2007/04/22

¿A dónde vamos?

Somos el futuro, o eso nos hacen creer, pero ¡qué futuro! Parémonos por un momento, sentémonos a redescubrir eso que llamamos juventud, ese número indefinido de generaciones que llega al 92, empezando desde antes del 80.

No gusta, incomoda, asusta o, simplemente, carece de interés ver lo que se nos viene encima. Una masa sin voz ni voto, sin opinión, sin ilusiones. Un rebaño cegado por la niebla que se mueve a tientas, movido por los ladridos del perro.

Es triste ver cómo no leen, ni escuchan. Cómo es valorado saberse de memoria la alineación de todos los equipos de primera división, andar al tanto de los últimos cotilleos del corazón o conocerse todas las tiendas de la Gran Vía por encima de saber escribir sin faltas ortográficas y haciendo uso de la retórica o metáforas, por encima de ser capaz de reír o llorar por una canción, por encima de pasar horas leyendo por el simple placer de llenar la mente de ideas, nuevos conceptos, conocimiento. Se ha perdido la ilusión por aprender, por descubrir y reinventar el presente. Es difícil encontrar un joven hoy en día con ilusiones, que mire más allá del fin de semana siguiente o del próximo verano.

Aprender, y no estudiar. De poco o nada sirve pasar horas y horas estudiando por algo tan trivial como sacar un punto más en el examen si olvidamos todo al día siguiente. Hay mil cosas con las que llenar la mente, enriquecerla, alimentarla; al fin y al cabo, utilizarla. Para algo se nos ha dado, no para utilizarla de contenedor y verter ahí toda la basura de la sociedad, cosas superficiales, de trascendencia e importancia nulas.

Da pena salir un sábado y ver el concepto de diversión que han adoptado. Quedar cada vez más pronto, cargados de drogas, legales o no, a “desfasar”. ¿Desfasar? ¿Qué es eso? Consumir sin control hasta llegar a tal punto de sinvergonzonería y pasotismo, de agresividad e irresponsabilidad como para ir chillando, gritando; rompiendo farolas, coches, contenedores, plazas; dejando basura a su paso, cuanta más mejor; y, con algo de suerte, acabando en el hospital, para tener algo de lo que presumir el lunes siguiente, si lo recuerdan. Lamentable que llamen fiesta a eso y tengan el valor suficiente como para decir que lo han pasado bien, que la diversión pase por molestar y acosar a todo su alrededor, a toda la ciudad, desde ciudadanos hasta mobiliario. Triste, realmente triste, que la hombría sea equivalente al número de tragos que uno pueda consumir, mejor a mayor graduación.

No deja de ser curioso lo minúsculo de su círculo, de su existencia, donde el futuro tiene un año en el mejor de los casos y el dinero un valor que no sobrepasa la importancia de poder consumir un “cubata” el sábado. No somos los primeros en crecer con el consumismo pegado a la nuca, pero si uno de sus mayores exponentes. Una bicicleta, la mejor; una cámara, la más cara; un coche, el más rápido; un ordenador, el más potente; lo necesitemos o no. ¿Dónde ha quedado aquello de saciar nuestras necesidades? ¿Por qué comprar lo mejor, lo más caro o lo más rápido si nos sobra y nos basta con la gama más baja?

¿Quién tiene la culpa? Nadie, por desgracia, y todo el mundo al mismo tiempo.

La televisión por promover programas basura y no cultura. Cultura no son los documentales de La2 sólo, esos que todo el mundo ve en las encuestas y que tienen una audiencia irrisoria. Cultura es ver deportes más allá del fútbol, cultura es promover la música, todos los tipos de música, y la literatura, el cine, y los debates de todo tipo. Cultura es un “Barrio Sésamo” para la vida. Pero… ¿eso no hay ya? Haberlo lo hay, como las meigas, pero de ahí a verlas hay un trecho. Es vergonzoso que se emitan todos en horarios tan cómodos como para que quienes estudiamos o trabajamos fuera de casa no podamos verlos.

La sociedad por “americanizarnos” cada vez más, por promover el egoísmo y la competitividad por encima, por intentar convencernos de que todos somos iguales, cuando no eres nadie sin tu cartera. ¿Dónde han quedado aquellos valores que promovía la Revolución Francesa? Sí, la de la segunda evaluación del año pasado. Esa en la que el pueblo se alzaba por libertad, igualdad y fraternidad. A mí me explicaron que fue un gran avance, una revolución. No me lo creo, no puedo hacerlo si salgo a la calle y veo qué hay.

La educación. La paterna por relegar, a menudo, sus quehaceres en la televisión, los videojuegos o el colegio; por no ver, o no querer, qué hacen sus hijos. Y la escolar, por no promover el conocimiento y la actitud crítica, ser críticos con nosotros mismo, antes de nada, y ser críticos con toda la sociedad, con el mundo, después. Por ser un sistema perfecto de creación de autómatas. Leer, estudiar, escribir, olvidar. Leer, estudiar, escribir, olvidar. Leer…

No puedo evitar acordarme de las grabaciones que Aldous Huxley aventuró en “Un mundo feliz”. No estaba tan equivocado, al fin y al cabo todos somos niños dormidos que escuchamos el mismo mensaje una y otra vez. En casa, en el colegio, en el trabajo, en la televisión…

Pero no hay que tirar la toalla. Hay jóvenes que todavía merecen la pena, jóvenes que se salen de los cánones, esas minorías marginadas por tener una opinión diferente. Esos son los que deben coger la toalla y azotar a diestro y siniestro hasta sacar a todos de la cueva en la que viven, por muy inclinada que sea la salida, por embarrada y resbaladiza que esté. Esos son los encargados de abrir las ventanas y dejarles ver el sol.

Es paradójico que, aún hoy, Platón sea referente en nuestra sociedad, que sus teorías sigan siendo válidas siglos después, intactas.

Respira Neo, sólo es aire.

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