2007/04/25

El Amor

Ilusión pasada, ilusión alimentada por la sociedad, por la tradición, pero ilusión al fin y al cabo. Ilusión alimentada por la posesión, por la incapacidad de diferenciación entre atracción y afecto. Podríamos definirlo, rápidamente como la capacidad de parar el tiempo al estar con una persona, de anonadarnos observándola, escuchándola, atendiéndola. Podríamos, del mismo modo, preguntarnos qué nos hace cambiar la imagen de un amigo por la de nuestra pareja en dicha definición. “Somos capaces de sentir cariño, afecto… querer en definitiva a más de una persona al mismo tiempo” afirmaba un artículo del fanzine “Alejandra”, continuando con “¿por qué sin embargo cuando hablamos de amor parecemos incapaces de amar a más de una persona?”

Y es que, a menudo, el paso del afecto a aquello que denominamos “amor” no va más allá de una noche desenfrenada. No son pocas las parejas que permanecen juntas largo tiempo como ejemplo de clara felicidad para al final seguir caminos diferentes. “Mi mujer y yo fuimos felices durante 20 años. Después, nos conocimos.” Dijo una vez Rodney Dangerfield, y razón no le faltaba.

En estos pocos años que llevo paseándome por la Tierra, y a lo largo de los últimos cuatro días en los que he tenido un reflejo del uso de la razón, no son pocas las niñas, jóvenes, chavalas, mujeres que he creído amar, dándome cuenta ahora, en una época no especialmente optimista quizá, de que ese amor era de usar y tirar, fabricado en latex y a la venta en paquetes de tres en el baño de algún bar.

Puede que la edad sea un buen símbolo al que achacarle la culpa, pero en estos momentos, echando la vista ligeramente atrás, me doy cuenta de que las personas que más me han atraído por su forma de ser, no comparten lista con aquellas que me han gustado, en buena parte de los casos.

A pesar de todo ello, no logro borrar de mi cabeza la estampa “feliz” de un abrazo antes de dormir, de un beso que rice hasta el último pelo de mi cuerpo, el sonido de una voz dulce que atienda mis paranoias e incertidumbres, de poder ser, al mismo tiempo, apoyo para ella. Me siento incapaz, sin embargo, de separar todo ello de un atractivo sexual.

En una construcción social monogámica, que impulsa la familia tradicional (padre, madre e hijos), busco aquella pareja que más me atraiga de entre las que me entran por el ojo, en lugar de escoger la más atractiva de cuantas alcanzan mi cabeza.

La estampa descrita permanece aún en mi memoria, y lo seguirá haciendo por muchos años, sin duda, pero ahora más que nunca no puedo dejar de recordarlo como una ilusión pasada, una falsa ilusión obcecada. La perspectiva temporal aclara ciertos puntos y es ahora cuando veo que, por haber dejado desviarse a mi sangre la rutina, ese monstruo contra el que debe luchar constantemente la pareja [1], logró engullirla una vez expirado el tiempo de garantía.

Compruebo, al finalizar estas líneas que, tras haber comenzado hablando del amor, he terminado centrándome únicamente en la pareja, dejando a un lado a amigos, familiares y naturaleza. Al final resulta cierto que yo soy yo y mis circunstancias [2]. Circunstancias que, en este caso, me han traicionado. Dejaremos, por lo tanto, la continuación del análisis de tan curioso concepto para otra ocasión.

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[1] Honore de Balzac, modificado. Original: “El matrimonio debe luchar constantemente contra un monstruo que lo devora todo: la rutina.”
[2] Ortega y Gasset

2007/04/24

Mariposas

El guiño de un coche al marcar con el intermitente, la facilidad con la que la boca del metro engulle gente, el orden del impresionante ejército de farolas, siempre firmes… La imaginación, esa extraña parte de nuestra mente, esa capacidad para alterar la realidad, convirtiéndola a nuestro antojo, la llave que nos llevará al mundo de OZ, o nos hará caer por la madriguera del conejo, es una de las mayores armas que nos llevarán al camino de la felicidad, virtual y real. Con ella podemos hacer que las cosas parezcan no ser lo que son o, mejor dicho, que sean lo que a nosotrxs nos parezca que deben ser.

Así, la vida puede volverse sueño. Aunque, por desgracia, se trate de una afición que tienda a perder fuerza con los años. Tomada, a menudo, como una actitud infantil, o dejada a un lado por el cansancio de la vida. Los niños son, sin duda, con la inocencia que les caracteriza, quienes más partido le sacan. Basta un palo para organizar una batalla entre barcos pirata, una cuerda para huir de la gran serpiente, o un libro para huir de la guerra.

Hace años pudimos ver el reflejo de ello en la pantalla, cuando un padre jugaba a salvar a su hijo en “La vida es bella”. Recientemente ha llegado también “El laberinto del fauno”. Mucho más fantasiosa, indudablemente, pero igualmente conmovedora. Deja ver, demasiado idealmente, quizá, cómo una niña hace frente, consciente o inconscientemente, a una vida en absoluto agradable, después de una cruda guerra civil.

Mientras franquistas y republicanos se matan entre sí a golpe de fusil, ella cruza su propia batalla con hadas y un desagradable fauno, en contra de sapos gigantes y toda clase de monstruos. Así, huye de la pesadilla que le rodea, vuelve juego la muerte.

“Tienes la cabeza llena de mariposas” dicen a menudo. ¡Qué bonito es vivir con ellas alrededor! Y sentirte libre de poder hacer cuanto quieras, donde y como sea.

Impotente

Nuestras acciones nos definen, más cuanto menor sea el grado de racionalidad y consciencia con que las llevamos a cabo. Una vez superado el qué dirán o lo políticamente correcto, cuando nos da igual lo que aquellos que están a nuestro alrededor opinen de lo que vayamos a hacer o decir, entonces, es cuando se ve cómo somos realmente. No es fácil, pero, llegar a tal situación. Es necesario un grado relativamente alto de confianza, aunque resulte solamente virtual, o ampararse en la siempre eficiente excusa de las drogas.

Tras compartir charlas en bares, noches de fiesta, tardes de parque, o películas de sofá, en ambiente distendido y tratando temas de lo más variopinto, cualquier persona con un mínimo de capacidad de observación aprende a adivinar por dónde va a salir la compañía. Aunque no siempre acierte, puede intuirse de una forma u otra.

No me considero en absoluto el ejemplo de la transparencia, y la formalidad. Porque me caliento fácilmente, en primer lugar, y porque significaría una dilapidación colectiva, ya que, ha quedado probado que la imagen de uno es directamente proporcional al número de caretas que esconda. Sin embargo, me tengo por una persona bastante coherente con respecto a las ideas que transmito, fruto de mi cabezonería muy posiblemente. Y, a pesar de quedarme un buen trecho aún por recorrer, argumento en la medida de lo posible las opiniones que expreso y las acciones que realizo. Es cierto que a menudo hablo “al pedo”, y es ese uno de los pasos más grandes que me quedan por dar: callarme. Pero intento razonar, darle vueltas a la cabeza (en exceso quizá) y formar una actitud lo más correcta posible.

Si la imagen que doy se parece mínimamente a la que tengo, que sin duda estará sobrevalorada, no entiendo cómo pueden seguir tratándome y temiéndome como si tuviera 13 años todavía. Ni soy el ejemplo de la madurez, ni pretendo serlo. Pero creo estar lo suficientemente cerca como para ser capaz de afrontar que alguien prefiere otras compañías a la mía. Que simplemente no se encuentran a gusto conmigo. Que les agobio.

No entiendo entonces por qué me huyen, evaden, ignoran, mienten... ¿He levantado la mano alguna vez a alguien? ¿He saltado al cuello? ¿He tirado alguna silla por la ventana? ¿He insultado infundadamente?

Me equivoco. Todavía no he alcanzado la perfección. Aunque puede que algún día lo haga, no lo niego. Pero no puedo arrepentirme ni culparme de cuanto ha sucedido este último año. Tengo la extraña sensación de no haberme equivocado.

Es entonces cuando pienso en ello y no puedo evitar frustrarme, sentirme imponente (no sexualmente, por suerte, en ese sentido únicamente desaprovechado ) por quedar como mentiroso, salido, degenerado, inmaduro… por no dignarme a ceder, por no dignarme siquiera a probarme una careta para la foto. No puedo salir de mi asombro al ver cómo quien hace unos meses me escuchaba y atendía a cuanto me pasaba, cambia diametralmente para decirme: me parece muy bonito lo que me has dicho, pero creo que es todo mentira. No puedo evitar sentirme impotente por estar ahora mismo a punto de reventar, por personas que, al fin y al cabo, no me aportan nada.

Acabo de leer de pluma de una amiga, que se siente demasiado pequeña para ir a la universidad el año que viene. Que quiere empezar una etapa nueva, sin olvidar la anterior. Yo, por el contrario, no puedo desear con más ganas el cambio. Sin duda echaré de menos el no hacer nada, la relación con muchos de los profesores y trabajadores de Ikastola donde, al fin y al cabo, he pasado 15 años de mi corta vida. Pero no soporto más las niñerías, los piques y actitudes infantiles. No soporto estar relacionándome con las mismas 40 personas que creen conocerse y cuyo desconocimiento no tiene límite. Quiero pasar a cruzarme a la gente por la calle y saludarles únicamente, o quedar un sábado para tomar unas copas. Quiero ver todos los días sólo a aquellas personas que lo merecen. Quiero olvidarme del sentimiento impuesto de colmena, según el cual todos debemos llevarnos bien, simplemente llevarnos, por compartir centro. Donde el grupo siempre tiene la razón. O, en su defecto, la cabeza.

No lo sé

- Dices que muchas de las cosas que das en clase te parecen una pérdida de tiempo. ¿Te aburres?
- Soberanamente además.
- ¿Por qué?
- Porque aprendemos demasiado de memoria, sin interés, simplemente por llegar al examen. Después de dos evaluaciones pasadas ya, sólo ahora he conseguido no dormirme en clase de historia. Simplemente porque ahora me interesa la época.
- ¿Crees que se puede mejorar?
- Viendo mi actitud y la del resto de la clase frente a muchas materias lo veo complicado. Aunque sí podrían volverse más prácticas las clases.
- Pero, aún así, te preocupas por aprobar.
- Por no suspender, sí. Aunque sin mucho esfuerzo.
- Y tienes pensado seguir estudiando, ¿no?
- Una ingeniería, sí.
- ¿Por qué?
- Supongo que por llegar a ser algo el día de mañana.
- ¿A ser algo? ¿Qué quieres decir?
- A tener un trabajo con buen sueldo, una pareja estable, una casa, algún hijo…
- ¿Te ves teniendo hijos?
- Ahora mismo, no. Me da miedo verme con cuarenta años trabajando mil horas para sacarlos adelante, para volver a casa y tener que ocuparme de ellos, además, después, y más importante, atender a mi mujer o pareja. No me atrae en exceso la idea de formar una familia para, después de un tiempo, darme cuenta de que vivo amargado y acabar dejándola. Pero, al final es lo que busca todo el mundo, ¿no?
- Será. ¿Cuándo crees que llegarás, si lo haces, a eso?
- Buff, bien pasados los treinta, al menos.
- ¿Tus padres con cuantos años te tuvieron?
- Con 28.
- ¿Por qué esperas tenerlos tan tarde entonces?
- Tal como veo a los amigos con los sueldos y buscando la hipoteca menos abusiva, no creo que pueda antes.
- ¿Tan mal está?
- Hombre, a cuarenta años, por el momento, y endeudando a tus herederos. No quiero ni pensar cómo estará el percal cuando llegue yo. Y no tengo papis con dinero para regalarme un pisito en el centro cuando me aburra de vivir en casa.
- ¿Por qué crees eso?
- Me gusta pensar que por el capitalismo atroz en el que vivo. Por esta sociedad donde o comes o te comen, donde las puñaladas están a la orden del día en el trabajo.
- ¿No te gusta el sistema en el que vives?
- En absoluto.
- Pero ¿estás hablando en general o de tu país en concreto?
- País, jeje, curioso concepto. Hablo de ambas cosas. En general, a nivel mundial, veo día a día en las noticias cómo los Estados Unidos abusan de poder imponiendo su modo de hacer las cosas por doquier, por simple beneficio propio. Al lado de casa, aunque todavía la gente no va con pistolas por la calle temiendo que el vecino les ataque, poco a poco están copiando las costumbres de los americanos.
- ¿Por qué te ha hecho gracia lo de país?
- Hace unos meses que me planteo qué es exactamente. Antes creía que era un grupo de gente que comparte idioma, tierra, costumbres… Pero resulta que en muchos aspectos comparto tanto y tan poco con un vecino de Getxo como con un asturiano o un guatemalteco. Desde pequeño he oído que mi país está formado por siete provincias, que oficialmente están separadas en dos estados. He crecido oyendo que no se acepta la categoría de país en ellos y que se persigue a los que piensan así. Poco después he podido comprobar las burradas y atentados contra derechos humanos, presuntamente básicos, que se cometen por ese conflicto. Por un lado aferrándose a una teoría que tiene un siglo escaso, y por otro alegando una unidad inexistente. A estas alturas me avergüenza ser señalado por decir que soy español aquí y vasco en la provincia vecina. Más que avergonzarme, me da pena haber llegado a tal punto de ceguera.
- Define burradas.
- Por un lado matar a golpe de bombas y tiros. Por otro, hacerlo mediante torturas, pudriendo a la gente en la cárcel. Meterlos en ella sólo por su ideología. Perseguir una cultura por obtener votos. Que la gente se dedique a descojonar mobiliario urbano y transporte al son de bolazos de la policía. Mientras éstos, de paso, apalean a personas cabales que intentan manifestar su opinión pacíficamente en un pueblo donde se les ha vetado el derecho a hacerlo.
- ¿Cuál crees que es la solución?
- ¿A cual de las dos cosas?
- A ambas.
- Bueno, al fin y al cabo están estrechamente ligadas de alguna manera, ya que la unidad a la que algunos apelan no deja de ser una conveniencia económica, fruto del capitalismo. Utópicamente me atraen muchas teorías tan amplias como lo son el socialismo o el anarquismo. Pero no conozco suficientemente los entresijos de éstas como para decantarme por una u otra. La base, creo, es tratar a las personas como personas, al margen de dónde hayan nacido, con quién se vayan de fiesta, qué ropa vistan o cual sea el puño que levanten. En cualquier caso, aunque luchen por una igualdad, cabrones seguirá habiendo en todas partes, y de la misma forma que ahora hay quien vive y lucha porque la sociedad siga así, habrá quien intentaría por activa o por pasiva la diferenciación.
- Aún así, una gran mayoría debería poder controlar a los pocos que se revolucionan, ¿no crees?
- Suponiendo que la mayoría llegue a hacerlo, sí. Pero esa posibilidad está lejana aún. Entre quienes luchan por un control cada vez mayor y aquellos que defienden las libertades, estamos la gran mayoría, que chillamos, nos enfadamos, y otorgamos. Nos revienta el estado en que estamos, pero optamos por buscar una vida modelo, como ya te he comentado, antes que correr el riesgo de perderlo todo.
- ¿Todo?
- Todo lo que creemos tener, que sentimos nos pertenece. Como la casa, a nombre del banco. O el trabajo, de donde nos echarán el día de mañana para colocar a un chaval más joven, con un currículum más extenso, o al hijo de algún conocido del vecino de la prima segunda del jefe.
- No me has contestado a la pregunta.
- Perdona. Entre unos y otros estamos los que aceptamos la comodidad. Este grupo no luchará y correrá el riesgo a favor de aquellos que están armados de ideas cargadas de revolución. Queda, por tanto, la lucha en manos de minorías, una de ellas controladora de la economía y con la industria armamentística a su favor. David sin vecinos no es nadie en este caso, y Goliat se basta por sí solo.
- ¿Qué crees que se puede hacer entonces?
- No lo sé.
- ¿Ninguna opción?
- Quizá volver a la guerra civil y que ganara el bando contrario, por probar. Pero muy posiblemente estaría escribiendo estas mismas líneas con diferentes nombres. Al fin y al cabo “homo homini lupus”. Aunque no lo fuéramos hace tiempo, la historia nos ha hecho así.

Puntos comunes

Desde hace unos días una pequeña idea está dándome vueltas a la neurona y no me permite concentrarme como debo. Estos últimos meses los he dedicado a hablar con mucha gente nueva y con otros tantos conocidos ya con los que apenas intercambiaba opiniones. He leído, poco, pero más de lo que acostumbraba antes, sin duda alguna. Especialmente blogs y cartas o artículos de opinión de algún que otro periódico.

No sé si por conveniencia, ceguera o porque realmente es así, tengo la sensación de que, salvando las distancias, hay puntos comunes de opinión. La inexplicable obstinación de los políticos por desbancar a sus supuestos oponentes y vanagloriarse, en vez de buscar alguna solución a los problemas de esta sociedad que nos rodea es uno de ellos. Se suma a la lista la afirmación de que una minoría no es reflejo de todo un grupo social y que, por tanto, no debe juzgarse a todos por las acciones de los descerebrados que se identifican como tales. La telebasura y el control de los denominados “Mass Media” es un tema siempre recurrente; la facilidad con que manipulan nuestra opinión y cómo educamos a los niños con cajas tontas por comodidad, por no estar dispuestos a perder el tiempo que, como padres, no nos pertenece.



Nos somos pocos los que sonreímos inconscientemente al ver que Fernando (personaje interpretado por Federico Luppi en “Lugares comunes”, de Adolfo Aristarain) pone un gran cartel en la puerta de su casa rezando: 1789. Alegando que allí nos quedamos hace tiempo, que esa famosa revolución francesa nunca llegó a darse.

Al fin y al cabo, y por mucho que haya una multitud negada a aceptarlo, resulta cómodo ceder ante el omnipresente sistema y seguir sus directrices. El socialismo y el anarquismo son una preciosa utopía que alabar pero por la que cuatro gatos están dispuestos a luchar, y ninguno de ellos con gran influencia o dinero, no con el suficiente al menos. La justicia la rigen los maletines y las ideologías políticas, perdiendo el valor de justa. La economía se apoya sobre pilares de especulación, un mercado donde comer para no ser comido, donde cuatro peces gordos engullen al resto del banco.

Si realmente la impresión que tengo es correcta, y no son pocos los que comparten de alguna manera mi opinión, teniendo en cuenta que critico todo lo criticable, que gran parte de lo que me rodea me ha resultado despreciable en algún momento, incluyéndome a mí mismo, ¿no sería realmente fácil la primera revolución del siglo XXI? No sé. Yo voy a cenar una pizza con una coca-cola, que esta noche dan Gran Hermano.

¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Por qué?

En una tarde de sábado, escribí un dar de páginas sobre las preguntas que titulan estas líneas. Serían mi trabajo de filosofía, a entregar antes de que terminara la segunda evaluación. La verdad es que la redacción fue bastante triste, y el tiempo que dediqué a ello antes de sentarme, aunque largo, no fue ni por asomo todo el que ahora dedicaría. Esto fue hace un año, creo, pues desde hace unos días se me hace extraño utilizar magnitudes como ésa.

Hace poco, estando “preparando” algún examen, recibí un correo de Itxaso con unos cuantos vídeos del programa REDES hablando sobre el tiempo, y la construcción de una máquina para viajar en él, los paradigmas que indican la posibilidad de viajar al futuro pero no al pasado y las suposiciones que podrían romperlos. Pocos días después, recibí otro, ésta vez de Lohitzune, diciéndome que podría ser que el tiempo no existiera, que es una ilusión creada por el ser humano. Coincidimos en el messenger y estuvimos un buen rato dilucidando, intercambiando opiniones al respecto. Resulta que, por increíble que resulte, el tiempo puede interpretarse como un presente infinito, donde el pasado no está más que en nuestra memorias, es un recuerdo, y el futuro, por el contrario, una ilusión. Del mismo modo puede invertirse radicalmente la situación, reduciendo el presente a millonésimas partes de segundo. Lo cual nos reduciría la existencia al pasado y el futuro. El pensamiento que acabamos de tener formará parte ya del pasado y el siguiente paso que demos es el futuro.

Según lo escrito hasta ahora, resulta imposible viajar al pasado, en cualquier caso se trata de recuerdos, que no pueden revivirse. A no ser que existiera más de una dimensión o realidad. Suponiendo que las realidades fueran infinitas y no una única, como creemos ahora, que éstas tuvieran un desfase temporal determinado y tangible, y que fueran iguales entre ellas, el viaje al pasado sería perfectamente posible, únicamente calculando la realidad a la que queremos saltar siguiendo el tiempo de desfase. Esta teoría, si es que puede utilizarse tal término, se cae por su propio peso, evidentemente, puesto que en el momento que empezáramos a saltar entre diferentes realidades, dejarían de ser iguales y, por tanto previsibles. Pero no deja de ser curiosa.

Aún así, todas esas ilusiones podemos medirlas, dentro de unos cánones, a los que nosotros llamamos, en conjunto, tiempo. Cánones siempre sujetos al observador y tan relativos como los cambios que ha recibido a lo largo de la historia. Cualquier alumno sabe, como bien ríen Lohitzune e Itxaso, que una clase de Geografía no dura lo mismo que una de Antropología. Afirmación que cualquiera puede comprobar yendo a Bilbao en metro leyendo un libro y volviendo sin nada, viendo una película entretenida y otra que le resulte tremendamente aburrida y en un sin fin de situaciones más. De cara a un entendimiento entre todos los que formamos la sociedad, hace unos cuantos “siglos” el ser humano empezó a definir espacios temporales determinados según diferentes movimientos. Así surgieron los días, los años… Por tanto, el movimiento va estrechamente ligado al tiempo, tanto que ninguno de los dos es posible sin el otro. Si el universo se detuviera, dejaríamos de existir; si el tiempo desapareciera, no podríamos definir un movimiento.

Ya que hemos mencionado el universo, acabo de recordar una curiosa teoría que se le ocurrió a un científico alemán llamado Einstein, que siempre sale en las fotos con la lengua fuera. Le llaman “Teoría de la Relatividad”, si mal no recuerdo. Dice, grosso modo, que a grandes distancias el tiempo pierde su razón de ser, el presente pasa a ser presente, pasado y futuro al mismo tiempo. Supongamos que envío en una cohete a Lohitzune a N kilómetros, a mitad de camino pierde a Itxaso, que iba en el mismo cohete, N/2, y yo me quedo en casita, en mi ordenador. Si por alguna desgraciada casualidad la nave explotara estrepitosamente (imposible en el espacio) y el brillo de tal explosión llegara hasta la tierra, siguiendo las leyes que, hoy en día, rigen la velocidad de la luz, cuando Itxaso percibiera la muerte de Lohitzune ésta habría dejado de existir hace tiempo y para mi mismo sería una acción futura. Por suerte Lohitzune no tiene pensado dedicarse a quehaceres tan entretenidos como los viajes interestales físicos, y prefiere estudiar para hacerlos psicológicos.

Por tanto, una conclusión relativamente lógica, sería deducir que el hombre inventa términos con tal buscar un orden a su existencia, aunque no se trate de una realidad absoluta, perceptible por cualquier ser material e inmaterial existente y por existir. Algo que realmente no nos resulta nuevo, al fin y al cabo todos los idiomas y lenguajes tanto orales, como escritos, como aquellos por gestos, son invención o interpretación única y exclusiva del ser humano. Y la realidad absoluta es un término tan buscado como dudosa es su existencia. Hay casos en los que la vía fácil resulta la más conveniente, y qué menos que utilizar a Kant para decir que simplemente hay cosas existentes pero injustificables.

Después de esta pequeña paranoia temporal sigo con aquel trabajo que hice hace, más o menos, un año. Mi conocimiento sobre la filosofía, sobre su historia, no era mucho menor del que ahora tengo, y no me habían obligado a pensar en causas tan singulares hasta entonces. Recientemente había visto una película un tanto extraña titulada “La guía del autoestopista galáctico”. Se trata de la adaptación cinematográfica de una serie radiofónica creada por Douglas Adams, que traería tras de sí un serie de diferentes novelas. Con estética y guión un tanto, friki, no vamos a negarlo, me resultó tremendamente atractiva, mientras que mis amigos cayeron fulminados, y tanto a mi madre como a la que por entonces era mi novia terminaron muy extrañadas. El caso es que, por alguna razón desconocida, me atrajo y, incapaz de entregar un trabajo sin dar la nota, basé de alguna manera en ella mi presentación. Dando el número 42 por respuesta a mi procedencia, existencia y no lejana desaparición. A preguntas incomprensibles, respuestas incoherentes. Algo así es lo que interpreté de aquel film.

Hoy conozco alguna que otra teoría más sobre mi procedencia. Se han sumado un sin fin de lecturas a las pocas que entonces conocía y engordan la lista opciones tan inverosímiles como que vengamos de Marte, que una gran cantidad de energía se concentrara en la cabeza de un alfiler, que seamos una realidad virtual al mismo tiempo parte de otra realidad virtual que está controlada por una cuadrilla de informáticos (Nivel 13), que seamos un experimento dirigido por ratones, o que nos haya creado cualquier tipo de Dios con vestimentas y aficiones de lo más variopintas.

Sin embargo, aun tras tanto investigar, inventar y controlar a través de las teorías sobre nuestro nacimiento, seguimos sin conocer las dos respuestas más importantes.

La primera de ellas es el tiempo. Tratándose de un término tan irreal que pierde su sentido al separarnos apenas unos pocos años luz de la corteza terrestre y que nos resulta tan difícilmente comprensible para la mayoría de los mortales, ¿cómo definir cuando fue el comienzo de todo? El Big Bang, dicen algunos, un Dios que movió la mano otros, en cualquier caso, ¿qué había antes? El infinito y la nada son las respuestas más comunes, a cada cual más incomprensible. Y es que, llegados a un punto donde el cerebro no alcanza la comprensión, nos vemos obligados a la invención de términos comodín. De ahí que, tras muchas investigaciones, con los años haya recibido un drástico cambio la fe, cambiando el resto de religiones por la ciencia. Mientras algunas se quedaban estancadas en lo místico, ésta ha sabido dar explicaciones, que muy probablemente resulten vergonzosas dentro de un tiempo indefinido, tal como lo entendemos ahora, pero que han ido engatusando a muchas generaciones y nos tienen inmersos ahora a una gran mayoría.

La segunda es el porqué. Aunque logremos determinar el principio de la creación de Dios, el tiempo transcurrido desde que sucediera el Big Bang, nos es imposible entender el por qué. Paradójicamente, al menos para mí, es también una de las preguntas más utilizadas a lo largo del día. Puedo entender dónde, cuándo y cómo suceden las acciones, quién las lleva a cabo, pero la única duda que me queda muchas veces es el porqué o, en su defecto, el qué que lo predice. ¿Por qué me trata así? ¿Qué le he hecho? ¿Por qué se comporta mal? ¿Por qué se ha liado con ese cardo? ¿Por qué falta al respeto? ¿Por qué no he sacado un 10? Ups, esta creo que ya la sé. En cualquier caso, volviendo al origen, tendemos a inventarnos nuestras propias respuestas por ser incapaces de mantener la duda. No se me ocurrirá nunca dar una explicación mística al resultado de mis notas, espero, pero siempre acabo echándome la culpa a mí mismo o a otra persona tras una discusión.

Durante el año que se ha demorado el presente desde que me sentara a rellenar las páginas, ha cambiado muy mucho la perspectiva del quién soy, tanto como lo han hecho las circunstancias en las que lo hago. Empecé poco tiempo después a leer sobre la maravillosa utopía que forma la actitud crítica. El barco con el que zarpé fue un trabajo sobre la Internacional, sobre todas las que ha habido, para ética. A partir de entonces he ido conociendo una minúscula parte del iceberg que forma lo que podríamos definir como izquierda. Lo que me ha llevado a criticar gran parte de la realidad que me rodea, buscando una satisfacción indefinida, al saber que mientras la actitud pasiva siga siendo reinante, tanto fuera como dentro de mi habitación, las revoluciones van a mantenerse en los libros. He mitificado personajes y escritores, y odiado hipócritamente la mitificación que otros hacen de otros tantos.

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemöller


Poco a poco he cambiado con relativa radicalidad el ambiente en el que moverme y la gente con la que relacionarme. Ampliando enormemente tanto el número como la edad del rango y volviéndome para ello mucho más independiente, aunque haya supuesto un disparo de pan de higo para alguna que otra persona. Decidí, de una manera un tanto prepotente, pero en aquel momento necesaria que “voy a ser un chico inteligente y ya no me la van a dar nunca más. Voy a ser un poco impertinente y a caer un poco mal, sin faltar.” (Pan de Higo – Rosendo). Todo ello me ha traído, claramente, muchas críticas, malos rollos y el enfriamiento repentino de alguna que otra relación. Pero, siendo ligeramente exagerado, puedo fardar de no aburrirme y encontrar compañía para casi cualquier actividad, :P. Tengo quien me ponga el hombro para llorar mis penas, quien me dé collejas, quien me trate como si de una mierda se tratara, quien me aprecie aunque no lo demuestre todos los días, quien me critique por la espalda, quien me acompañe una noche a escuchar música, quien lo haga a un concierto, quien lo haga a andar en bici, quien lo haga para ver una película y, sobre todo, quien lo haga para solucionar el mundo.

Mi lugar en el mundo no ha dejado de ser insignificante, ni dejará de serlo en mucho tiempo, a no ser que la lotería llegue a mi casa o muera en alguna circunstancia realmente original, en cuyo caso “disfrutaría” de la fama por unas horas. Pero tampoco es algo que me quite especialmente el sueño.

La felicidad hace tiempo que no llama a mi puerta, tampoco he salido a buscarla. Me quedo con la ansiada tranquilidad de tener la vida medianamente organizada y dirigida como objetivo. Puede que algún día deje de buscar conflictos detrás de cualquier esquina o, aunque lo haga, los supere, y vuelva a cenar con ella. En una velada maravillosa donde el engaño y la desidia tengan la entrada vetada (Una velada maravillosa). Y, por pedir que no sea, un nuevo concierto de Extremoduro como banda sonora.

El futuro, ¿existirá?, sigo sin planteármelo más allá de unas pocas semanas, meses o años a lo sumo. La muerte es algo muy lejano, espero, y me queda poco tiempo de juventud, aunque se vaya alargando según pasan los años. Limitaréme, pues, a aprobar los pocos exámenes que me quedan, a disfrutar de los amigxs y conodxs, recuperar alguna relación y, quién sabe, empezar una nueva, si se tercia.

Antes de terminar, vamos a hacer la prueba de fuego: Ikastola/Batx 1/Filo/42/42.doc -> Herramientas -> Contar palabras -> Palabras: 740. En este archivo Herramientas -> Contar palabras -> Palabras: 2202.

Nota mental: deja de hacer el idiota y dedica tu tiempo a cosas más provechosas que escribir tus paranoias y penurias.

Noches de domingo

Me gustan la tranquilidad y soledad de la noche. Después de lo extrañas que se han vuelto las tardes de domingo, de una conversación ligeramente subida de tono, o como simple preparativo para lo que podría ser una semana de estudio o trabajo, últimamente encuentro especialmente relajante coger la chaqueta a última hora del domingo y dar relevo al lunes apoyado en un muro, con la silueta de las peñas, marcada por Bilbao, de fondo. Me gusta salir a esas horas en las que el metro ha rato que dejó de funcionar, en que la gente está presa del calor de sus casas, cruzándome sólo con algún gato despistado al que no le ha dado tiempo a esconderse. Con el sonido del silencio, quebrantado por los ladridos de perros alterados. Alumbrado por cuatro farolas mal puestas de las que no resulta difícil huir. Me gusta dar vueltas y vueltas a la cabeza, me encanta marear las ideas un ratillo, hasta que el frío logra atravesar todas mis prendas, y vuelvo a conciliar el sueño entre gustosas sábanas, o a empezar otra película de la lista interminable.

Al día siguiente vuelvo a pasar por el mismo muro, al volver de clase, y, aunque el sol haya relevado a las farolas, el silencio esté dormitando y pueda comprobar que no soy el único habitante, sigue resultándome tranquilizadora la estampa. Sigo sintiendo el abrigo de la soledad.

No puedo evitar acordarme de las cuatro líneas que conseguí memorizar para el último examen de historia. Y recuerdo cómo un joven Sabino Arana defendía, con cuatro amigos, la idea de una provincia basada en agricultura, con grandes casas en el monte, lejos de todo modernismo. Veo cómo, poco a poco, las campas se desvanecen y aparece cada vez más asfalto en su lugar, hasta triplicar la población actual en pocos años, según algún que otro proyecto. Ley de vida, tratándose de un pueblo con metro y a, relativamente, pocos minutos de la capital, pero no puedo evitar la congoja.

Llego a casa, dejo la mochila y las playeras tiradas en mi cuatro y me asomo al balcón, donde hace apenas un año podía ver una campa llena de malezas, árboles y cabras, donde he llegado ver a cabritillos nacer. Veo el frontón que han construido en su lugar y la de mierda que han dejado por el camino, con la mitad del solar levantado sin hierba ni ninguna intención de mejora. Me alegra ver que, a lo largo de la tarde, aparecen niños, y que su número crecerá poco a poco. Es una sensación contradictoria, pues me agrada ver que la media de edad va a estar por debajo de la jubilación en pocos años, pero no me quedará más remedio que sacrificar mis paseos en solitario para ello.

Miro a las peñas de nuevo y siento unas ganas casi irrefrenables de agarrar la tienda de campaña y subir esa noche entre árboles, a pocos metros de todo, pero alejado al mismo tiempo. Con luz y electricidad cerca, pero sin que puedan llegar a tocarme. Lejos de la sociedad, aunque no desecharía una compañía agradable con la que, ¡cómo no!, solucionar todos los problemas de la existencia con hierba bajo la espalda, y en los pulmones a poder ser. Sintiendo la capacidad de criticar, tanto positiva como negativamente, cuanto me de la gana.

Algún día llegaré a hacerlo, cuando junte las suficientes ganas para ver la cara de mi madre al decirle que me ha dado el cuarto de hora autista, o pedirle a alguien que, en época estival, me acompañe en tal empeño.

Conciencia por turnos

Anoche me llegó un correo proponiendo apagar todos los aparatos eléctricos el día 1 de febrero a las ocho menos cinco de la tarde, y por cinco minutos, como gesto de crítica al consumo indiscriminado, presuntamente responsable del calentamiento global.

En un primer momento me pareció una soberbia tontería comparable con las litradas que en su día se “organizaron” para protestar por la reforma del Ayuntamiento de Bilbao. A lo largo del día, haciendo gala de mi exquisita capacidad de concentración, no he parado de darle vueltas, llegando a un estado de semicabreo.

No sé si el asco que he sentido viene producido por la hipocresía con que se tratan los temas ecológicos, por verme partidario de tan extendida actitud, o por ambas cosas al mismo tiempo. Me produce una asombrosa sensación de desprecio la “conciencia por turnos” tan de moda hoy en día. Bajo cuyas directrices pasamos la bola por tiempo indefinido, tras realizar alguna acción calificada por bueno según ciertos estándares, sintiéndonos limpios y liberados por ello.

Fascinante me resulta la facilidad con que nos sumamos a acciones de cara a la galería, teniendo en cuenta los despampanantes adornos que derrochaban energía y contaminaban este nuestro tan querido planeta hace apenas un mes. Son los mismos ayuntamientos, hoteles y ministerios los que, bajo el lema de un espíritu navideño para todos, los bolsillos, no escatimaban en gastos, con acuerdo y euforia generalizada de lxs ciudadanxs que paseaban por las grandes vías, y los que el próximo viernes hablarán, llenándoseles bien la boca, de lo concienciados que están para con el medio ambiente, por la noble acción secundada la noche anterior. Parcialmente, claro, es absurdo pretender que apaguen sus edificios completamente.

Hoy es el día en que nos da por mover el brazo para apagar esa lámpara que el resto del año dejaríamos encendida. Hoy nos convertimos en un ciudadnx modelo, participante de otra farsa más.

No estaría mal que, en un inusual ejercicio de autocrítica, tuviéramos el valor suficiente para dejar de señalar como si un niño paseando por la Gran Vía fuéramos y nos miráramos al espejo. Que redujéramos la conciencia a nuestra propia persona para estar orgullosos o avergonzados de lo que realmente hacemos por levantar o enterrar el planeta. Los estados unidos tienen culpa, sí, y las multinacionales también. Pero bien podríamos dedicar el tiempo que malgastamos llamando su atención en hacer algo productivo. A sabiendas, además, de que no moverán un dedo hasta que alguna ley o talonario se cruce en su camino. Las estadísticas son bonitas, y los números arrancan sonrisas, pero no solucionan problemas. Ojala una décima parte de los que se unan a tan noble acto, tenga la intención suficiente para, además, separar la basura, cambiar las bombillas de casa, cerrar el grifo…

2007/04/23

Dependencia

El ser humano tiende a la asociación. Cuanto menores sean los grupos y más cerrada su relación, mayor será la sensación de seguridad que en ellos se crea, más preparados estarán ante un ataque del exterior. Menor riesgo de fuga tendrá la información que en ellos se maneja, en contraposición de su valor como preciado tesoro. Los individuos desaparecen para formar parte de ese todo que es el grupo, con una aparente opinión común, donde las diferencias no tiene razón de existir.

El que, por cualquier razón, se niega a tal asociación es raro, y merece por ello ser ignorado, marginado, odiado, criticado, insultado, despreciado. Aquel que se niega a formar parte de ese irracional empeño por crear un grupo con absolutamente todos los gustos y aficiones comunes, donde todo es felicidad y el mundo de la piruleta es la colonia principal, merece directa expulsión y rechazo.

El día que encuentre una persona con la que comparta gustos y aficiones, con la que sea capaz de estar meses sin discutir hablando de cualquier tema, ese día, me follaré su mente. Agarré un trozo de ella y la guardaré bien a salvo para no perderla nunca y haré lo imposible por mantenerla cerca.

Hasta que ese día llegue y sabiendo que las personas son tan diferentes como granos hay en una paella, prefiero reducir el grupo a la expresión donde menos discusiones son posibles, al individuo, a mí mismo. Discusiones seguiré teniendo, pero no puedo separar mi cerebro de mis actos y es algo con lo que no tengo más remedio que vivir.

Me niego, sin embargo, a formar parte de ningún grupo limitándome para ello el acceso a otros. En la variedad está el gusto, y la cantidad de grupos derivados de ellos no tiene límite. Pudiendo buscarme grupos diferentes para salir los viernes, para salir los sábados, para hablar, para bailar, para irme de viaje, para irme de party, para salir del país, para salir entre semana, para beber, para fumar, para solucionar el mundo, para complicarlo, para volar, para amargarme, para… ¿Por qué voy a pretender unirlo todo en uno solo? ¿Por qué no creo una asociación cada día cogiendo a los individuos que más me apetezca en ese momento y hallo con ellos la resolución a todos mis problemas?

Podría ser interpretado por el resto como falta de interés, sin duda. Pero también como interés por conocer y compartir, por mandar a paseo a los prejuicios y todas las vendas que desde pequeños vamos anudando alrededor de nuestros ojos. Por conocer este mundo, aunque una mierda en muchos sentidos, lo más brillante que se nos ofrece. Cambiar de gente no supone menospreciar a los otros, sino buscar en cada momento el disfrute de todos, sin obligar con ello a nadie. Carece de sentido estar forzado a hacer algo por un grupo irreal, del que ni formas partes ni quieres formarlo. Carece de sentido estar forzado a delimitar ese grupo por razones tan volátiles como el alcohol. Carece de sentido llamar grupo a una asociación donde la palabra obligación tiene siquiera lugar. Para estar a disgusto, te marchas. Quien no lo entienda, dos males tiene.

El disgusto lleva a la rutina. La rutina al aburrimiento. El aburrimiento a la crítica. Y la crítica a los piques absurdos e infantiles. Aunque divertidos los primeros diez minutos, dejan de resultar entretenidos pasadas dos horas. Quien no esté dispuesto a aceptar una diferencia en cuanto a gustos, opiniones o formas de pensar, quien esté dispuesto a aceptarlos día sí, día no, debería replantearse por qué está luchando, qué sentido tiene, qué fin.

No seré yo quien lance la primera piedra en pos del autismo, pero sí en contra de valorar antes a un grupo que los individuos de su interior. Sí de luchar antes por los quehaceres y derechos de una irrealidad que los de otra muy diferente que son los individuos.

No busco la independencia, de hecho la creo imposible, pero odio la dependencia forzada. Quiero libertad para ir y venir, a sabiendas de quien tengo en cada lugar para reír o para llorar, para que me abracen o me den un bofetón. Pero que no esperan nada de mí, por saber que no se lo voy a dar, aunque algún día lo logren.

“Depender, lo hago de mucha gente, pero más cuanto menos me lo hacen ver.”

¡Hay que follarse al orgullo!

Orgullo, palabra fácil de definir aparentemente, pero ciertamente complicada de expresar una vez nos decidimos a ello.

Esta última semana he tenido ciertos problemas catarrales que me han mantenido en la cama, en estado quasiletárgico durante cuatro días seguidos, sin capacidad para leer, escribir, mirar los foros o siquiera preparar los tres exámenes que tenía a la vista. Total, que por hacer algo útil, me he dedicado a permanecer dormido veinte horas al día y prepararme para las semanas que me esperan.

Entre cabezadita y cabezadita, saqué un par de horas en las que la cabeza me dio tregua para ver “Martin H”, una película de Adolfo Aristarain, de 1997. Los actores se reducen a cuatro, básicamente: Federico Luppi (Martín), Juan Diego Botto (Hache), Eusebio Poncela (Dante) y Cecilia Roth (Alicia). A cada cual más brillante. Me encantó la forma de tratar las drogas, aunque no sea el tema principal, si es que hay alguna. Me encantó la espontaneidad con la que se echaban los trastos a la cabeza los personajes entre sí. Me encantó lo jodidamente excéntrico que es Martín. Cómo Dante vive la vida al libre albedrío. Y lo colada que está Alicia. Con Hache en medio, sin saber si va o viene. Algunos fragmentos que me gustaron:

Hache: Madrid me gusta, no me importa tener que quedarme. Pero en tu casa también sobro, vos no queréis que viva con vos.
Martin: Estás hablando al pedo, no es así para nada. Lo que pasa que no es fácil. Para un tipo que vivió cinco años solo, que tiene su rutina, que además es medio maniático y encima tiene un carácter medio podrido, no es fácil cambiar de golpe. Ya de por sí no es fácil convivir, imagínate lo que me cuesta a mí.

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Martín: Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también los extrañas si te mudas a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental, la patria es un invento. ¿Qué tengo que ver yo con un tucunamo o con un santeño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Estadísticas. Números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos, y eso sí se extraña.

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Dante: Algunas te dan placer, pero no todas. Te pueden dar pánico o hacerte sentir una angustia insoportable. Yo no soy un adicto H, digo que soy un adicto para escandalizar a los pacatos. Me apasionan las drogas, he probado todas las que he podido conseguir. Me fui a Méjico nada más que para conocer el Peyote. Pero nunca lo he hecho para buscar el placer o para ser feliz o para no afrontar la vida. Las drogas son maravillosas porque te abren la mente, te hacen comprobar que la verdad no existe que todo es relativo. La droga te da otra visión, otra dimensión. Te hace ver que nada es lo que parece. Nada es. La única realidad es tú realidad y serás lo que tú seas capaz de ver.
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Dante: A mi no me atraen un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda. Bueno, no es que no me atraigan, claro que me atraen, me encantan. Pero no me seducen. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia. Me seducen una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. ¡Hay que follarse a las mentes!

Dejo de copiar, porque no es plan de desmontar media película sacrificando mis muñecas para ello.

A lo largo de toda la película, fui produciendo una sensación de amor-odio con el personaje de Martín. Es obstinadamente borde, excéntrico, arrogante y ofensivo. Pero con un toque de humor irónico-sarcástico que me resultaba familiar, e incluso cercano. Es maniático y a menudo no dice las razones por las que actúa, sean para bien o para mal. No expresa afecto, aunque quiere con locura. Sufre, pero solo. Vi, salvando las distancias, un espejo. Alguien a quien coger asco muy fácilmente, pero a quien se puede querer conociéndole un poco, o odiar aún más.

El mismo viernes, para desahogar la mente de una vez, después de tenerla encerrada entre cuatro paredes una semanita. Fui de cena con unos amigos y a dar una vuelta después. Al volver, llegué al metro y quedaban 28 minutitos de nada. Entre maldiciones y menciones de la querida mamá de quien hizo los horarios, me puse a pensar en la película.

Tras unos poco minutos, cogí el móvil y sin querer escribí: ¿Qué es el orgullo sino esperar a que otros den el paso que nosotros no tenemos valor para dar?

Inconscientemente, digo, porque estaba dormido ya casi, fui acordándome de todas las discusiones absurdas que he tenido por no tener valor para pedir perdón. Por esperar a que sea otra la persona que se acerque a darme un abrazo. Incontables son los detalles absurdos que me han acarreado noches de enfado por no acercarme a decir: no, no tenía que haberlo hecho. Las contestaciones salidas de tono que he dado, faltando a quien debería dedicar sólo halagos. ¿Por qué regalar una sonrisa a cualquiera y no cualquier gesto a una sola persona?

Como Martín, tengo la extraña sensación de perder lo que más quiero, no por indiferencia, sino por desidia. Por dar por explicadas tantas cosas que no lo están. Por cometer los fallos que después critico, no dándome por aludido. Porque “Una velada maravillosa” puede suceder cualquier noche, “La estadística” no falla, los trenes no pasan indefinidamente, y el “Proyecto hombre” no va a recibir subvenciones de por vida…

La gente se cansa, y es entonces cuando la absurda cabeza se da cuenta de que era mejor cuando la tenía. Es entonces cuando te das cuenta de que igual tenía razón y no está mal torcer el brazo de vez en cuando. Que las cursiladas no lo son tanto cuando dejas la vergüenza en casa. Que si la dejas para la forma de vestir puedes hacerlo también para actuar. Que de los fallos hay que aprender. El pasado hay que dejarlo a un lado, encogido y chiquitín, pero sin olvidar que está ahí, para no volver a errar.

Es asqueroso dejarse pisar por no tener valor para negar lo absurdo. Más lo es no estar dispuesto a aceptar un fallo, que los tenemos, y muchos.

Loca atracción

Después de mucho tiempo sin sentarme delante, la caja tonta ha vuelto a engancharme. Puede que sea simplemente porque no tengo el ordenador, donde, sin duda, podrías hacer cosas bastante más interesantes, o quizá no. El caso es que, desde hace unas semanas, no falto a mi cita cada miércoles con “MIR”, la nueva serie de Telecinco.

Se trata de la secuela de “Hospital Central”, por decirlo de alguna manera. La serie gira en torno a un hospital, pero cambian los médicos de la original por universitarios en prácticas de diferentes cursos. Sigue habiendo casos complicados, pero en ésta se centran más en las eternas relaciones entre los personajes, especialmente amorosas, como no podía ser menos, donde cada cual tiene actitudes y experiencias muy marcadas.

Me tiene ligeramente desconcertado el hecho de que, siendo tan malos la mayoría de los actores, la serie no me disguste. Y es que me deja un sensación agridulce ver la tranquilidad que me producen las historietas a sabiendas de que no son más que un sueño escenificado. Ni los problemas laborales se solucionan fácilmente estrechando las manos, ni los amorosos con un beso, ni el sexo en un servicio público, ni la muerte termina con un simple piiii…

Me venden el sueño de un lujoso piso de estudiantes, siempre impecable, donde nada falta en la nevera, que siempre está vacío para cuando una pareja lo necesita, y donde los vecinos no se quejan por mucha gente que haya de fiesta.

Me venden la tranquilidad de poder salir de fiesta indefinidamente sin mermar por ello los resultados de los estudios.

Me venden, me venden, me venden… y me encanta. Hace tiempo que no sentía lo que es sentarte delante de la tele a ver y escuchar, sin pararte a criticar la mierda de noticias que te dan o la absurda opinión del contertuliano. Hace tiempo que no sentía el placer de no hacer nada, ni siquiera pensar.

Aunque, la cabra siempre tira pal monte, y después de un rato de calma, viene, en este caso, una nueva tormenta.

Renovando material

El pasado domingo volvíamos andando por la Gran Vía, después de unas horas dando vueltas por diferentes bares. A nuestro paso íbamos dejando plantas tiradas a ambos lados, plantas que alguien se había preocupado por arrancar de sus macetas. Viendo la hora que era, alrededor de las 6:00, supusimos que dicha obra de arte tenía como autor a un grupo de chavales, de unos diecisiete años, con una exquisita educación. Pocos metros más adelante, en la calle Ercilla, prácticamente a la altura del hotel, vimos que no estábamos equivocados. Erramos en la edad, pues rondaban más los veinte. Seguían gritando, arrancando plantas y lanzándolas, como una jauría de perros.

El lunes, después de una tarde bastante extraña de domingo, fui a clase. Duro, habiendo estado dos semanas con los libros bien guardados en la mochila. A lo largo de la mañana pude oír a un compañero jactarse de lo poco que iban a durar en una lonja que acababan de alquilar los de la cuadrilla. Decía que en dos días iban a tener problemas con los vecinos por las farolas y papeleras rotas.

Al volver a casa pude ver que, efectivamente, do papeleras ya habían desaparecido. Dos de las cuatro mal contadas que hay en mi barrio. Sin ningún ánimo de acusación, me resulta curioso. Lo digo porque, del mismo modo que ésa, son muchas las cuadrillas y grupos de mi edad que últimamente han hecho de mi pueblo su hábitat natural. Sin duda idóneo, siendo un pueblo donde la policía local brilla por su ausencia. Alguna relación tendrá, sin duda, la presencia de la Ertzaintza día sí, día también esta última temporada. Pero ése es otro tema ya.

Lo que realmente me intriga es llegar a conocer qué satisfacción les produce destrozar el mobiliario urbano entre vítores. Por qué tienen tan poco apego a objetos que ellos mismos van a terminar pagando, como si del sofá de su casa se tratara. ¿Seguirán rompiendo retrovisores en fiestas tras tomar un par de placebos cuando ellos mismos tengan uno aparcado cerca y sepan la gracia que hace? ¿Cuándo verán que el cortijo animal es mucho más variado?

Buscando similitudes con otras especies que utilizan la fuerza como método para atraer a las hembras, no estaría de más comentarles a todos ellos que, en el ser humano, el borreguismo no es sinónimo de atracción. Aunque, analizando un poco la situación, creo que ésta última afirmación no es más que una soberbia chorrada. Ya que, estos últimos meses me han confirmado lo contrario.

Será entonces la afirmación de un sueño, supongo. O de añoranza por años no vividos. De desear haber presenciado, sólo parcialmente, aquellas absurdamente estrictas pero fructíferas clases de civismo donde, entre paja sin sentido, se transmitían valores tan simple como el respeto a lo común, o a las canas. Di que, poco sentido tienen con la exquisita atención que, claramente, reciben en casa.

“Los grandes tesoros merecen ser salvados, y la educación es uno de los más preciados.”

Seix mesex

Han pasado seis meses ya, seis largos meses echando la vista atrás, aunque no me haya percatado realmente. Me he paseado en este tiempo desde Lesaka hasta Plasencia, pasando por el Pirineo Aragonés, Astillero, Gernika, Llodio, Madrid, Vitoria, Túnez… He trabajado desmontando y montando escenarios, de tramoyista, he hecho de comercial, he ayudado a cambiar ventanas, he desmontado camas. He reído tanto como he sufrido. He llorado más en este tiempo que en los últimos años, por lo que mi memoria alcanza. Y lo he hecho, además, delante de tres personas que dudo pueda llegar a olvidar fácilmente. He descubierto, para desgracia de algunos, que sé expresarme escribiendo, y que me ayuda a relajarme, a desahogarme. He madurado hasta un nivel que antes creía imposible, he sacado de mi algo parecido a lo que llaman “actitud crítica”. He asentado muchos valores por el camino, creo, sin olvidar que todavía podría elevar a “n” los que me quedan pendientes y los que nunca llegaré a fijar. He metido la pata en innumerables ocasiones, y he arreglado algunos de esos descosidos. He perdido la vergüenza por ser lo que soy, o por la imagen que doy. He aprendido a responder con una sonrisa sarcástica a quien se ríe de mi sudadera por llevar “Euskal selekzioa” escrito, a quien se mofa de mis camisetas y a quien intenta herirme por el peinado que luzco. He conocido a una cantidad ingente de personas, con las que simplemente me cruzada, salvando las distancias del conocimiento. He vuelto a encontrar placer en la lectura, algo que había perdido hace ya mucho tiempo.

Son seis meses ya al ritmo de cinco contra, durante los cuales he vuelto a definir, por enésima vez ya, mi visión particular del sexo. He maldicho la incapacidad generalizada de diferenciarlo del amor. He podido analizarlo, desde fuera, para ver las tonterías supinas que pueden llegar a hacerse por ello. He llegado a encontrarle gracia a ver cómo se utiliza la palabra “gustar” en vez de “poner”, y viceversa. He disfrutado de horas de culebrón, por besos, rollos y muerdos cuyo valor no superaba el de una noche de desesperación. He visto las burradas que pueden llegar a hacerse y decirse por “mojar”, como si del elixir de la vida se tratara. He asistido atónito a la incapacidad física de mantener las piernas cerradas por unos días.

He sufrido dicha indecisión, que ha sido, sin duda, mi gran metedura de pata en la adolescencia, aunque no la única. He comprobado cómo del amor a la indiferencia hay un paso, relativamente similar al que separa una alegre noche de fiesta de unas cuantas horas amargado, pasando frío, rodeado de música y gente chillando. He comprobado, al mismo tiempo, lo difícil que resulta dar ese paso, y lo fácil que es quedar atrapado a mitad de camino, como una veleta al viento, cuyo objetivo es tan variable como la compañía que le rodee.

A mí, personalmente, nunca me ha resultado fácil diferenciar ambos conceptos. Y he creído tener bien presente que sexo y “hacer el amor” son sinónimos. Ahora, pensándolo bien, me surge la duda. ¿Y si estuviera equivocado? He puesto tanto interés en salvar las discusiones utilizando la cabeza como esfuerzo por hacer los deberes de física durante todo el último año. De haber dejado de pensar con, por decirlo sutilmente, el calvo, podría haberme ahorrado un sin fin de dolores de cabeza, sin duda. Podría haberme fijado en guiños, aparentemente absurdos, pero que, como la diminuta punta de un iceberg, indican que algo grande viene. Otros tantos, así como despechos, son inevitables, puesto que no dependen de mí. Pero, una vez pasado el temporal, me habrían servido para decir que, aunque el coyote nos haya atrapado, yo corrí todo lo posible por evitarlo.

Visto lo visto, la abstención no suena tan mal. No sé si lo veo así porque mi vista no alcanza la posibilidad de poner remedio a ello en un periodo relativamente corto. Porque me veo incapaz de diferenciarlo aún hoy. O porque quiero justificarme de alguna manera y no sentirme desafortunado como un miembro más del conflicto vasco, y es que, ¡ni con la tregua se soluciona!

Podría ser ésta una buena situación para soltar alguna chorrada, como: hasta pillar no me corto el pelo. Pero eso implicaría la remota, pero no por ello imposible, situación de que sucediera y tuviera, por ello, que deshacerme de mi maravillosa cabellera antes de lo deseado.

Feliz navidad

Hace aproximadamente un año, no recuerdo si era día 24 o 31, volvía yo en metro desde Algorta a por alguna cosa que había olvidado en casa. Estaba nevando, poco, pero se veía blanco por doquier. A mi izquierda iba sentado un señor de unos setenta años (no soy muy bueno calculando edades), sonriente, cantando villancicos en euskera. En Bidezabal montó una chica y, sin ninguna relación aparente, empezaron a hablar. Recuerdo que aquella estampa me arrancó una sonrisa. Me robó un trocito de corazón. Iba contento, podría incluso atreverme a decir que feliz. No era, ni por asomo, la mejor navidad que me esperaba, o que estaba viviendo, pero ello no quitaba que pudiera sentirme alegre, que eso que llaman “la magia de la navidad” me invadiera. Sentía calor, entre tan bajas temperaturas.

Éste, por el contrario, ha sido diametralmente opuesto. Llevo dos semanas esperando que por fin terminaran las clases para tener tiempo y disfrutar del recuerdo que moraba en mi cabeza. Dos semanas largas, en las que más que más que vivir, he superado. Ni he atendido en clase a ninguna asignatura, ni he hecho nada provechoso por las tardes, ni he tenido ganas de hacerlo.

El viernes, después de unas cuantas horas de vídeos y sesiones de fotos, terminé de una vez y pude marchar a casa, con grandes perspectivas para estas dos semanas. El viernes Fito y Fitipaldis daba un concierto en el BEC, el más multitudinario de cuantos se han celebrado en el estado según algunos medios, aunque cualquiera se fía. Con una compañía agridulce, sí, he escrito bien, aunque parezca un adjetivo imposible, acudí. Fueron más de dos horas de música, entre canciones conocidas, sonadas, y letras que se clavaron muy profundamente. Al terminar, sin ganas de dormir aún, marché a Bilbao, a seguir la fiesta un ratillo más. Tras tomar alguna que otra copa entre conocidos, fuimos a dormir a casa. Digo fuimos porque el último metro había marchado hace tiempo.

Desperté pronto por la mañana, y cogí el metro, aguantando los ojos a duras penas, hasta llegar a casa de mi padre y echarme en la cama, acurrucadito, a recuperar horas de sueño. A mediodía me llamaron, ¡había KDD! Unos minutos más soñando vete tú a saber qué, ducha rápida y metro para Bilbao. Me junté allí con unos pocos amigos y, para cuando quise darme cuenta, estaba a las 4 de la mañana volviendo a Las arenas, en metro, otra vez. Durante toda la tarde y la noche hubo muchos comentarios, risas, guiños, conversaciones, situaciones graciosas, grabamos un programa de radio, visitamos unos cuantos bares… en fin, lo que es una quedada.

Amanecí tarde el domingo, justo para comer y compartí con mis hermanos y mi padre un rato, para después coger la mochila y marchar a Urduliz. En casa preparé ilusionado un ordenador con cientos de canciones para cantar, tocar la guitarra y bailar. Esa noche prometía. Metí en una bolsa el triste micrófono y la improvisada guitarra con los que esperaba disfrutaran todos. Montamos todo en el coche de mi tío, que ha venido desde Murcia por navidad, como el turrón :D y pusimos rumbo a casa de mis aitites. Monté todo nada más llegar, pusieron la mesa y, en cuanto mis primos salieron a dar una vuelta para buscar a Olentzero, sacamos todos los regalos y los colocamos en sus respectivos sitios. Bueno, algunos en los respectivos y otros donde se les antojó, como ya es costumbre.

Entre tanto regalo, paquete, lazo y papel, por alguna razón que todavía desconozco, se me bajo toda la ilusión a los pies, para después huir. Llegaron mis primos y empezaron a abrirlos, sonriendo más si cabe con cada uno de ellos. Mi hermano sólo atendió al presente que yo le había dado. El otro recibió los que, auguro, serán los pocos libros que lea, con una sonrisa de oreja a oreja. Mi madre hizo caso omiso de todos los regalos para fijarse en la triste alfombra que yo le había dejado. Sin embargo, no pude más que sonreírles levemente. Estaba absorto en pensar por qué mi padre se había empeñado en hacer que, para que yo pudiera regalarles eso, mi madre se haya tenido que hacer sus propios regalos. Estaba absorto sin poder entender por qué estábamos dejándonos los cuartos en cuatro juguetes absurdos, cuando tenemos todos los meses los mismos comentarios a la hora de recibir las pagas, de llenar la nevera o de tantas otras cosas. Lo intenté, pero no pude agradecer ninguno de los regalos que me hicieron. Sé que, por naturaleza, hay quien lo da todo, aunque ello suponga vestir con harapos. Pero yo no quiero que mi tía se deje horas y dinero que debería vivir en mi. No quiero que, teniendo una hipoteca que pagar, esté dejando de comprarse unos pantalones más o de ir a cenar, para que yo me lo gaste en cualquier cosa. Me basta con un abrazo si es lo que realmente quieren darme. Estoy harto ya de regalar por regalar, porque son navidades. Estoy harto ya de derrochar por derrochar porque son navidades. No me deis ahora lo que no me hubierais dado hace un mes. Dadme el mes que viene lo que ahora queréis darme, si podéis. Sino, ya esperaré. No tengo ninguna prisa. Algún día puede que sea yo quien tenga suficiente para comprar el mundo y regaláoslo. Pues eso es lo que merecéis y no un puto trozo de papel con dos números mal puestos.

Se supone que debería estar feliz, en estos días de júbilo y alegría. Pero no puedo con los ojos llorosos y la garganta anudada.

Hoy, he huido de casa de mi padre tan pronto como he podido, y me he enfrascado en la redacción de un artículo, a fin de mantenerme ocupado. Al acabarlo, hace apenas dos horas, cuando era ya la una de la mañana, he salido a la calle, a dar una vuelta abrazado a la tristeza. Como diría Manolo Chinato en voz de Fito, abrazado a la tristeza, he visto lo que no mira nadie, y me ha dado vergüenza y pena. Conversando con la soledad que se pega a mi alma he maldicho cuanto conozco. He maldicho cuanto escribo y cuanto hago. He resumido todo a ilusiones puras y puros conformismos.

He resumido todo porque la única persona que, de entre muchas, parece realmente querer ayudarme, está a kilómetros de aquí. Porque, por mucho que lo intente, no consigue entender lo que quiero decirle, y yo no soy capaz de dárselo a entender.

He vuelto la vida ilusión mirando a las estrellas y recordando cómo, por infantil que resulte, un padre le decía a su hijo en “El rey león”:

”Mufasa: Simba, te diré algo que mi padre me dijo... Mira a las estrellas. Los grandes reyes del pasado nos miran desde esas estrellas.

Simba: ¿Realmente?

Mufasa: Sí... Así pues cuando te sientas solo, recuerda que esos reyes estarán siempre para guiarte...Y yo también.”


No sé a cual de todos esos reyes le he tocado yo, ni si hay alguno, pero espero que sigan ahí mucho tiempo para poder salir a mirarlos cuando quiera. Para poder salir en cualquier momento de la cárcel en la que vivo y volar entre ellos. Para soñar que algún día estaré ahí, sentado plácidamente, observando y guiñando el ojo a quien se encuentre perdido en este caos que es la existencia.

Si la rabia tiene definición, para mí lo es este texto, sin duda.

“Vomité mi alma en cada texto que escribí.”

Patas arriba – La escuela del mundo al revés

Tras un último sprint de dos horitas he terminado este libro de Eduardo Galeano. Libro que me deja una sensación agridulce, pues siento haber aprendido mucho, pero no me acuerdo de nada. He disfrutado de la lectura, pero siento que me falta más.

Me han encantado los juegos de palabras, tanto como las palabras jugadas. Y me ha gustado la brutalidad de la expresión, aunque haya estado siempre por debajo de las brutalidades expresadas.

De lectura fácil por tratarse más de un compendio de textos que de un libro en sí, y difícil debido a la universalidad de los temas, la actualidad de los mismos y las largas horas de meditación a las que conducen. Es, sin duda, una lectura muy recomendable para cualquiera que se haya sentido alguna vez como Alicia cayendo por la madriguera del conejo.

Creo que un buen resumen, además de la contraportada, serían esta frase que aparece camuflada en la página 320: “Paren el mundo, que me quiero bajar.” Y éstas dos como conclusión en la 346: “El autor terminó de escribir este libro en agosto de 1998. Si quiere usted saber cómo continúa, lea, escuche o mire las noticias de cada día.”

Dejo, a continuación, unos pocos fragmentos, de los muchos que, como ya comenté, merecerían ser copiar, enviados y difundidos por doquier. Pero que por limitaciones de tiempo principalmente y de aguante, dejaré para quien quiera leer el libro.

Contraportada

Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.

Al fin el milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.

Pág. 323

Mapamundi

La línea del ecuador no atraviesa por la mitad del mapamundi que aprendimos en la escuela. Hace más de medio siglo, el investigador alemán Arno Peters advirtió esto que todos habían mirado pero nadie había visto: el rey de la geografía estaba desnudo.

El mapamundi que nos enseñaron otorga dos tercios al norte y un tercio al sur. Europa es, en el mapa, más extensa que América latina, aunque en realidad América latina duplica la superficie de Europa. La India parece más pequeña que Escandinavia, aunque es tres veces mayor. Estados Unidos y Canadá ocupan, en el mapa, más espacio que África, y en la realidad apenas llegan a las dos terceras partes del territorio africano.

El mapa miente. La geografía tradicional roba el espacio, como la economía imperial roba la riqueza, la historia oficial roba la memoria y la cultura formal roba la palabra.

Pág. 325

Leído en los muros de las ciudades

Me gusta tanto la noche, que al día le pondría un toldo.
Sí, la cigarra no trabaja. Pero la hormiga no puede cantar.
Mi abuela dijo no a la droga. Y se murió.
La vida es una enfermedad que se cura sola.
Esa fábrica fuma pájaros.
Mi papá miente como si fuera político.
¡Basta de hechos!¡Queremos promesas!
La esperanza es lo último que se perdió.
No hemos sido consultados para venir al mundo, pero exigimos que nos consulten para vivir en él.
Hay un país distinto, en algún lugar.

Pág. 334

Advertencia

La autoridad competente advierte a la población que andan sueltos unos cuantos jóvenes cimarrones, matreros, errantes, vagos y mal entretenidos, que son portadores del peligroso virus que contagia la peste de la desobediencia.

Afortunadamente para la salud pública, no es difícil identificar a estos sujetos, que manifiestan una escandalosa tendencia a pensar en voz alta, a soñar en colores y violar las normas de resignación colectiva que constituyen la esencia de la convivencia democrática. Ellos se caracterizan por carecer del certificado de vejez obligatoria, pese a que, como es notorio, este documento se proporciona gratuitamente en cualquier esquina de la ciudad o palenque de campo, en cumplimiento de la campaña <>, que nuestro país realiza con éxito desde hace ya muchos años.

Ratificando el principio de autoridad, y haciendo caso omiso de las provocaciones de esta minoría de alborotadores, el Superior Gobierno deja constancia, una vez más, de su irrevocable decisión de continuar velando por el desarrollo de los jóvenes, que son el principal producto de exportación del país y constituyen la base del equilibrio de nuestra balanza comercial y de pagos.

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El derecho al delirio

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana provine de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Una invitación al vuelo

Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, callandito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

-el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;
-en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;
-la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;
-el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;
-la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;
-se incorporará a los códigos penales el delito a la estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;
-en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;
-los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;
-los cocineros no creerán que a las langostas les encantan que las hiervan vivas;
-los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;
-los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;
-la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;
-la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;
-nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;
-el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;
-la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;
-nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;
-los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;
-los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;
-la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;
-la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;
-la justicia y la libertas, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda con espalda;
-una mujer, negra, será presidenta de brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;
-en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;
-la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;
-la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza de la que formas parte";
-serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;
-los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;
-seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuanto hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;
-la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Copianditis aguditis

Me comentaban el otro día lo curioso de la ternura que despiertan en nosotros lo bebés de cualquier animal. Quien lo hizo acaba de tener un hermano y, entre alegría e ilusión, sacó tiempo para escribir unas pocas líneas, tristes líneas, sobre ello.

Versaban aquellas sobre el porqué de tan extraña sensación. La única explicación que encontraba era esa inexplicable atracción hacia los polos opuestos. En un mundo que estamos volviendo inhabitable por medio de la codicia, la competencia sin límites, el consumismo, la contaminación; en este mundo que hemos convertido en el paraíso de los eufemismos, no podemos evitar sentir cariño hacia un ser inocente, ingenuo e ignorante, que no sabe a qué le abre los ojos. Admiramos una realidad donde la economía se reduce a dos chicles y las superproducciones de Hollywood se ruedan en el parque de al lado de casa. La envidia no está en el vocabulario, ni tampoco la propiedad, todo es de todos mientras el tiempo sea entretenido.

Lástima que, con el tiempo, esos mismos niños tengan que crecer y pisar el ardiente suelo de esta enorme bola que habitamos, por poco tiempo pero. Lástima que haya padres pendientes de quitar los juguetes a esos incautos críos que, creyéndose con derecho a ello, han osado coger el balón de su niño y darle tres patadas. Lástima que, con el tiempo, esos niños pasen a llamarse adolescentes, sintiendo entonces la necesidad de ubicarse y buscando para ello las vestimentas e ideologías más extendidas en su entorno. Lástima que, con el tiempo, esos niños acaben odiando a su jefe o despreciando a sus empleados. Lástima que, con el tiempo, esos niños acaben hipotecados hasta después de morir, si es que pueden permitirse el lujo de pensar en una vivienda.

Esos niños, además cursarán, muy posiblemente, estudios universitarios, los mejor calificados, sin duda. Optarán, ¡cómo no!, a tener un buen coche, de gran cilindrada a poder ser, o dos, si tienen familia. Hablando de ellas, querrán tener algún hijo, suyo a poder ser, ni se les ocurrirá pensar en la adopción. Querrán también una pareja que cumpla los cánones, para lo cual tendrán que ponerse bien guapos: comprarán ropa de moda, cremas y demás potingues, irán a la peluquería o pasarán por quirófano. Seguirán el modelo ya dictado de la familia feliz, el ejemplo publicado en tantas revistas, programas y carteles.

De no conseguirlo, o de tardar más de lo esperado en ello, buscarán posiblemente refugio en las drogas. Las mismas que, hace siglos, fueran utilizadas por toda clase de pintores, escritores, poetas y filósofos para abstraerse y llegar a un estado de trance desde el que poder crear verdaderas maravillas. Hoy se utilizan, pero, para huir de la realidad, para dejar pasar el tiempo y sufrir lo menos posible en el trayecto, para rodearnos de esa burbuja que lleva por nombre felicidad. El medio es el mismo en ambos casos, no así el fin. Aún tratándose de una huída fugaz de la realidad, no se buscaba el placer antaño, no al menos el placer puramente momentáneo.

Me dijeron hace poco que, por mucho esfuerzo que pongan en ello, no pueden evitar verme como la persona más pesimista del mundo. Que soy feliz, que no puedo sentirme desdichado frente a las mujeres violadas que cito en algún que otro texto. Si bien experimento momentos de falsa felicidad al huir de la realidad, por medio de drogas o sin ellas, hay otros muchos en los que aterrizo y me doy de bruces contra el suelo. Soy realista, más que pesimista, y muy desdichado comparándome con lo que quiero ver día a día, con lo que me quieren enseñar. No puedo utilizar la palabra felicidad para definir lo que siento, por mucho que quiera. No se me ocurriría, sin embargo, decir que soy la persona más desgraciada de este experimento.

Por último, y para poner fin a este desbarajuste de ideas, una frase que no pocos deberíamos hacer nuestra:

“Ya que estamos condenados a la copianditis, quizá podríamos elegir nuestros modelos con un poco más de cuidado.” Patas Arriba – Eduardo Galeano

Yo sé qué modelo estoy siguiendo, aunque no estoy seguro de querer hacerlo. Pero el simple hecho de pensar en uno diferente, o de plantearme que pueda existir, me pone nervioso. No soporto tener las cosas fuera de un orden.

Así que opto por lo más fácil, sumándome a la moda, y acabo huyendo embutido en la que es, sin duda, mi peor droga. La melodía de los momentos más felices que recuerdo y que, a pesar de todo, sigue alegrándome aún ahora. No es especialmente esperanzadora que digamos la historia que abre, pero esas cuatro notas mal contadas constituyen hoy la banda sonora de mi vida. Ritmo que marca las fotos más sonrientes y pasa a través del papel deformado por las lágrimas.

Primeros acordes de StandBy, de Extremoduro, que intenté tocar hace mucho tiempo. Tanto que casi me cuesta recordarlo.

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B|--------------------------|----------------------------|------------||
G|-----0--------------------|-------------0--------------|-----------•||
D|---0---0------0-----------|----------(2)---------------|-----------•||
A|-2-------0--3-------------|---0-2---3------3-3/5-5-5/7-|-------7-5--||
E|----------------3---------|-3--------------------------|------------||

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B|--------------------------|----------------------------|------------||
G|-----0--------------------|-------------0--------------|-----------•||
D|---0---0------0-----------|----------(2)---------------|-----------•||
A|-2-------0--3-------------|---0-2---3------3-3/5-5-5/7-|-------7-5--||
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Matxismoa dohain?

Orain dela egun batzuk ari natzaio gai honi bueltaka. Bueno, ez da egia, lehenagotik, baina azken egunotan areagotu egin da.

Atzo edo, klasean geunden, ez dut gogoratzen Filosofian edo Gaztelanian izan, eta beti bezala haritik joan ginen. Azkenean, Ediporen konplejoari buruz hitz egiten bukatu genuen. Horren arabera, ume batzuek amarenganako erakarpen sexuala sortzen dute, aitaren irudiarekiko gorrota sortzearekin batera. Aipatu genuen, ere, bai gizonezkoek eta bai emakumezkoek gurasoen antzeko izaerak, usainak eta, batzutan, fisikoak bilatzen ditugula. Klaseko mutil bat, teoriarekin erabat ados, esan zuen:

Claro que sí, en las tías buscamos lo más parecido a nuestra madre: que sepa planchar, que nos prepare la comida…

Gaur arratsaldean, ikastolan jai bat ospatzen den bakoitzean egiten dugun bezala, Batxilergoko edifizioan ikasten dugun ikasle guztiak kalera atera gara eskularru eta poltsekin, guk sortutako zikinkeria guztia batzera. Hori esaten digute, behintzat. Nik egia esanda, ez dut deus sinisten, eta kanpoko jendea datorrenean itxura ona ematearren egiten dugula uste dut. Benetan garbitzearren izango balitz, ez genuke jaien aurretik egingo, baizik eta hilero edo hiruhilabetero. Arrazoiak arrazoi, frontoi atzera joan gara batxilergokoak, “erretzaileen gunera”.

Nik, egia esan, ez dut denbora askorik ematen hor. Baina noizbait egon naiz eta, hor ez bada, beste Ikastolako tokiren batean lurra zikindu dut. Hori dela eta gutxi batzuk jarri gara lanean, ahalik eta zigarro, paper, eta plastiko gehien batzera.

Jende gehienak, aldiz, ez du atzamarrik mugitu, nazka edo alferkeriagatik, berdin dio. Mutilak, ahalik eta urrunen joan dira, irakasleek potroak nola jotzen zituzten ikusiko ez zutelakoan. Neskak, batzen geunden inguruan geratu dira hizketan. Halako batean, tipoa bueltatu da eta esan die:

¿Veis cómo tenía razón? Las tías recogiendo y los tíos mirando.

Ni enaz oso oldarkorra baina, momentu horretan bate bat izan banu eskuetan, hortzik gabe utziko nuke. Matxismo nahikoa egon da mendeetan zehar gizartean, arbuiatuegia egon da emakumea eta gutxietsiegia dago oraindik gure adineko jendearen ahoan dohaineko etika eta balore faltak entzuteko.

Berdin dit brometan izatea edo benetan horrela pentsatzea. Bigarren kasua askoz higuingarriagoa da, dudarik gabe. Baina bietara onartzen zaizkio lekuz kanpoko oka horiek. Bai ikasleek eta bai irakasleek barre egiten dugu, bera delako, garrantzirik izango ez balu bezala.

Ni ez naiz emakumezkoa, eta hala ere mindu egiten naute horrelako komentarioak, zer pentsatu behar dute haiek orduan? Nora eramaten gaitu klasean gauza normaltzat hartzeak? Zer egin daiteke bere kontzientzia zakiletik burura igo eta esan duena astakeriari buruz hausnartzeko?

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Víctimas – Producto Interior bruto

Yo también soy mujer, tú también eres hombre. Yo también soy mujer, tú también eres hombre. Víctima del prejuicio cultural. Esclavx del sistema patriarcal. Victima del prejuicio cultural. Esclavx del sistema patriarcal.

Yo soy hombre, y no puedo llorar, ni expresar mis sentimientos con total sinceridad. Debo ser duro, futbolero y bebedor. Autoritario, los pantalones los llevo yo.

Yo no quiero ser así, yo quiero ser yo y ya está. No quiero seguir el juego de esta absurda sociedad. Yo no quiero ser así, yo quiero ser yo y ya está. Soy un animal humano que desea la igualdad.

Soy mujer y aparte soy ama de casa, esposa, madre y me visto con la talla 36, me echo cremas, me maquillo, uso tacones, me depilo, me avergüenzo de mi cuerpo y no preguntes el porqué. Si estoy despierta, estoy currando, ya sea en casa o cobrando, por supuesto, menos que mi compañero el varón. Mujer y hombre, ya es igual. Policía o militar.

Yo no quiero ser así, yo quiero ser yo y ya está. No quiero seguir el juego de esta absurda sociedad. Yo no quiero ser así, yo quiero ser yo y ya está. Soy un animal humano que desea la igualdad.

Víctima del prejuicio cultural. Esclavx del sistema patriarcal. Victima del prejuicio cultural. Esclavx del sistema patriarcal. Yo también soy mujer, tú también eres hombre. Yo también soy mujer, tú también eres hombre. Víctimas.

¡Qué joven e iluso era!

Es curioso, tengo la extraña sensación de haber escrito sobre este tema ya, aunque no sabría decir cuando exactamente. Supongo que en la crónica de la boda entre el engaño y la desidia, al hablar de mi amiga la decepción o de su hermana la esperanza, ¡yo qué se!

Cuando parece que, haciendo caso omiso de los tópicos, consigo descentralizar mis pensamientos y acciones y empiezo a pensar un poco con la cabeza, vuelve a bajar toda la sangre, vuelvo a buscar ilusiones donde no las hay y pierdo el conocimiento. Como si de un alma que se reencarnara se tratase, vuelvo a olvidarlo todo y tropiezo de nuevo al subir la cuesta que ya debería conocer de memoria.

Olvido haberme jurado y perjurado que no modificaría mi conducta y opinión sólo por agradar, dejando así de ser yo. Olvido que, del mismo modo que dos no discuten si uno no quiere, no existe relación entre dos personas más allá de la predisposición que ambas tengan. No recuerdo que por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda ante quien no esté dispuestx a ver detrás.

La vida da vueltas en espiral y acaba pasando siempre por los mismos ejes. La rueda gira sin parar, subiendo y bajando, pero rozando el barro en todo momento.

Caigo de nuevo en el mismo pozo, de donde sé salir, al fin y al cabo más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero de cuyas paredes estoy ya cansado.

Una amiga, otra más, aunque debería dejar de utilizar esta palabra con tanta facilidad, visto lo visto, me dice a menudo que somos adolescentes y, sobre todo, humanos. Que es normal tener dudas, equivocarnos y, a veces, corregir.

Sin embargo, siento que de nada sirve seguir dejándome las uñas que, por cierto, no tengo, y la careta para volver a empezar. Pero es entonces cuando saco más fuerzas para empujar la piedra y esperar plácidamente a verla caer, para ir tras ella después. Siento que estos textos a modo de intercambio conmigo mismo, y con los que estén dispuestos a perder su tiempo en leerlos, no son más que una eterna discusión sobre el sexo de los ángeles para, después de todo, acabar asimilando que no existen, que son parte de una de las mejores novelas jamás escritas.

Así y todo, no puedo dejar de escribirlos, con la esperanza quizá de releerlos algún día y reírme de cuanto he contado. De no encontrar lógica a tanto sinsentido y sonreír pensando: ¡qué joven e iluso era!

“Las decisiones de conveniencia no se discuten, se acatan sin remedio.”

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Iba a poner una canción aquí, pero revisando veo que ya la puse en su día al hablar de mi yonqui muerto. Pongo, por tanto, un fragmento para la que me dio pie a escribir aquel texto y que me recuerda que vendría a visitarme al hospital, aunque sea para jugar con la cama :D.

El Ángel De La Guarda – Albertucho

La otra noche hablé con mi ángel de la guarda,
me contó que ya era libre, que ya no podía rezar.
El me preguntó que qué coño me pasaba,
que arrojaba pensamiento de desilusión fatal.
Luego se acercó me agarró de la mirada,
me escupió en toda la cara y cantaba sin parar:

[…]

La imagen de tu vida

Anoche, en vista del gran abanico de que disponía para entretenerme, junto con el estado de ligero cansancio que padecía, me senté en el sofá a ver por un rato la tele.

“Zapineando”, di con un programa en TVE, en la primera cadena, titulado “la imagen de tu vida”, si mal no recuerdo. La dinámica del programa, sinceramente, la desconozco, pero básicamente era un recopilatorio de las imágenes emitidas por la cadena en todos los años de su historia, creo.

Entre nacimientos/bautizos/bodas de príncipes e infantas, pude ver, asombrosamente, una gran cantidad de sketches de humor, de debates y de programas destinados al público infantil, como bailes, payasos, dibujos animados… Éstos últimos, para mi mayor asombro, emitidos en su mayoría a partir de las cinco de la tarde, hasta la hora del telediario.

Mi memoria no alcanzaría, en el mejor de los casos, a recordar un tercio de toda esa historia. Y aún así, me es imposible recordar el patético espectáculo que, intentando hablar del “mineralismo”, dio Fernando Arrabal en el programa de Sánchez Dragó, ni muchas de las victorias obtenidas por el deporte español de la mano de Arantza Sánches Vicario o Carlos Sainz, entre otros.

No pude evitar, sin embargo, sentir nostalgia, añoranza por esos años de televisión que nunca he vivido. Tiempos lógicamente idealizados con el tiempo, como tenemos la mala costumbre de hacer con todo.

En uno de los cortes, una señora acudía a un programa de entrevistas, del que no recuerdo quién era el presentador, y le echaba en cara sin ninguna vergüenza que le parecía totalmente respetable su trabajo pero que no dejaba intervenir debidamente a los participantes, que los avasallaba con preguntas, por dar dinamismo o por quedar por encima de ellos, no lo sabía. Comentaba la señora, que la televisión pública era de todos, que la pagaban entre todos y que ella prefería programas didácticos de los que disfrutar con toda la familia, que creía en una televisión por y para todos, aun sabiendo que es imposible tener a todo el estado contento al mismo tiempo.

Al margen del concepto de familia que la señora defendía, en el que yo, por ironías del destino, no creo, echo de menos una televisión que realmente piense en el público, tomando como tal a todo el estado, a niños y mayores, a hombres, mujeres y todo tipo de personas.

De pequeño, recuerdo pegarme madrugones para ver a cuatro chavales dando patadas a un balón en un campo más extenso que el propio sol, o otros tantos saltando y lanzando bolas enormes con el pelo pincho. Digo madrugones porque, por alguna razón entonces desconocida, a mis padres no les gustaba que viera mucho la televisión los sábados por la mañana, y no me quedaba más remedio. Si me dejaban, por el contrario ver a un perro con una espada y cuatro amigos dando saltos contra un cardenal, a un león dando la vuelta al mundo con la inseparable compañía de Rigodón, a una panda de niños y jóvenes paseando en bicicleta al son de una pegadiza melodía, a los payasos de la tele y a otros muchos personajes que, según he podido ver después, son muy anteriores, de la tan añorada época.

Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen. Hace poco, en una entrevista a Adolfo “Fito” Cabrales, le preguntaban si retomaría algún día “Platero y tú”. Su respuesta fue tan sencilla como: ya no tenemos veinte años. Por mucho que nos fastidie a quienes, por un pequeño desarreglo temporal, no hemos podido vivir muchas situaciones, tienen su momento y resucitarlas ahora no sería más que ver a un grupo de cuarentones intentando parecer veinteañeros.

La televisión ofrece respuesta a la demanda, y en función de ello modifica los contenidos y los horarios. Es triste pero que, en el último mes, la televisión me haya enganchado sólo tres veces. Una de ellas un sábado al volver de fiesta a las 3 de la mañana. Otra el jueves pasado a la una de la mañana. Y la última ayer mismo, después de todas las series y reallity shows, sobre las doce y media.

El otro día, pase dos veces por el salón y en las tres mi madre me hizo el mismo comentario: no hay nada en la tele. Si después de comer no había nada, y cuando te has sentado al volver del trabajo no hay nada, ¿por qué sigues haciendo zapping?

La verdad, no sé ni qué estoy criticando, ni qué quiero. Odio la televisión que hay, pero pienso que los payasos de la tele resultarían ridículos ahora. Me parece penoso que haya cuatro reallity shows al mismo tiempo, pero en clase la gente los conoce y ¡yo también los comento! Me encantaría que emitieran los debates a las tardes, para no tener que sacrificar horas de sueño o descargármelos de Internet, pero no estoy en casa hasta las nueve o diez ningún día. Me gustaría haberme tragado el espectáculo de la Luna delante de una pantalla en blanco y negro, y haber vivido el cambio a la televisión. Pero me tendré que conformar con cambiar a una plana, cuando tenga dinero para pagarla.

Ahora y siempre, AntiPGB

Jesús - Producto Interior Bruto

Personajes que deambulan todo el día colocados, se sienten muy rebeldes, se sienten obligados a contar a todo el mundo que ellos son muy diferentes, que los demás somos tontos, y ellos los inteligentes. Personajes que quizá te intentarán dar un sermón con la mandíbula colgando, te hablarán del consumismo tras meterse tres pastillas y dos gramos.

Que vacilan de ser críticos con lo que les rodea. Que se miren a sí mismos, verán qué cosa más fea. Y que me digan dónde esta su rebelión cuando el estado nos golpea. Que me expliquen lo que entienden ellos por revolución, por libertad, por compromiso, por luchar, por adicción, por conformismo, por ser punk o por ser un borrego.

No comprendo cual es vuestra libertad. No alcanzo a ver cual es vuestra lucha. No comprendo cual es vuestra libertad. No alcanzo a ver cual es vuestra lucha.

Personajes que no tienen ni la más remota idea del real significado de los símbolos que llevan. Para ellos la anarquía es ponerse todos los días y cortar las camisetas y meterlas en lejía.

Destruir vuestro cerebro como forma de protesta, no hace más que demostrarme que debajo de ese parche no hay nada que merezca la pena. Otra vez os vi tirados en el suelo, entre charcos de pota. Otra vez sentí la rabia y la pena por vuestra derrota.

Que escapar de los problemas nunca fue la solución, aunque en un momento dado dejes de sentirte mal. Dar la cara es más duro, pero al menos es real.

No comprendo cual es vuestra libertad, no alcanzo a ver cual es vuestra lucha. No comprendo cual es vuestra libertad, no alcanzo a ver cual es vuestra lucha.

¿Dónde está la diferencia entre un esclavo del dinero y un esclavo de las drogas?

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Game over, you failed

Hace mucho mucho tiempo, alrededor de un mes según el calendario que tengo en la pared, pero bastante más por mi reloj biológico que, por otra parte, debería llevar a regular un día de éstos, mantuve una de tantas conversaciones, de esas que siempre menciono y nunca explico, con una amiga. No recuerdo si fue por teléfono, por correo, por e-mail, por Messenger o en persona, y mi ordenador no ha sabido darme respuesta, aunque tampoco es algo especialmente trascendental.

Trataba sobre la amistad y el conocimiento de la gente. En ella, yo mantenía que una relación de cualquier tipo sólo tiene sentido mientras la otra parte me aporte algo o mientras yo sienta que se lo aporto a ella. Como aporte pueden entenderse mil y una maneras: mero entretenimiento, ya sea jugando a algún juego de mesa, a una consola, escuchando música, viendo una película, hablando, compartiendo un viaje; conocimiento de cualquier tipo, lectura, experiencias, relaciones; relajación, física o verbal… Una lista, desde cualquier punto de vista, interminable.

En el momento en que se pierde interés, sea del tipo que sea, la relación cae en un estado de standby, y aparece una cuenta atrás en la pantalla, esperando a nuevos créditos. Pasado un breve periodo de tiempo, unas letras bien grandes aparecen indicando que la partida ha terminado. GAME OVER, dicen. La partida ha terminado y esx amigx pasa a ser conocidx, un objeto del que fardar o al que esquivar.

Relacionándolo con otro texto, la relación se mantendría en la UVI para recibir, al fin, la desgraciada o feliz noticia, antes de marchar a trabajar. Todo depende del matiz.

Comentándolo con un amigo ayer, concluímos que, en una relación incómoda por haber muerto ya o porque nunca ha existido como tal, no hay que buscar más que el entretenimiento momentáneo, sin esperar nada más y despachando con la mayor diligencia posible. Resulta poco ortodoxo, sin embargo, ignorar o responder con monosílabos, aunque sólo sea por presencia o educación. Peor resulta aún, mantener una conversación como si nada hubiera pasado, cuando realmente se está esperando una explicación, resumen o justificación.

No sabría clasificar, pero, un caso radicalmente inverso. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, dicen. Por tanto, carece de sentido intentar aportar algo a quien no está dispuestx a aceptarlo. Las razones pueden ser tan variadas como flores tiene la primavera, pero resulta igual de frustrante, si cabe, que el caso anterior. Al fin y al cabo, hay intención, que es lo que en el anterior escaseaba.

Alguien me dijo una vez que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. No le hice mucho caso en su día. Ahora veo que para un ser humano, iluso como él sólo, siempre será peor no obtener respuesta alguna que recibir una bofetada. Una negación categórica dolerá, mucho, nunca es de buen gusto saber que no se es aceptado. Pero no hay nada igualable a la esperanza que somos capaces de fundar alrededor del silencio. Para, una vez más, encontrarnos de bruces con lo mismo, pero habiendo perdido tiempo, esfuerzos y, lo que es peor, una gran parte de nosotros en el camino.

Platón dijo, creo que fue él, que la ignorancia no da la felicidad. Sinceramente, creo que la ignorancia no tiene fundamento alguno frente a la verdad, absoluta o no, pero esa es otra discusión. Prefiero mil veces vivir engañado que perdido. Prefiero vivir en una gran mentira que no saber dónde vivo. En nuestra naturaleza está buscar el porqué de las cosas. También la necesidad de encontrarlo o, en su defecto, de colocar algo. Por alguna razón ha creído el mundo en dioses todopoderosos, y todavía cree, aunque les haya cambiado la forma, el nombre, los poderes. Politeístas los griegos, monoteístas los cristianos, empíricos los científicos. Desde Zeus hasta Cristo, pasando por Shiva, Alá, Mari, Buda, el Superhombre de Nietzsche y la tabla periódica.

Por eso prefiero un teléfono colgado ante uno comunicando. Me cobran más por la llamada, pero, al menos, se a dónde no debo volver a llamar. Sé que la partida ha terminado y no tiene sentido seguir metiendo monedas para intentar una conferencia tan lejana que no puedo pagar.