo llegar mientras descansamos de un “arduo” día de estudio. Por la noche hay quien me lanza “la una” desde la otra punta de la mesa.


Por más que lo intento, no puedo evitar vacilar ante tales insinuaciones. ¿Y si esos reyes no lo eran? No, no puede ser. Los gritos de soledad magnifican tormentosamente esas lágrimas de inocencia. En lugar de una chuleta, empiezo a ver carnoso labios, húmedos, centrados en mi percepción. Largas pestañas, respaldadas por negras líneas cubren unos grandes ojos, me aparten de su atracción y cortan la muda conversación que manteníamos. Sin su iluminación me invade la inseguridad, la desesperación. Desaparece la expresión que cordialmente lanzaran. ¿Qué hago? ¿Envido? ¿Las echo todas? Es sólo un segundo, un minúsculo segundo, larguísimo minúsculo segundo. Pero se me hace eterno.

Acaba por nublarme la ilusión. Hasta que, una vez más, la cordura viene a su encuentro.

Lo dicho, creo que voy a reducir la dosis semanal de mus.

La ley del “yo nunca he...”

La Ley de Godwin postula que, conforme avanza una discusión en internet, la posibilidad de que aparezca una comparación con Hitler o los nazis sin venir a cuento tiende a cero. De ahí que se conozca también como “regla de analogías nazis de Godwin”. Realmente no se refería a toda la red en un principio, pero ha acabado extendiéndose. Se considera que, al suceder esto, quien la haya cumplido pierde automáticamente la discusión. Se trata de la salida fácil cuando los argumentos válidos se han esfumado.

Me gustaría hacer una pequeña analogía con ese conocido juego de kinito o litros: el “yo nunca he...”. Siempre con la pequeña diferencia de su aplicación al sexo. En este caso, no hace falta que avance en exceso, pues ya roza el infinito desde la primera intervención. Es comprensible hasta cierto ùnto que sea ésa la variante más llamativa, pero condena irremediablemente al juego, puesto que nuego la participación de todxs lxs que no lo hayan practicado. Hay muchas otras situaciones, sin estrógenos no testosterona de por medio, que pueden resultar divertidas, con las que es posible meter algún que otro vacile, y pasarlo igualmente bien, lo que importa, al fin y al cabo. Por ejemplo, haber ido de locaza a un concierto, el coqueteo con ciertas drogas o jugadas de clase.


En base a lo expresado, “La ley del yo nunca he...” debería, en mi opinión, redactarse y aplicarse rigurosamente. Podría formularse de la siguiente manera.

Ya que al jugar al “yo nunca he...” las posibilidades de que aparezca el sexo como tema principal y se ancle en dicha posición empieza desde el infinito, lxs participantes deberán evitar utilizarlo sin antes haber expresado afirmaciones de diferente temática. Por cada formulada, podrá optar una vez por el sexo. En caso contrario, deberá beber el número de tragos acordado antes del comienzo.

A mí también me gusta el sexo, mucho además, negarlo resultaría absurdo, pero creo que todo el mundo debe participar. Amén de que una mayor variedad le otorga más gracia al juego. La falta de imaginación lo limita al sexo oral, el anal, los lugares públicos y la cama de los padres. Muy triste.

Yo soy el primero en tomar nota de quién traga, quién escupe, qué puedo encontrarme en el cine si no ando con cuidado y las prácticas onanísticas de mis contertulixs, pero con cierta moderación.

Aun así, aunque se cumpliera rigurosamente la extrapolación de Godwin, creo que la partida del viernes dejará mella en mi memoria. Cierta pareja, la rubia y la morena, me rompieron en mil pedazos la imagen que tan concienzudamente les había creado.

2008/02/20

10

Vivimos en un mundo binario. No sólo porque basamos nuestra existencia y la dejamos en manos de dispositivos que así lo hacen, sino también porque ante una pregunta parecen aceptarse dos respuestas únicamente como válidas. Éstas son el apoyo incondicional o la crítica atroz e irracional. Poco a poco se han ido desterrando las señales intermedias, en analogía cromática, hemos asesinado a los colores, sólo existen el blanco y el negro, mucho negro. Incluso el gris ha visto sus pies en la calle.


O estáis conmigo, o estáis contra mí, no sirve eso de compartir el fin, no los medios, o viceversa. Si una actitud no comulga con el umbral establecido, ahí os quedáis. Es el caso de la política, ese aspecto de la sociedad afectado por un gran campo magnético que fuerza la absurda separación de los átomos. Campo constantemente alimentado, por la derecha negativa, y la izquierda positiva. Así, en muchos casos, la única alternativa de supervivencia parece ser la adhesión a una corriente mayoritaria, de mayor intensidad. Casualmente, sólo hay dos, como en binario. Bueno, miento, haberlas las hay muchas, pero, como las meigas, verlas cuesta tanto... pues las urnas se colorean en rojo y azul cada cuatro años, y parecer ser lo único que ese panel lleno de lucecitas tiene en su memoria.

Resulta que, en vista de las posibilidades, y una vez decidido el apoyo a una variable, muy al pesar de quien lleve a cabo tal elección, sea cual fuere la razón que le ha empujado a hacerlo, nos vemos ante la disyuntiva de valorar las acciones tomadas, las reacciones provocadas. Tomamos así, una vez más, por apoyo al uno, o por crítica su ausencia, el cero. La oposición a todas las medidas adoptadas, es, lógitamente, absurda. Para eso no hagas voto de apoyo, ¡manguan! El apoyo, sin embargo, también lo es. Llenar todos los campos de esqueléticos unos, sólo por venir las propuestas de donde vienen, es, cuanto menos, irracional, amén de suponer un vacio en la práctica. La gracia está en encontrar la combinación adecuada que nos abra el camino a la solución. Si por el camino logramos cambiar a octal, decimal o incluso hexadecimal, ¡ya sería para mear y no echar gota! Sino, tenemos próximo objetivo.

¿Libre? ¡Libre!

Allá por diciembre, volvía yo de saciar el vicio entre clase y clase, cuando por el pasillo un profesor cruzó y me dijo: tengo que hablar contigo, espérame después de clase. Me quedé un poco a cuadros, pero, en fin, allí me quedé cuando el reloj hubo dado sus correspondientes vueltas. Por lo visto no sé qué grupo o organismo de la universidad quería ofertar un curso de introducción al software libre destinado al personal docente. Pues, al parecer, utilizan la época de exámenes, enq ue están un poco más ociosxs, para estos menesteres. Él sabía que yo había utilizado algo de Linux, y me mostraba bastante interesado por el tema. Acepté el cargo, bajo la condición de que me fueran concedidas un par de horas para realizar las llamadas pertinentes. Cuando hube terminado de asegurar mi capacidad para llevar a cabo tal encargo, di mi sí.


En poco días llegaron a mi cabeza siglas de las que nunca había oído hablar, y que consiguieron dejarme un pelín descolocado: iKide, ITSAS, SAE, FOPU, CIDIR, CAU... Tras un ratillo de búsqueda y con la pertinente solicitud de alguna explicación, logré más o menos aclarar las ideas.

De la noche a la mañana, más bien de martes a viernes, me vi sentado en al sala de videoconferencias de ingenieros, participando en una reunión a distancia con la facultad de informática de Donostia. Se trataba de la anual que lleva a cabo el grupo de apoyo al software libre de la EHU/UPV: ITSAS (Izengabeko Taldea Software Askearen Sustapenerako).

Un par de meses después, habiendo intercambiado numerosos mensajes con los encargados de Gipuzkoa y Áraba, con la persona que hacía de puente entre nosotros y “lxs jefxs”; y con horas, largas horas, a la espalda preparando todo el material necesario, me presenté con mis dos compañeros en la facultad de medicina de Leioa. Aula P4. P de la mañana del siete de febrero de 2008. Con los equipos todavía sin preparar, debido a la costosa adaptación al sistema burocrático reinante, y el miedo que nos provocaba. Comenzó a llegar la gente, 27 alumnxs, y empezó mi primera charla “seria” delante de personas que fácilmente podrían plantarse en la tarima, frente a mí, sobre mí, el lunes próximo. Nervios, sudores, palpitaciones... ¡Vamos a ello!


Ocho horas duró el curso, cuatro ese día y cuatro el próximo. El punto y final lo pusieron la recepción de las encuestas entregadas por lxs asistentes y su posterior análisis. La sensación reinante no pudo ser otra que la definida por una peculiar serie de letras: satisfacción. Prácticamente la totalidad de los votos negativos corrieron a cargo del tiempo, muy escaso, y los equipos. De ahí derivaron la rapidez, excesiva, a la hora de explicar las cosas y falta de otras. En cualquier caso, son fácilmente corregibles cara a futuros cursos, si los hay, pues está tomada la nota, y ya no pecaremos de primerizos.

Como positivo se marcaron el conocimiento de la materia por parte de los instructores, la comodida que transmitíamos y el material utilizado. Creo que para un primera vez, normalmente dolorosa e incómoda, no puedo estar más contento. En tanto que el otro día un técnico de ingenieros escribió al grupo felicitando el trabajo realizado, pues una profesora le pidió ayuda y le dejó perplejo con ciertas afirmaciones.

Los resultados en los otros campus fueron, sino iguales, mejores, y así nos lo ha hecho saber el organismo correspondiente. Al parecer el curso que tan dudosa viabilidad mostraba e un principio, viendo el uso general del software libre en instituciones públicas, ha tenido muy buena acogida, incluso hay gente que no ha podido asistir. Hay ganas, y se nota. Nuevos cursos pueden platearse, más concretos, a fin de profundizar más en la materia. Esperemos que así sea y podamos firmarlo también como exitosos.


Todo el material utilizado durante los cursos se encuentra disponible en la wiki de ITSAS, con licencias libres, en su sección correspondiente. Ahí también se encuentran los nombres de lxs artistas que han hecho posibles los cursos y a lxs que no me queda más remedio que transmitir mis felicitaciones.

Niñatas

No puedo con las niñatas, con esas crías, en su sentido más peyorativo, cuyo único fin parece ser sacar de quicio a quien está a su alrededor. Esos seres, cuyos cuerpos recien han arribado la adolexcencia, pero que disponen todavía de la madurez propia de estudiantes de primeria aún en proceso de iniciación. Personas, así hay que llamarlas, que carecen de cualquier sentido de la educación o del ridículo, por vergonzosas que se muestren ante el mínimo comentario calificado, por ellas, como salido de tono. La más clara expresión de aquella frase que decía: caca, culo, pedo, pis. Redefinida ahora en ese tío bueno, aquel culo andante o lo guapísimo que es fulanito. Las mismas que tan valientes se muestran en grupo a la hora de de presionar a cualquiera que no pertenezca a tan selecta secta, y que ríen con estridentes sonidos e incontrolables aspavientos a la mínima de cambio. Que miden sus acciones sólo por la aparente que gracia que ostentan, que manipulan y engañan, sin pudor alguno. Luego se quejan, lloran cuando la agraciadas desgraciadas resultan ser ellas.


Aunque en femenino me refiera, el género es indiferente; si acaso algún pequeño matiz debería ser variado. Por tanto, he podido yo también ser partícipe de las bochornosas acciones que describo. Muy probablemente lo he sido. No me acuerdo, pero, y no puedo evitar que ahora, viéndolo desde la distancia, la que se me permite, aflore mi poca agresividad y se manifieste en notorias ganas de partirles una silla en la boca. De reventarles esos dientes y ahogar en esmalte las insoportables risitas. Son sólo ganas, por el momento. Rezo, no sé a qué o quién, porque en eso se queden, por el momento.

2008/02/01

Redefinición

Las palabras, con el tiempo, van perdiendo lentamente su significado, su contenido, hasta volverse finalmente vacuos conjuntos de letras. Letras, trazos o fonemas, lo mismo da. Pierden todo aquello que en su nacimiento pretendían transmitir y pasan a ser simples elementos llamados a engordar esa gran bolsa denominada lengua. Es por eso que, la reinvención, la redifinición se vuelve necesidad, la creación de nuevos conceptos y la adaptación a la realidad en que viven se torna obligación.

Podríamos tratar, por decir una cualquiera, el botellón. No un botellón cualquiera, sino el de los telediarios. Esa creaciente afición que lleva a lxs jóvenes a la perdición. Satánicas reuniones alrededor de alcohólicos cirios con el Dios Coma como anfitrión. Una muestra de irresponsabilidad, de inmadurez, de hedonismo desmedido. Cada grupo con su sotana característica, mostrado las, a su juicio, notables diferencias que lxs separan del resto de lxs mortalxs. Por encima, por debajo o a un lado, ellxs dirán.


Cojamos esa odiosa estampa, el escalofriante contenido que guarda tan caprichosa palabra y démosle un pequeño giro. Pongamos a dos jóvenes, sólo dos, en la explanada de un puerto cualquiera. Un coche de los que ahora considerarían peligroso por su color y diseño, o algo parecido, con el maletero abierto. Uno de ellos vestido de traje y corbata, impecable. El otro lleva baqueros y una sudadera naranja. Ambos lucen, por encima de lo mencionado, sendas batas blancas de laboratorio. En el bolsillo: uno de ellos a Epi, el otro a Blas; acompañados de un mechero y unos recipientes que recuerdan a probetas. Beben ansiosamente de una botella, a morro. En la etiqueta se lee: mosto eroski, 0'45€. Al mismo tiempo, se llevan a la boca un par de berlinas, otras dos napolitanas, un bollo y un croissant; un desayuno eroski. Todo esto sucede un jueves a las ocho y media, ante a atónita mirada de lxs paseantes.

Evidentemente esta redifinición no tiene ningún rigor digno de la RAE, ni atravesará la frontera electrónica marcada por una caprichosa extensión, pero para mí ahora tendrá sentido esa palabra que se me hacía extraña. Esa serie venida a suplantar los litros de toda la vida, aparecida en variaciones de frecuencia por un cubo, negro cubo.

Zorte on


Erdi itsu eta erdi lo ondino. Traketsak dira zure mugimenduak eta inuzenteak ekintzak momentuz. Hamaika begi dituzu begira, eta zuri bost. Inguratzen zaituzten irribarrei ere ez diezu jaramon egiten. Ulertzen ez duten negarrekin egiten diezu erantzun. Beste hainbat bezala sartu duzu burua hemen, gutxi batzuen poztasunerako, beste askoren axolagabetasuna dela medio. Makina bat bizipen dituzu aurretik, batek daki zenbat gauza ikustear, gertatzea. Ongi etorri su, ur, lur eta haizezko bola hando honetara. Kontuz ibili, ez baita erraza bere azaletik ibiltzea. Gozatu biziaz, zurea den bakarra da. Zorte on.

2008/01/31

Real como la vida misma

Estos días he recibido varias veces un correo con la representación gráfica de la vida de un universitario de cuatrimeste en cuatrimestre. Me ha parecido simplemente... eso: real como la vida misma. Paso a reproducirlo:



Primera semana

Segunda semana

Antes del examen cuatrimestral






Durante el examen cuatrimestral

Después del examen cuatrimestral

Antes del examen final






Cuando sabes la hora del examen

7 días antes del examen

6 días antes del examen






5 días antes del examen

4 días antes del examen

3 días antes del examen






2 días antes del examen

1 días antes del examen

Una noche antes del examen






Una hora antes del examen

Durante el examen

A salir del examen






De vacaciones






Y tras esta pequeña serie, toca hacer un obligado resumen del primer cuatrimeste:

Exámenes presentados: 3/5
Calificaciones recibidas: 3/3
Promedio: 7'16666
Promedio total: 3'583333
Créditos restantes: 211'5
Valoración personal: hay que ponerse las pilas, pero satisfactoria, visto lo visto