La mente humana es incomprensible, maravillosamente incomprensible. En ello residen, al mismo tiempo, su atracción y su perdición. Llegar a conocer a una persona supone sonsacar la combinación de la caja fuerte y saber abrirla discretamente. Lograr el tesoro más preciado sin que nadie sea consciente de ello, por la simple satisfacción de haber entendido a alguien.
No es posible abrirla con nuestra propia clave, supondría un estruendoso desastre. Tampoco podemos pretender cruzar los brazos y mantener las orejas atentas a ver si, por casualidad, oímos algo. Hay que dejar pistas y al mismo tiempo recogerlas para, con un poco de astucia, descifrar el jeroglífico.
Encontrarla y pasar a dentro supone un éxtasis tal como para volar, reír, llorar, saltar, gritar, besar, bailar, abrazar… hasta la deshidratación, hasta perder el conocimiento.
Hacerlo y darte cuenta después de que te estaba cegando la lámpara de la habitación, que en un pestañeo te han cambiado la caja de sitio y te encuentras metido en el armario, sosteniendo zapatos viejos como si de lingotes de oro se tratara, verlo, es, sin duda, una de las mayores decepciones a las que enfrentarse.
La dialéctica es la salida. Un arma de doble filo que, malinterpretada, puede hacer saltar todas las alarmas de la mansión y alertar a la policía. Entre rejas poco se puede hacer, sin permisos para llamar ni posibilidad de visita. Más aún con la incertidumbre de no saber si quien acertó y cogió el botín sabía lo que buscaba realmente y qué tenía entre manos. De no saber si lo venderá esta misma tarde, de camino a la próxima urbanización.
2007/04/22
Incomprensible maravilla
Publicado por Opositivo el 4/22/2007 11:59:00 p. m.
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