2007/04/24

Conciencia por turnos

Anoche me llegó un correo proponiendo apagar todos los aparatos eléctricos el día 1 de febrero a las ocho menos cinco de la tarde, y por cinco minutos, como gesto de crítica al consumo indiscriminado, presuntamente responsable del calentamiento global.

En un primer momento me pareció una soberbia tontería comparable con las litradas que en su día se “organizaron” para protestar por la reforma del Ayuntamiento de Bilbao. A lo largo del día, haciendo gala de mi exquisita capacidad de concentración, no he parado de darle vueltas, llegando a un estado de semicabreo.

No sé si el asco que he sentido viene producido por la hipocresía con que se tratan los temas ecológicos, por verme partidario de tan extendida actitud, o por ambas cosas al mismo tiempo. Me produce una asombrosa sensación de desprecio la “conciencia por turnos” tan de moda hoy en día. Bajo cuyas directrices pasamos la bola por tiempo indefinido, tras realizar alguna acción calificada por bueno según ciertos estándares, sintiéndonos limpios y liberados por ello.

Fascinante me resulta la facilidad con que nos sumamos a acciones de cara a la galería, teniendo en cuenta los despampanantes adornos que derrochaban energía y contaminaban este nuestro tan querido planeta hace apenas un mes. Son los mismos ayuntamientos, hoteles y ministerios los que, bajo el lema de un espíritu navideño para todos, los bolsillos, no escatimaban en gastos, con acuerdo y euforia generalizada de lxs ciudadanxs que paseaban por las grandes vías, y los que el próximo viernes hablarán, llenándoseles bien la boca, de lo concienciados que están para con el medio ambiente, por la noble acción secundada la noche anterior. Parcialmente, claro, es absurdo pretender que apaguen sus edificios completamente.

Hoy es el día en que nos da por mover el brazo para apagar esa lámpara que el resto del año dejaríamos encendida. Hoy nos convertimos en un ciudadnx modelo, participante de otra farsa más.

No estaría mal que, en un inusual ejercicio de autocrítica, tuviéramos el valor suficiente para dejar de señalar como si un niño paseando por la Gran Vía fuéramos y nos miráramos al espejo. Que redujéramos la conciencia a nuestra propia persona para estar orgullosos o avergonzados de lo que realmente hacemos por levantar o enterrar el planeta. Los estados unidos tienen culpa, sí, y las multinacionales también. Pero bien podríamos dedicar el tiempo que malgastamos llamando su atención en hacer algo productivo. A sabiendas, además, de que no moverán un dedo hasta que alguna ley o talonario se cruce en su camino. Las estadísticas son bonitas, y los números arrancan sonrisas, pero no solucionan problemas. Ojala una décima parte de los que se unan a tan noble acto, tenga la intención suficiente para, además, separar la basura, cambiar las bombillas de casa, cerrar el grifo…

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