2007/04/23

Otro álbum más

Volvía el jueves pasado en metro, con otras cien, doscientas personas. Sentado entre vagón y vagón, escuchando música con la mirada fija en un folio blanco sobre el que garabateaba esbozos de palabras.

De sufrir un accidente, pensé, de morirme en ese momento, la biografía de mi vida sería, sin duda, un compendio de citas absurdas al margen de un álbum repleto de fotografías a todo color, en todas las dimensiones existidas y por haber. Álbum que permanecería, por y para siempre, en una de tantas baldas olvidadas en la biblioteca municipal.

Si no muriera y sufriera un traumatismo que me mantuviera en el hospital, tendría cuatro flores a los pies al despertar. Saldría en las noticias sólo si conmigo hubieran muerto otros cuantos, si al hacerlo hubiera entorpecido la frecuencia, o si los culpables hubieran llevado turbante o pasamontañas. Y sería gratamente saludado, abrazado e interrogado al volver a clase o al trabajo, el primer día.

Si permaneciera en coma por algún que otro año, acabaría más olvidado si cabe. Restaría todos los compañeros de clase, y los medios de comunicación, restaría los casos puntuales de comparecencia o pena. Permanecería sólo la empatía y aquellas pocas personas que, tras años de espera, mantienen un vago recuerdo de aquella mochila amarilla con un chico pegado a ella. Aquellas que siguen saludando una vez al mes esperando ver algún día abiertos los ojos a los que hablan.

Ni soy más ni soy menos que otros tantos millones de personas en esta bola deforme a la que llamamos mundo. A la derecha tengo a unos pocos multimillonarios con miles de personas pendientes cada vez que estornudas y a la izquierda a todos los demonios que mueren de un tiro en la espalda sin que nadie se interese por ello. Estoy a caballo entre el anonimato y la indiferencia.

No son pocas las veces que, por egoísta que sea, porque lo es, he soñado con tener un accidente y estar una semana en coma, o un mes, da igual. Sólo por ver quienes estarían dispuestos a visitar un cuerpo inerte, sacrificando para ello algunos de los hoy tan preciados minutos de sus vidas. Por suerte, no ha sucedido, y espero que así siga siendo por mucho tiempo, ya que no tiene sentido pretender hacer sufrir a todo un círculo por simple satisfacción personal sin fundamento.

Eso no quita, pero, que antes de acostarme cada noche siga esperando haber recibido una perdida, un correo, un mensaje o un simple aquí estoy. Eso no quita que cada noche sienta la necesidad de quién está tumbada al lado, para girarme y ver que es sólo un peluche. Para girarme y ver, cuando hay alguien, que no, que no es la persona o el momento. Para coger el metro y no verle sentido a la mayor biblioteca de la historia podrida y con el alimento de los ratones como única utilidad, ya que aquellos que hace unos años se desvivían por devorar las páginas prefieren ahora ver qué tal ha nacido el hijo de la infanta.

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