2008/11/19

Tengo un problema,

ya no me pones. No quiero decir que no me excites. No significa que de la noche a la mañana tus tetas se haya esfumado, ni que haya desaparecido tu culo, que ese vientre -a veces visible, otras a merced de la intuición- huyan de mi valoración, que las camisetas pegadas -junto con pantalones y jerseys- se escapen al juicio de mis ojos. Pero resulta que, de la noche a la mañana, o sin que yo me haya percatado, al menos, no pienso en quitarte cada prenda a mordiscos, no con el mismo espíritu con que lo hacia. Ahora no estás tan presente en mis momentos de onanismo, sólo surges fruto de una obligación, incluida por medio a de una conducción voluntaria de mi imaginación, en lugar de hacerlo vía espontánea inconsciencia. Y, en cualquier caso, no es igual la excitación obtenida, pues ha pasado a formar parte del artificio. Me es tan extraño como esa sonrisa cargada de mentira y engaño que dirijo a quién me merece un desprecio casi insoportable pero tengo la obligación social no escrita de ofrecer. Es más sucio que placentero, más embuste que realidad, aunque nunca formara parte de esa tangible situación. Quiero pero no puedo, y no quiero aunque puedo.


Como propiciado por el chispazo debido a un exceso de tensión, ese hielo que sin aviso ni advertencia se ve abandonado en el más cálido, extenso, solitario y olvidado de los desiertos, impulsado por la innovadora acción de un novel aprendiz de las artes más oscuras -o claras, me es indiferente-, algo ha dado un vuelco en mi cabeza, neuronas, músculos o corrientes sanguíneas que me mantiene boca abajo en unas situación que domino con los pies sobre el suelo. No me invaden escenas lascivas en que te encuentras desnuda sobre una cama, tirada en el sofá, sobre una encimera o apoyada en la primera mesa a a vista. No quiero tampoco que lo hagan. Esa cara mo me sugiere gestos propios del erotismo más sensual, y si lo hace, no son parte carnal ya. Lo que realmente me ataca y produce la sensación que otrora hicieran las escenas descritas, es imaginarme tumbado, recostado, en esos lugares. Junto a ti, no sobre ni bajo, simplemente junto. Haciendo nada, sólo estar. Segundos, minutos o horas, me es indiferente, porque el tiempo en esas situaciones pierde cualquier valor, carece de significado alguno. Ese extraño ente que mueve manecillas, arruga pieles, y destruye la más dura de las piedras, no encuentra su lugar, tampoco se lo hemos reservado. Cerca, muy cerca, tanto que pueda sentirte respirar, y los latidos que a duras penas me mantienen en vida vayan amoldándose lentamente al ritmo de los tuyos, que los pulmones se desplacen suavemente, tanto como les sea posible. Acariciar, como si del más preciado de los tesoros se tratara, tu piel, tus brazos, tus mejillas. Besarlas lentamente, y percibir a través de los labios la tranquilidad de la situación. Con satisfacción y pavor al mismo tiempo, temeroso de que cualquier paso en falso haga tambalearse los cimientos del templo y este caiga, llevándose consigo tesoro, sueños y felicidad. Mirándote con la misma inocencia, sinceridad y travesura con que lo hace esa niña que, sabe, ha hecho mal, en un intento por recibir aprobación, apoyo, simpatía. Esos ojos, delicados, indefensos, espejo de los míos, a merced de todo, ignorantes de nada más allá.

Navegando por la blogosfera, encontré un día la siguiente frase: el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien. Y hoy es el día que me maldigo por haberlo hecho, por haberlo hecho y haber estado de acuerdo en su día. Lo hago, porque cualquier añálisis lógico me induce a la menos querida de las conclusiones. Maldigo haberlo hecho y maldigo la intrínseca manía de analizar las cosas desde una perspectiva ligeramente cercana a la racionalidad. Se contradicen, mucho, demasiado, y eso me incomoda, me obceca, impidiéndome dirigir el tráfico neuronal de mi sistema nervioso a cuestiones, al parecer, más importantes. Creo que tengo un problema, pero tampoco sé cómo encontrarle solución, y tampoco estoy seguro de querer hacerlo.

Vamos, volvemos

No creo que resulte difícil imaginar una situación de convivencia por duración indefinida pero finita, o simplemente reducida con gente, en principio, desconocida. Hagamos un esfuerzo. Pongamos por ejemplo unos campamentos, donde se van a compartir una decena de días nada más. Puede haya quién vea demasiado lejano eso de los campamentos. ¿Qué tal un curso de formación de varios meses? ¿Una escapada de varios días a cualquier ciudad? Elije el ejemplo que más te guste. Pero hazlo ya. Porque nos vamos. ¿Ves el botón que tienes en la tripa? Púlsalo. Siente como vas derritiéndote poco a poco. Empiezan los pies, las pantorrillas, rodillas, ejem, cintura, pecho, cuello, barbillla, ¡plaf!. Últimos segundos para definir destino. ¿Lo has hecho ya? ¿Necesitas unos segundos? ¿Seguro? De acuerdo, aterrizamos. Estamos en tu situación. Tampoco voy a describirla, porque no sé cual es. Pero seguro que hay alguna persona con la que te llevas muy bien. Seguramente lo harás con mucha gente. Incluso, aunque haya alguien a quien no acabas de tragar del todo. Pero tampoco te preocupas mucho. Sabes que el tiempo que vas a estar es finito, y eso te hace ser más transigente, te obliga en cierta manera a disfrutar de la situación y aprovecharla al máximo, a crear un nodo de aire en el mar del que formamos parte tarde o temprano. Pasas por alto pequeños detalles y en mayor o menos medida ríes, disfrutas con quienes te rodean. ¿Me equivoco? De repente, las baterías se terminan y vuelves a tu vida “real”. Ya lo siento, pero el precio que has pagado por leer esto no da para más.


Como decía, estamos de vuelta. En casa, en la universidad, en el curro, donde quieras. Las condiciones de juego han expirado. Tu planteamiento ya no tiene un tiempo finito. Tus preocupaciones o despreocupaciones han sufrido drásticas operaciones. Cambian tus horarios, tus relaciones, tus intereses, etc. En estas circunstancias, resulta doloroso, hasta el punto de presentarse traumático, pretender mantener las arquitecturas creadas. El contexto ha expirado. Me refiero a creer en la viabilidad de una estrecha relación con alguien a quien has conocido en cinco días de vacaciones, allá en un pueblo perdido, y que vive a varios cientos de kilómetros. No estoy alegando su imposibilidad, simplemente planteo que lo lógico es una paulatina muerte de la comunicación. Puede que lo consigas con algunas personas. Esa en la que estás pensado, por ejemplo. Pero sabes, y tu cabeza se pone nerviosa sólo de pensarlo, no tienes tiempo suficiente en esta ni en otras veinte vidas para relacionarte con todas esas personas con quienes has estado a gusto durante un lapso de tiempo determinado y corto.

Sin mucho esfuerzo, podríamos extrapolar esto a una relación de pareja o a una amistad “de toda la vida”. A menudo, resulta peor la defensa de éstas a capa y espada, que la simple aceptación de su mutación. Fue bonito mientras duró, pero desde entonces es una puta mierda, y exprimir el fruto más allá de sus posibilidades sólo puede ensuciar los buenos recuerdos adquiridos. Absurdo sería renegar de cualquier esfuerzo por mantener a flote la nave, más aún, sin embargo, gastar tanto o más material en repararla que en fabricar una nueva. ¿Cuál es la tésis entonces? Una continua reinvención de las relaciones. Una relación son dos personas, pero también el lugar en que se encuentren y el punto que marque el tiempo en sus vidas, con las muchas connotaciones que ello conlleva. Pretender encontrar un modelo generalista para todas las situaciones resulta absurdo, irreal y muy doloroso, sobre todo si caemos en comparación.

Intereses modificados

La memoria, los recuerdos, modifican facciones, cambian prendas, altera lugares, intercambian colores, mueven objetos. Pueden crear situaciones de la nada, con el debido apoyo. O incluso borrar vivencias si resultan incómodas. Resulta difícil cuando la línea imaginaria del tiempo apenas ha comenzado su andadura. Más fácil conforme el inalcanzable final se ve cercano, menos lejano. No es una herramienta fiable. Para eso tenemos los hechos, esas pruebas fehacientes de lo sucedido, para corregir la información modificada y disipar la neblina que todo lo cubre. Una combinación de ambas cosas nos otorga la suficiente seguridad para encontrarnos tranquilxs. Estos últimos, sin embargo, también pueden utilizarse e interpretarse de manera que completen nuestras expectativas, que cuadren con lo que esperamos ver. Basta con, como hiciéramos con los recuerdos, coger los convenientes y obviar el resto. La satisfacción es la meta, la búsqueda de un objetivo o la ausencia de cualquiera, tornada fin en sí misma. De poco o nada sirve oír los comentarios o juicios ajenos, si se ven contrapuestos con los propios. Da igual que todo el mundo afirme lo contrario. No tienen ni idea. Si acaso puede resultar válido ser condescendente, en caso de que nos evite discusiones incómodas, planteamientos inadecuados. ¿Qué sirve entonces? ¿Qué hay que hacer para no caer en interpretaciones meramente subjetivas y, por lo tanto, interesadas? Nada, somos así. Podemos buscar apoyo en cualquier divinidad, incluso en la Diosa Mayoría, pero eso no cambiará la situación. La mayoría, igual que nosotrxs, también tiene intereses, y la capacidad de alterar las cosas con mayor facilidad.

2008/11/18

¡Atención! El egoísmo mata ilusiones

Viernes. Anoche me acosté tarde por culpa de tres dichosos programillas que se negaban a compilar. Tengo que ir al médico a las once, debido a las placas de la gargante. Conclusión: me quedo en la cama. No voy a ir a la uni para dar dos horas y volver. Mi madre me acompaña tras pedirme que, al salir, le ayude a llevas una tele de casa a Algorta. Accedo. La espera se retrasa, pero, y para cuando el médico me da permiso para drogarme son ya casi la una. Por la tarde tengo reunión en Bilbo, con el campamento de julio por tema, y si me quedo a comer sé que me va a dar pereza coger el metro más tarde. Por lo tanto, le digo que marcho, bajo condición de efectuar el traslado el sábado por la mañana. Llego a la uni justo cuando prácticamente todo el mundo ha marchado. Así me lo indican los dos que quedan. Llamada a mi padre y, tras una fugaz visita para revisar dos cosas en la oficina, como un bocata en Ledesma. Reviso el correo, leo dos cosillas y a la reunión. De ahí a la tienda, he quedado para ir a tomar algo. Primera llamada de mi madre: no, ama, no voy a ir a cenar. ¿A dormir? Sí, seguro. Hoy no voy a Areeta.

Cenamos algo en un chino. Poco, pues he merendado kebab. Más tarde, discutimos sobre la credibilidad del argumento tratado en la película Hypercube y la teoría de cuerdas, las dimensiones, el tiempo... en el local de cojines rojos, aunque hayan cambiado de color. Total, que nos dan casi las dos. Mañana he prometido ir a Kukutza, al Gaztetxe eguna. Me proponen quedarme a dormir en Bilbo. Como sé que me va a dar pereza madrugar mañana por la mañana, accedo. Así estaré obligado a despertarme. Antes de acostarme, envío un mensaje a casa para avisar.


Sábado. Hay que abrir la tienda, por lo que el toque de diana se adelanta a las nueve. Dos buses para llegar al metro y cuarenta minutos en éste hasta llegar. Son las once, pero no hay nadie. Llamo a mi madre para ver qué ha pasado con la televisión. Me dice que la llevaron ayer por la tarde. Ducha y telefonazo a Sugoi. El concierto de Pantxoa eta Peio no es a las cuatro, sino a la una. En diez minutos cogemos el metro y enfilamos hacia allí. Concierto, visita al Gaztetxe, que no conocíamos entero y nos deja perplejos, comida pasada por agua en la plaza y bertsosaio. Nada más terminar éste, cogemos, otra vez más, el subterráneo que nos dejará en Areeta. Se celebra la final de eskualde clasificable para el campeonato de Bizkaia de bertsolaritza, y canta una amiga. Tengo mis dudas, de hecho habría puesto la mano en el fuego porque iba a quedar segunda. Pero mi desconocimiento me da una alegría y gana. ¡Ya está clasificada! Al salir, recibo la tercera llamada: no ama, no tenía pensado ir a cenar, vamos a ir a tomar algo.

Me pone la tercera falta, me dice, en tono bromista. Después de dejar a una compañera en Areeta y recoger a dos en Bilbo, llegamos al Sitio. Hablamos, jugamos a los dardos, comemos frutos secos... son casi las dos cuando me dejan en casa. Me habría gustado seguir la fiesta, pero las fechas pesan, y la gente se bate en retirada.

Al cruza la puerta, me encuentro a mi hermano:

- ¿Qué horas son éstas? - me dice.

- Es pronto - respondo desde mi globo.

- Ama está enfadada, prepárate para mañana – informa.

No entiendo el porqué, tampoco es tan tarde. Como cualquier sábado más. Voy a la cocina a picar algo, abro la nevera, y encuentro la razón: una botella de cuarenta y tres por la mitad, con otra de coca-cola como compañera, un cuarto de tarta. Es tu cumple, gilipollas, y estaban esperando que vinieras a cenar para celebrarlo. Pero estabas tan ocupado viviendo a tu puta bola, haciendo lo que te da la gana, que ni siquiera se te ha ocurrido. ¿Tanto esfuerzo suponía pasar, aunque fuera un rato, por casa?