Los pelos se han endurecido, han adquirido una consistencia casi metálica. Intentan introducirse poco a poco en el cráneo, como si de alfileres se tratara. Miles de alfileres impulsados por una fuerza invisible presionan y se clavan con ahínco en mi cabeza. Los nervios parecen haberse unido a la fiesta y desde dentro atacan de igual manera a mi organismo. No respiro con la soltura habitual; los pulmones requieren de un esfuerzo sobrehumano para recolectar oxígeno; su ritmo se acelera fuera de todo control. El corazón sigue su ritmo y con cada pulsación siento los alfileres clavándose en él. Soy incapaz de centrar la vista en mi lectura, no puedo leer más de tres palabras seguidas, el velo blanco que todo lo cubre me lo impide. Opto por guardarlo todo y mirar por la ventana. No veo nada, pues ya es de noche y sólo llegan a mis retinas, sangrantes ya, los reflejos del interior del vagón.
¿Por qué estoy así? No tengo más quehaceres que ayer. La lista de tareas pendientes apenas ha crecido en estos útimos días. Y sólo he perdido una tarde, cinco míseras horas. Sin embargo, aquí estoy, sin poder concentrarme en nada, simplemente observando, dando vueltas a todo y a nada al mismo tiempo, ni busco ni encuentro conclusiones, me taladra la idea de quedarme, de no llegar a la penúltima estación. En fin, ante todo mucha calma, tranquilízate, que mañana será otro día. Dentro de poco llegaré a casa y me tumbaré a descansar antes de que esto acabe en siniestro total.
Maneras de vivir – Leño
No hay comentarios:
Publicar un comentario