2007/04/23

Feliz navidad

Hace aproximadamente un año, no recuerdo si era día 24 o 31, volvía yo en metro desde Algorta a por alguna cosa que había olvidado en casa. Estaba nevando, poco, pero se veía blanco por doquier. A mi izquierda iba sentado un señor de unos setenta años (no soy muy bueno calculando edades), sonriente, cantando villancicos en euskera. En Bidezabal montó una chica y, sin ninguna relación aparente, empezaron a hablar. Recuerdo que aquella estampa me arrancó una sonrisa. Me robó un trocito de corazón. Iba contento, podría incluso atreverme a decir que feliz. No era, ni por asomo, la mejor navidad que me esperaba, o que estaba viviendo, pero ello no quitaba que pudiera sentirme alegre, que eso que llaman “la magia de la navidad” me invadiera. Sentía calor, entre tan bajas temperaturas.

Éste, por el contrario, ha sido diametralmente opuesto. Llevo dos semanas esperando que por fin terminaran las clases para tener tiempo y disfrutar del recuerdo que moraba en mi cabeza. Dos semanas largas, en las que más que más que vivir, he superado. Ni he atendido en clase a ninguna asignatura, ni he hecho nada provechoso por las tardes, ni he tenido ganas de hacerlo.

El viernes, después de unas cuantas horas de vídeos y sesiones de fotos, terminé de una vez y pude marchar a casa, con grandes perspectivas para estas dos semanas. El viernes Fito y Fitipaldis daba un concierto en el BEC, el más multitudinario de cuantos se han celebrado en el estado según algunos medios, aunque cualquiera se fía. Con una compañía agridulce, sí, he escrito bien, aunque parezca un adjetivo imposible, acudí. Fueron más de dos horas de música, entre canciones conocidas, sonadas, y letras que se clavaron muy profundamente. Al terminar, sin ganas de dormir aún, marché a Bilbao, a seguir la fiesta un ratillo más. Tras tomar alguna que otra copa entre conocidos, fuimos a dormir a casa. Digo fuimos porque el último metro había marchado hace tiempo.

Desperté pronto por la mañana, y cogí el metro, aguantando los ojos a duras penas, hasta llegar a casa de mi padre y echarme en la cama, acurrucadito, a recuperar horas de sueño. A mediodía me llamaron, ¡había KDD! Unos minutos más soñando vete tú a saber qué, ducha rápida y metro para Bilbao. Me junté allí con unos pocos amigos y, para cuando quise darme cuenta, estaba a las 4 de la mañana volviendo a Las arenas, en metro, otra vez. Durante toda la tarde y la noche hubo muchos comentarios, risas, guiños, conversaciones, situaciones graciosas, grabamos un programa de radio, visitamos unos cuantos bares… en fin, lo que es una quedada.

Amanecí tarde el domingo, justo para comer y compartí con mis hermanos y mi padre un rato, para después coger la mochila y marchar a Urduliz. En casa preparé ilusionado un ordenador con cientos de canciones para cantar, tocar la guitarra y bailar. Esa noche prometía. Metí en una bolsa el triste micrófono y la improvisada guitarra con los que esperaba disfrutaran todos. Montamos todo en el coche de mi tío, que ha venido desde Murcia por navidad, como el turrón :D y pusimos rumbo a casa de mis aitites. Monté todo nada más llegar, pusieron la mesa y, en cuanto mis primos salieron a dar una vuelta para buscar a Olentzero, sacamos todos los regalos y los colocamos en sus respectivos sitios. Bueno, algunos en los respectivos y otros donde se les antojó, como ya es costumbre.

Entre tanto regalo, paquete, lazo y papel, por alguna razón que todavía desconozco, se me bajo toda la ilusión a los pies, para después huir. Llegaron mis primos y empezaron a abrirlos, sonriendo más si cabe con cada uno de ellos. Mi hermano sólo atendió al presente que yo le había dado. El otro recibió los que, auguro, serán los pocos libros que lea, con una sonrisa de oreja a oreja. Mi madre hizo caso omiso de todos los regalos para fijarse en la triste alfombra que yo le había dejado. Sin embargo, no pude más que sonreírles levemente. Estaba absorto en pensar por qué mi padre se había empeñado en hacer que, para que yo pudiera regalarles eso, mi madre se haya tenido que hacer sus propios regalos. Estaba absorto sin poder entender por qué estábamos dejándonos los cuartos en cuatro juguetes absurdos, cuando tenemos todos los meses los mismos comentarios a la hora de recibir las pagas, de llenar la nevera o de tantas otras cosas. Lo intenté, pero no pude agradecer ninguno de los regalos que me hicieron. Sé que, por naturaleza, hay quien lo da todo, aunque ello suponga vestir con harapos. Pero yo no quiero que mi tía se deje horas y dinero que debería vivir en mi. No quiero que, teniendo una hipoteca que pagar, esté dejando de comprarse unos pantalones más o de ir a cenar, para que yo me lo gaste en cualquier cosa. Me basta con un abrazo si es lo que realmente quieren darme. Estoy harto ya de regalar por regalar, porque son navidades. Estoy harto ya de derrochar por derrochar porque son navidades. No me deis ahora lo que no me hubierais dado hace un mes. Dadme el mes que viene lo que ahora queréis darme, si podéis. Sino, ya esperaré. No tengo ninguna prisa. Algún día puede que sea yo quien tenga suficiente para comprar el mundo y regaláoslo. Pues eso es lo que merecéis y no un puto trozo de papel con dos números mal puestos.

Se supone que debería estar feliz, en estos días de júbilo y alegría. Pero no puedo con los ojos llorosos y la garganta anudada.

Hoy, he huido de casa de mi padre tan pronto como he podido, y me he enfrascado en la redacción de un artículo, a fin de mantenerme ocupado. Al acabarlo, hace apenas dos horas, cuando era ya la una de la mañana, he salido a la calle, a dar una vuelta abrazado a la tristeza. Como diría Manolo Chinato en voz de Fito, abrazado a la tristeza, he visto lo que no mira nadie, y me ha dado vergüenza y pena. Conversando con la soledad que se pega a mi alma he maldicho cuanto conozco. He maldicho cuanto escribo y cuanto hago. He resumido todo a ilusiones puras y puros conformismos.

He resumido todo porque la única persona que, de entre muchas, parece realmente querer ayudarme, está a kilómetros de aquí. Porque, por mucho que lo intente, no consigue entender lo que quiero decirle, y yo no soy capaz de dárselo a entender.

He vuelto la vida ilusión mirando a las estrellas y recordando cómo, por infantil que resulte, un padre le decía a su hijo en “El rey león”:

”Mufasa: Simba, te diré algo que mi padre me dijo... Mira a las estrellas. Los grandes reyes del pasado nos miran desde esas estrellas.

Simba: ¿Realmente?

Mufasa: Sí... Así pues cuando te sientas solo, recuerda que esos reyes estarán siempre para guiarte...Y yo también.”


No sé a cual de todos esos reyes le he tocado yo, ni si hay alguno, pero espero que sigan ahí mucho tiempo para poder salir a mirarlos cuando quiera. Para poder salir en cualquier momento de la cárcel en la que vivo y volar entre ellos. Para soñar que algún día estaré ahí, sentado plácidamente, observando y guiñando el ojo a quien se encuentre perdido en este caos que es la existencia.

Si la rabia tiene definición, para mí lo es este texto, sin duda.

“Vomité mi alma en cada texto que escribí.”

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