2007/04/23

Copianditis aguditis

Me comentaban el otro día lo curioso de la ternura que despiertan en nosotros lo bebés de cualquier animal. Quien lo hizo acaba de tener un hermano y, entre alegría e ilusión, sacó tiempo para escribir unas pocas líneas, tristes líneas, sobre ello.

Versaban aquellas sobre el porqué de tan extraña sensación. La única explicación que encontraba era esa inexplicable atracción hacia los polos opuestos. En un mundo que estamos volviendo inhabitable por medio de la codicia, la competencia sin límites, el consumismo, la contaminación; en este mundo que hemos convertido en el paraíso de los eufemismos, no podemos evitar sentir cariño hacia un ser inocente, ingenuo e ignorante, que no sabe a qué le abre los ojos. Admiramos una realidad donde la economía se reduce a dos chicles y las superproducciones de Hollywood se ruedan en el parque de al lado de casa. La envidia no está en el vocabulario, ni tampoco la propiedad, todo es de todos mientras el tiempo sea entretenido.

Lástima que, con el tiempo, esos mismos niños tengan que crecer y pisar el ardiente suelo de esta enorme bola que habitamos, por poco tiempo pero. Lástima que haya padres pendientes de quitar los juguetes a esos incautos críos que, creyéndose con derecho a ello, han osado coger el balón de su niño y darle tres patadas. Lástima que, con el tiempo, esos niños pasen a llamarse adolescentes, sintiendo entonces la necesidad de ubicarse y buscando para ello las vestimentas e ideologías más extendidas en su entorno. Lástima que, con el tiempo, esos niños acaben odiando a su jefe o despreciando a sus empleados. Lástima que, con el tiempo, esos niños acaben hipotecados hasta después de morir, si es que pueden permitirse el lujo de pensar en una vivienda.

Esos niños, además cursarán, muy posiblemente, estudios universitarios, los mejor calificados, sin duda. Optarán, ¡cómo no!, a tener un buen coche, de gran cilindrada a poder ser, o dos, si tienen familia. Hablando de ellas, querrán tener algún hijo, suyo a poder ser, ni se les ocurrirá pensar en la adopción. Querrán también una pareja que cumpla los cánones, para lo cual tendrán que ponerse bien guapos: comprarán ropa de moda, cremas y demás potingues, irán a la peluquería o pasarán por quirófano. Seguirán el modelo ya dictado de la familia feliz, el ejemplo publicado en tantas revistas, programas y carteles.

De no conseguirlo, o de tardar más de lo esperado en ello, buscarán posiblemente refugio en las drogas. Las mismas que, hace siglos, fueran utilizadas por toda clase de pintores, escritores, poetas y filósofos para abstraerse y llegar a un estado de trance desde el que poder crear verdaderas maravillas. Hoy se utilizan, pero, para huir de la realidad, para dejar pasar el tiempo y sufrir lo menos posible en el trayecto, para rodearnos de esa burbuja que lleva por nombre felicidad. El medio es el mismo en ambos casos, no así el fin. Aún tratándose de una huída fugaz de la realidad, no se buscaba el placer antaño, no al menos el placer puramente momentáneo.

Me dijeron hace poco que, por mucho esfuerzo que pongan en ello, no pueden evitar verme como la persona más pesimista del mundo. Que soy feliz, que no puedo sentirme desdichado frente a las mujeres violadas que cito en algún que otro texto. Si bien experimento momentos de falsa felicidad al huir de la realidad, por medio de drogas o sin ellas, hay otros muchos en los que aterrizo y me doy de bruces contra el suelo. Soy realista, más que pesimista, y muy desdichado comparándome con lo que quiero ver día a día, con lo que me quieren enseñar. No puedo utilizar la palabra felicidad para definir lo que siento, por mucho que quiera. No se me ocurriría, sin embargo, decir que soy la persona más desgraciada de este experimento.

Por último, y para poner fin a este desbarajuste de ideas, una frase que no pocos deberíamos hacer nuestra:

“Ya que estamos condenados a la copianditis, quizá podríamos elegir nuestros modelos con un poco más de cuidado.” Patas Arriba – Eduardo Galeano

Yo sé qué modelo estoy siguiendo, aunque no estoy seguro de querer hacerlo. Pero el simple hecho de pensar en uno diferente, o de plantearme que pueda existir, me pone nervioso. No soporto tener las cosas fuera de un orden.

Así que opto por lo más fácil, sumándome a la moda, y acabo huyendo embutido en la que es, sin duda, mi peor droga. La melodía de los momentos más felices que recuerdo y que, a pesar de todo, sigue alegrándome aún ahora. No es especialmente esperanzadora que digamos la historia que abre, pero esas cuatro notas mal contadas constituyen hoy la banda sonora de mi vida. Ritmo que marca las fotos más sonrientes y pasa a través del papel deformado por las lágrimas.

Primeros acordes de StandBy, de Extremoduro, que intenté tocar hace mucho tiempo. Tanto que casi me cuesta recordarlo.

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A|-2-------0--3-------------|---0-2---3------3-3/5-5-5/7-|-------7-5--||
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