2008/04/22

Complicidad


Todavía tengo la vista nublada, recuerdos del sábado. He ido a clase tras vencer con esfuerzo a la pereza. La verdad es que tampoco he hecho mucho. Cinco horas de clase en las que he copiado todo, he terminado los ejercicios, pero de lo que recuerdo bien poco. De ahí, protegido de la lluvia con un maltrecho paraguas y similar compañía, a comer a casa. Sin haber tragado el último bocado, metro y de visita a sacar de la UVI un pobre ordenador. Otra vez hacia el metro, lo veo llegar, corro, casi me caigo a baja las escaleras, lo mismo me sucede al subirlas, entro por los pelos (aunque resulte gracioso que lo diga yo), y con la respiración entrecortada busco un sitio. Según estoy sentándome, percibo que alguien me mira. Espero a haberme acomodado, extraigo el cuaderno de paranoias de la mochila, y discretamente echo un vistazo a mi alrededor, como quien busca inspiración. Poco más allá, en los asientos abatibles, dos oscuros ojos me miran fijamente. Tan pronto como perciben el cruce, apartan su destino, lo dirigen a la ventana, puerta. Me quedo un poco pillado, y no puedo evitar observar repetidamente a ese joven. Parece tímido, eso expresan sus gestos. Permanece acurrucado, cabeza ligeramente gacha. Las piernas pegadas y los pies bajo el asiento. Juguetea con una bolsa que tiene entre las manos, sin meter ruido, pero sin dejarla tranquila. Inspira inocencia, no sé, parece un buenazo. Él tampoco parece querer dejarme en paz, y en un par de ocasiones más nos cruzamos, chocan nuestras “sutiles” barridas. Nos miramos por unos segundos hasta que la vergüenza, el miedo o yo que sé nos hace apartar los ojos. El caso es que no puedo evitar dejar de hacerlo. Y no sólo me sucede a mí. Me sueno, pero no sé de qué. Se parece mucho al hermano de una amiga, pero ése es más pequeño, éste tendrá catorce años ya. Aquel no paraba quieto, estaba más delgado, casi esmirriado, y muy sonriente. Este parece mucho más formal. Finalmente, con un hilillo de voz, me pregunta:

- ¿Eres amigo de Arrate?
- Sí. ¿Tú su hermano?

Una sonrisa de oreja a oreja me otorga la suficiente complicidad como para deducir una respuesta. ¡Manguan! Que la gente también crece, no sólo tú. En fin, a ver si empiezo a fijarme un poco más en mi alrededor, que para cuando me dé cuenta estaré yendo al funeral de ésx, o vendrá contemplar mi cuerpo inerte. Además, me pierdo muchos detalles, con lo divertido que es simplemente pararse a observar cómo se mueve y actúa la gente.

2008/04/20

Por enésima vez

No, no y por enésima vez ya, no; otra vez más es demasiado. Es verdad que pasamos prácticamente todo el día juntos, si tenemos en cuenta que éste termina a las 14:00 y descontamos los fines de semana. Es decir, cuando no veis. Nos sentamos normalmente juntxs en clase, vamos al aula de estudios y jugamos al mus. No voy a negar que físicamente me atrae. Vamos, hablando rápido y mal, que tiene un polvo. Bueno, unos cuantos. Pero punto pelota. De ahí a interpretar que voy a meterle el morro, que me gusta oq ue saldría con ella, hay un trecho, distancia que no tengo intención alguna de recorrer. Ahora, al menos, no. ¿Las razones? Ya sé que “excusata non petita, accusatio manifesta”. Por otra parte, no sería la primera vez que alguien me acusa de no creerme las formulaciones que yo mismo prentendo defender. En cualquier caso, ahí van:


Si bien es cierto que una persona pasiva no me vendría mal, en oposición a mi, a veces, frenética actividad, tampoco es plan de buscarse la antítesis, como ésta parece serlo. Por lo poco que he podido ver, y aunque me gusta que me den caña (Sugoi dixit), pasaríamos los días de bronca en bronca. Lo cual no está del todo mal sia tendemos a las reconciliaciones, pero acaba quemando irremediablemente. El hecho de tener la residencia desplazada durante los fines de semana, unido a la pasividad ya mencionada, puede derivar en una relación lectiva, con vigencia únicamente durante las horas así consideradas; lo cual influiría irremediable y negativamente en mi rendimiento académico, de por sí ya dudoso, además de fusilar cualquier posibilidad de subsanar los déficit dominicales. No hay que olvidar el pequeño detalle constituído por el hecho de que tiene algo así como un novio. Punto tan prescindible como crítico. Tampoco estoy ahora preparado para suplir ese hipotético puesto, ya que innumerables conflictos me lo impiden. Eso sin contar con que, muy posiblemente, alguna diminuta diferencia ideológica, como puedo serlo la base de nuestra postura, llegaría a dinamitar cualquier atisbo de relación. No son iguales los objetivos, ni el filtro con que buscarlos.

Aunque me encantaría verlo con otros ojos y creer en esos gestos, en las mismas miradas perdidas. La sangre ligeramente helada invade mi cuerpo, caigo y afirmo con rotundidad que no, que es imposible improbable. ¿Por qué? Porque las mariposas no revolotean en mi interior con el suficiente énfasis.

¿Qué problema tiene?

Las drogas están ahí, y se pueden conseguir. ¿Cómo las vas a usar? Es un asunto tuyo y no le importa a nadie más [1].” Algo así cantaba Evaristo, de La Polla Records, hace años. Resulta interesante, no sólo por qué y cómo lo dice, sino porque es una buena razón para hablar de esas substancias que tanta controversia han levantado durante siglos. Cocaína, speed, LSD, marihuana, alcohol, heroína, MDMA, MDA, tabaco, ketamina, peyote, ayahuasca, anfetaminas... Las hay de todas las formas, colores y nombres. Para beber, fumar, comer, untar, esnifar, inyectar e inhalar. Sírvanse y decidan la vía que más rabia les dé, o aquella que les resulte más placentera menos desagradable.

Ahora mismo reina el punto de vista catastrofista a más no poder ante aquellas declaradas ilegales, todas aquellas que carecen de regulación gubernamental y no tienen una empresa como mediadora. Son lo peor de lo peor, porque matan. Y, aunque no te maten, anulan ciertas facetas, te dejan tontx que se dice. Además son adictivas, y ya sabemos que las adicciones son malísimas de muerte, casi todas. Crean una dependencia de la que es difícil huir, y que acaba arruinando la vida de cualquiera.


Todo lo dicho es cierto, hasta cierto punto, pues no puedo evitar la comparación con la televisión, los centros comerciales y todas la pastillas recetadas bajo el amparo de la ley, con ciega fe en sus soluciones, con nulo cuestionamiento sobre su función. Algo tengo claro, y es que una persona sociable, vital, curiosa, implicada y movida no tiene necesidad alguna, en principio, de éstas. Alguien que goza de la imaginación y no tiene problemas de ocio, claramente puede prescindir de ellas. Sin embargo, y aquí está la otra cara, prestemos atención a esos casos en los que su consumo y la tranquilidad o desinhibición que ofrecen ayudan un poquito en ese camino a la tan ansiada felicidad. ¿Qué es peor, sin llegar a la muerte, fumar un cigarrillo de la risa o matar las tardes de los sábados derrochando esos pocos ahorros en la Gran Vía? ¿Qué anula más tu ocio y coarta tus aficiones, el gasto desmesurado de horas frente a la caja tonta o un viaje en compañía?

Un viaje a esas zonas de tu cerebro a las que, aunque podrías, difícilmente lograrías llegar por tus propios medios. Otras formas de percibir esta realidad que te rodea, de reinterpretar los pulsos porque te guías, retirar el filtro que marca tus percepciones y verlas con otros ojos. No pretender esto ser una apología al consumo de substancias non gratas, pues la dama de la guadaña rara vez llama dos veces en estos casos, pero ojalá la mitad de lxs que cogen el coche después de haber pimplado considerablemente decidieran ir al monte y experimentar con LSD entre campas, estrellas y llamativas luces. Me gustaría ver cómo girarían los engranajes si temblaran la mitad de ellos, tuviesen psicodélicos colores otros tantos y fueran unos pocos los que cumplieran escrupulosamente el fin para el que fueron creados. No estaría mal ver a la gente contemplar con indiferencia, o incluso con un ápice de empatia, a ésx que cruza con un aliñado en la boca. Estoy un poco cansado ya de soportar las indiscretas miradas cuando espero al metro, o realizo ejercicios papirofléxicos por alguna calle céntrica. Señora, el tabaco también se puede fumar liado, parece mentira que no viera a Lucky Luke. Además, aunque realmente fuera ilegal, como usted piensa, ¿qué problema tiene? ¿qué satisfacción le produce mirarme con desprecio cuando ni siquiera va a mover un dedo para evitar eso que le corroe por dentro? Preocúpese cuando vaya a agredirla, esté conduciendo o opte por destrozar el mobiliario urbano. Llevo años ya y creo que todavía mi conducta no se ha visto alterada excesivamente a ojos ajenos como para resultar preocupante en grado superlativo. Un poquito de por favor.
--------------------------------

[1] No Aburras – La Polla Records

Crítica, actitud

¿Malo o bueno? ¿Estúpido o inteligente? ¿Frío o caliente? ¿Blanco o negro? No hay lugar para el gris. La radicalidad, el extremismo en las acciones te define. No hay lugar para términos medios, situaciones a caballo entre la ciudad de la verdad y la mentira.

Empleando términos bélicos, o estás conmigo o estás contra mí. La indiferencia se torna sinónimo de enemistad. La simple duda te catapulta al punto de mira. Una actitud de diálogo y comprensión en favor del enemigo no es más que una acción de traición a la unidad del pelotón.

Actitud simplista, infantil e irracional. Acorde con “el fin justifica los medios”, que defendía Maquiavelo. Y tan absurda como su aceptación en términos generales. Sin sentido alguno, dando por supuesto que el fin lleve implícita la resolución del conflicto. Loable, sin embargo, si el simple hecho de promover una guerra sin cuartel se torna fin.


El científico que, lejos de buscar, analizar y concluir tras muchas pruebas la veracidad de su tesis, modifica éstas como mero medio de justificación, ni es científico ni es na’. Manos, si cabe, en caso de que quede demostrado que su objetivo consistía en la adquisición de poder y enaltecimiento de su persona en la comunidad, en lugar de defender los valores que promulga. El conocimiento de la verdad, absoluta o no, el juicio que responde a ello es dependiente de cada unx, pasa ineludiblemente por un punto de indeterminación, de duda, de cuestionamiento. La defensa de una interpretación propia como hecho objetivo o universal es muestra inequívoca de falta de carácter crítico y lógico. La defensa irracional de una posición es puerta de la inseguridad y el miedo, reflejo del desconocimiento.

¿Malo o bueno? ¿Estúpido o inteligente? ¿Frío o caliente? ¿Blanco o negro? No hay lugar para el gris. La radicalidad, el extremismo en las acciones define tu posición. No hay lugar para términos medios, situaciones a caballo entre la ciudad de la verdad y la mentira.

Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos.
--------------------------------

A continuación, añado un texto de Eric Fromm (seguidor de Sigmund Freud), parte del todo que es “El arte de amar”:

"Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de la angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatividad humana.

[…]

El hombre moderno está actualmente muy cerca de la imagen que Huxley describe en “Un mundo feliz”: bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante, sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus semejantes, guiado por los lemas que Huxley formula tan sucintamente, tales como: “Cuando el individuo siente, la comunidad tambalea”; “Nunca dejes para mañana la diversión que puedes conseguir hoy”, o, como afirmación final: “Todo el mundo es feliz hoy en día”. La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”."

2008/04/15

Ácida y locuaz


Creo que me he enamorado. Otra vez. Y ésta es grave, muy grave. La chica es un poco más joven que yo, entre dos y tres años, no estoy seguro. Tiene algo en la cara que mantiene a quien la mire anonadadx, atónitx, estupefactx. El cuerpo no es ninguna maravilla, tampoco se preocupa por exhibirlo. Del montón. Pero su personalidad, la forma de ser, es, es, no sé definirla. Tiene un sentido del humor ácido, siempre irónico, con cierto punto de sarcasmo a veces, como método de protección. Es locuaz, pero no charlatana. Habla mucho de los pocos temas que le atraen, en los que se queda sola. Le encantan el rock de los setenta y las películas de miedo (creo que en este punto habría que depurar diferencias). El resto del tiempo es simplemente cordial, aunque a su extravagante manera. Es independiente, y tan madura para su edad como inmadura en momentos concretos. Es fuerte, pero como a todo el mundo, no puede evitar que se le caiga el alma a los pies de vez en cuando. Despreocupada en apariencia, pero un poco responsable en el fondo. Su nombre le viene como anillo al dedo. Lo adquirió de la diosa del matrimonio y de ella lo cogió prestado un mes también.

Sólo tiene cuatro problemas, puestos a encontrárselos, que me impiden pedirle matrimonio mañana mismo. El primero es que acaba de tener un hijo, bueno el año pasado. El segundo que vive en América del Norte. Tercero, tiene novio y le quiere. Y por último, no por ello menos importante, sino peor, nació de un viscoso líquido negro, y en él vivirá por siempre. A mí llegó a través de pixeles convenientemente alineados, pero se trataba de una apariencia temporal. Tinta fue, tinta es, y tinta será. Una pena, pero, ¿qué le vamos a hacer? Esperar y soñar . Total, ambas cosas salen baratas.

Se dice rápido

¿Y si te agarro de repente y te dejo sin respiración con el abrazo más fuerte del mundo? ¿Si te estampo mis labios en esa sonrisa? Para que pequeños pulsos de plcer salten de unx a otrx, cargas de amor que invadan cada célula, como el peor de los cánceres, como la más dolorosa de cuantas enfermedades se han concebido. Y no tener que mirar por el rabillo a esos ojos que nos observan cada vez que me acerco, que te agarro. Poder bailar sin presión ni preocupación y reír y mirar. Que la complicidad se eleve a lo inconcebible por medio de esas caricias fortuitas, miradas indiscretas. Montar nuestras guerras de manos en un sofá al salir de clase, o en la más alejada de las campas. Disfrutar de ellas a la luz de cualquier sol, luna, farola o focos de coche. Besarte al tiempo que nos envuelve una suave brisa y todo el pueblo pasea a varios metros, ajenxs a nosotrxs. Una suave brisa, un vendaval, o nos sofoque el crudo calor estival. Ver películas, muchas, y escuchar música, y jugar al parchis, al mus, al tute, al teto, al Scatergories o al Monopoly. Comprar con él todas tus acciones, o conquistarte en el irreal mapa del Risk. Y correr calle abajo, porque el último metro está a punto de partir y se nos ha alargado el beso de despedida. Escapadas de finde semana en autobús a la soledad que nos regale el más inesperado de los pueblos, placentera soledad. Y matar el tiempo de un bofetón, y revivirlo una y otra vez por medio de incesantes reanimaciones boca a boca. Un abrazo sudoroso tras haber ascendido el monte más feo, pero precioso a nuestros ojos. Salvarnos de esa hipotética ola que nos separe en la playa donde no levantan un palmo del suelo. Pedalear como condenadxs hasta el final de ese rojo camino. Y soñar, y seguir soñando, y no parar de hacerlo despiertxs. Decirnos que va a ser para siempre, creer que así va a ser. Hacer caso omiso del doctor, de ése doctor de los deseos. Volver a jugar con el tiempo, reírnos de él una vez más, cachondearnos de cualquier pasado o futuro. Parar los relojes en el presente, en nuestro preciado, ansiado presente.


Otro domingo más con déficit afectivo. Y ya van 93. Se dice rápido: no-ven-ta-y-tres. Pero a veces resulta más duro de llevar. Contados un a uno, sufridos poco a poco.

2008/04/07

Una vez más


Por un momento quedan cegados mis ojos, fruto del contraste entre el brillo del exterior y la oscuridad reinante en el local. Unas pocas escaleras me invitan a bajar. Lo hago despacio, acostumbrándome poco a poco al ambiente. Atravieso la estancia, tan cálida como lúgubre, dejando a mi izquierda los farolillos que iluminan la barra. Conforme esquivo un par de prismáticas gruesas columnas, a mi derecha veo un par de parejas conversar tranquilamente. Unxs sentadxs en el gran banco corrido de madera que une las cuatros mesas. Otrxs en pequeños taburetes. Sonrientes, absortos, ausentes. Subo un peldaño y tomo sitio en el rincón, junto a un decorativo confesionario. Nos quitamos las chaquetas y dejamos sobre una pequeña circunferencia roja lo que nuestros bolsillos contenían. Un leve tintineo acompaña el gesto, pues, aunque no nos habíamos fijado, la mesa es de cristal. Acércome a la barra: uno con leche y una pica en vaso de cubata. De vuelta en la silla, comenzamos una distendida charla, a la luz de un solo foco que ilumina el centro del círculo. Alrededor de ese brillo discurren palabras, sonrisas, guiños...

No se trata de otra conversación más, sino de una caracterizada por el conocimiento, las ganas de conocer, de saber sobre la otra. Aflora una aparente sinceridad, conductora del diálogo, aún sin poder desbancar al humor y la omnipresente seriedad, fruto de algunos temas tratados. Dos ojos atentos, tanto como brillantes, uno de ellos medio cubierto por hebras de, ahora, centelleante dorado, me observan. Se apartan de vez en cuando, forzados a atender llamadas de la memoria. Pero vuelven para transmitir esa confianza indescriptible, a la par que increíble.

Entre historias, anécdotas, dudas y afirmaciones giran dos pequeñas manecillas. Una de ella está ya a punto de concluir su, pausada pero segura, segunda vuelta. Es tarde ya, bien haríamos en abandonar y no alargar hasta el aburrimiento un placentero recuerdo. Chaquetas a los hombros y ojos entreabiertos, ascendemos las escaleras que, tras atravesar dos pesadas puertas de cristal, nos devolverán a la calle, la misma donde la semana tiene siete días, cinco de clase, donde hay horarios, y nos vemos jugando al mus, donde sólo cruzamos guiños en digital, y lenguas en informática.

Tras estas horas, ha quedado definitivamente descartada cualquier relación, hundida toda esperanza. A veces la confianza da asco, y así lo hubiera sido si otros factores no hicieran dar botes al orgullo dentro de mí, a pesar de las afirmaciones recibidas. La negación de ciertas opciones se ha visto con creces igualada, e incluso superada, por el reconocimiento de otras facetas.

La duda de si la sinceridad percibida lo era o simplemente se trataba de una sensación coartada, sólo el tiempo podrá demostrarlo. Y para eso es requisito imprescindible otorgarlo. Esperemos, pues, una vez más.

Yo más

Hay ciertas actitudes que me repatean sobremanera los órganos genitales. Me empujan a salir escopetado de mis casillas, como si éstas ardieran fervientemente.

Las drogas se han consumido en todas las sociedades, de distintos tipos y variadas formas. En cada una de ellas se han creado rituales en los que proceder a dicho hecho y se han controlado, en cierta manera, los efectos. Desde hace poco, hemos asistido a la globalización, de las drogas también, lo que ha supuesto el acceso a un sin fin de substancias que no se saben consumir, por lo que la vía escogida ha resultado ser la hedonista. Esto no supondría ningún problema si quien se droga adquiriera el control facilitado por el ritual. Como la inteligencia no abunda, quitado el ritual, desaparecido el control. Las drogas son el método para perder cualquier vergüenza y renegar del llamado sentido común, donde incluimos irremediablemente la educación. Es por esto que el número de impresentables se multiplica los días de fiesta.


Hay que decir que los efectos son muy variados: mientras en algunxs reina la incontinencia verbal, es la agresividad protagonista en otrxs. Mi postura ante esta situación es clara: métete lo que te dé la gana, pero déjame en paz. Si quieres ponerte hasta el culo, luego líate a cabezazos contra la pared. A mí déjame en paz. Y, si puedes, a los contenedores también.

Por otro lado, nos encontramos con la seguridad de cada unx, su valoración personal, la imagen que de sí mismx tenga. Aunque odiosas sean las comparaciones, son tónica habitual en cualquier faceta de nuestra vida. En cierta medida puede ser bueno, pues el análisis de lo que nos rodea ayuda a avanzar, progresar. Claro que hay que ser conscientes de que a perfección dista mucho de ser alcanzable, por lo que no hay persona capaz de ser “la mejor” en todas las facetas. Entrecomillado lo he escrito, al estar caracterizada por la subjetividad esta cuestión, no me está permitido el uso de absolutos. Por supuesto, esto es algo que mucha gente no entiende, comparte.

Si unimos el poco o nulo dominio de nuestros actos bajo efectos de ciertas drogas, con la comparación respecto a lxs que nos rodean, un cierto temor a que alguien sea “mejor” y, aunque hasta ahora no lo haya comentado, una prepotencia desmedida, la boca más grande de lo normal y poco o ningún sentido común, tenemos muchos posibilidades de llegar a situaciones tan cómicas como desesperantes. Cómicas por lo absurdo que las caracteriza, por llegar a justificar el "yo más" con una afirmación de tus cualidades como jugador de petanca en superficies semiheladas y bolas de aleación. Y desesperante porque las palabras entrecomilladas parecen ser el único vocabulario, fuera de cualquier lógica o atisbo de argumentación, sea cual sea el tema de discusión.

Una vez más, me veo invadido por la ascopena, sin ningún remedio. La impotencia y la pena, el desprecio piadoso, o la piedad despreciada. Respuestas incontrolables ante actitudes que se me hacen despreciables, absurdas y en las que no encuentro beneficio aparente, más allá de la alimentación de un EGO en situación de inanición.

Aquellos quince años

El mayor fallo de seguridad en cualquier sistema son las personas. De poco sirve guardar con recelo cualquier información, si la guardamos en cualquier sitio cuando marchamos de vacaciones. La falta de cuidado puede derivar en que nuestros preciados escritos acaben tirados por el suelo, a la vista y alcance de la primera persona que pase y fije sus ojos en ello. Así es como, casualmente, llegaron a mis manos recientemente los textos, en principio anónimos, que paso a reproducir. Para facilitar la lectura, he completado las palabras y cambiado alguna que otra letra, pues las “v” también tienen derecho a aparecer en un texto.


Aviso a navegantes: los nombres han sido convenientemente modificados para preservar el anonimato de las afirmaciones. Una cosa es encontrar algo en la calle y otra diferente publicarlas explícitamente con datos suficientes para que cualquiera pueda identificar a lxs autorxs. El objetivo es meramente sociológico, no perjudicial.

- ¿Con quién, cuándo y dónde quieres perder la virginidad?
- Contigo, este finde, donde quieras.

- ¿Qué talla usas?
- Pasa palabra (90-95)

- Ven a mi casa a hacerlo. ¿Cuando quedamos?

- ¿Quieres tener hijos?
- Sí, pero no contigo.

- ¿Tú te liarías conmigo? Va en serio.
- No se... Es que, a ver, en plan, ahora tengo todavía a Ander en la cabeza... Pero dentro de un tiempo no lo sé. ¿A qué viene esa pregunta? ¿Se lo preguntas a todas o qué? A Miren, luego también están Esti, Garazi...
- No, yo a Esti no se lo he dicho, ni a Garazi, sólo están buenas. Y a Miren, pues porque estoy loco. Y a ti porque de repente me ha pasado que me gustas, no sé.
- ¿Yo gustarte? ¿Cómo es eso, peque? Jaja, y tanto que loco... ¡Me cago en diez! No sé tío...
- Que no sé, que de repente desde tu casa estoy pensando en ti y cuando hablas de Mikel y Asier me jode.
- A ver enano, ten por seguro que yo con Asier no quiero y Mikel es mi amor imposible, y que nunca me voy a liar con él porque Jon está en nuestra clase y porque Miren es mi amiga. ¿Qué pasó en mi casa, pues?
- Pues que casi la lío. Fui a tu cuarto, y estabas oyendo música. Te iba a entrar pero entró Jon de repente, y porque estaba tu hermano.
- ¿A quién más se lo has contado?
- A nadie.
- Ok.
- No digas a nadie, eh.
- No, tranqui.

- ¿Y si es para volver con Ander?
- Tampoco.
- Ander por lo menos te tocaba la teta, ¿no?
- ...

- Peio, ¿qué te pasa? Llevas unos días que no me hablas y no se por qué.
- No sé.
- Peio tío... ¿qué te pasa conmigo?
- Pos que te quiero, y tú no.

- Lo de follar te decía en serio. ¿En el jolasordu te enseño?
- No, gracias. Hay que dejarlas crecer. ¿cómo es tu chica perfecta?
- Como tú.

- ¿Tú me quieres más que a un amigo normal?
- Te quiero más que a un amigo normal, porque eres uno de mis mejores amigos.

- Si Ander te entrase, ¿qué harías?
- Quitarme.

- Si alguien lo hace, ¿por qué crees que lo hace?
- Por ganas. ¿Por qué va a ser? ¿Por amor?

- ¿Con cuanto años quieres el primero?
- 24-25 o así.

- ¿Quieres algo pero no puedes?
- Muchas cosas: volver con Ander, adelgazar, sacar las pedazo de notas, moto...


Confesiones transitorias: Qué recuerdos de aquellos quince años, tan cercanos como lejanos en la memoria. Qué poca vergüenza teníamos, y menos que tienen lxs que ahora gozan de esa edad. Eso sí, parece ser que los intereses no han variado en absoluto, si acaso se han reducido a los temas más importantes. Al romanticismo le han pegado una buen patada en la entrepierna, aunque siempre le queda soltar algún ligero apunte con el hilillo de voz que le cede el insoportable dolor.

Las clases siguen aprovechándose igual, atendiendo con gran interés a la materia, y dejando las conversaciones menos trascendentales para los ratos de ocio. Al menos conservan los apuntes, en lugar de tirarlos. Aunque sea sólo para escribir por la parte de atrás. Se ve que las campañas de concienciación han hecho mella en los hábitos de reciclaje.

Si algo me ha traído recuerdos especialmente llamativos, eso ha sido la sinvergonzonería reinante, esa falta de cualquier pudor y la sinceridad que rebosa por encima de todo. Nunca es mal momento para añadir ésta como sinónimo de sobrehormonación en nuestro querido diccionario.