2007/10/29

No puede ser, princesa

Yo sueño con ir a L.A., dejar un día esta ciudad, cruzar el mar y dejar con él todo atrás [1]. Tú esperas la fecha para volver, otra vez más. La elegancia y exclusiva calidad de mis prendas, la exhaustiva selección de sus motivos, el detalle con el que selecciono cada prenda y complemento dista considerablemente del tuyo. Mi plan de fiesta ideal no tiene relación alguna con el señor Pacman, a no ser que se introduzca indiscretamente en la conversación. Cambian las drogas, el lugar y el ruido ambiental. Prefiero un sofá al cine. Prefiero películas moteadas a las que ahora abarrotan las salas. Puede que por el pequeño espíritu nostálgico que me hace añorar tiempos y situaciones no vividas. La autarquía en que vive mi música apenas le permite ampliar sus miras y relacionarse lo más mínimo con las demás sintonías que escupen los altavoces de una radio cualquiera. Mucho menos las bases que me recomiendas.


Las princesas se enamoran del pueblerino en las películas, alimentando su amor por el afán de aventura, de sentir algo prohibido. Recaen en un amor tal que olvidan de un plumazo quienes eran, qué gustos tenían, qué aficiones. Pegan un salto, eso sí, a la nobleza y viven felices comiendo perdices.

Como bien nos recordó el profesor de cálculo hace poco, las películas eso son, películas. La realidad dista mucho de ellas, y en esta la amnesia temporal por enamoramiento no tiene tanta fuerza. Como mucho, adelgaza.

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[1] Cadillac Solitario – Loquillo y trogloditas

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