2007/04/23

Game over, you failed

Hace mucho mucho tiempo, alrededor de un mes según el calendario que tengo en la pared, pero bastante más por mi reloj biológico que, por otra parte, debería llevar a regular un día de éstos, mantuve una de tantas conversaciones, de esas que siempre menciono y nunca explico, con una amiga. No recuerdo si fue por teléfono, por correo, por e-mail, por Messenger o en persona, y mi ordenador no ha sabido darme respuesta, aunque tampoco es algo especialmente trascendental.

Trataba sobre la amistad y el conocimiento de la gente. En ella, yo mantenía que una relación de cualquier tipo sólo tiene sentido mientras la otra parte me aporte algo o mientras yo sienta que se lo aporto a ella. Como aporte pueden entenderse mil y una maneras: mero entretenimiento, ya sea jugando a algún juego de mesa, a una consola, escuchando música, viendo una película, hablando, compartiendo un viaje; conocimiento de cualquier tipo, lectura, experiencias, relaciones; relajación, física o verbal… Una lista, desde cualquier punto de vista, interminable.

En el momento en que se pierde interés, sea del tipo que sea, la relación cae en un estado de standby, y aparece una cuenta atrás en la pantalla, esperando a nuevos créditos. Pasado un breve periodo de tiempo, unas letras bien grandes aparecen indicando que la partida ha terminado. GAME OVER, dicen. La partida ha terminado y esx amigx pasa a ser conocidx, un objeto del que fardar o al que esquivar.

Relacionándolo con otro texto, la relación se mantendría en la UVI para recibir, al fin, la desgraciada o feliz noticia, antes de marchar a trabajar. Todo depende del matiz.

Comentándolo con un amigo ayer, concluímos que, en una relación incómoda por haber muerto ya o porque nunca ha existido como tal, no hay que buscar más que el entretenimiento momentáneo, sin esperar nada más y despachando con la mayor diligencia posible. Resulta poco ortodoxo, sin embargo, ignorar o responder con monosílabos, aunque sólo sea por presencia o educación. Peor resulta aún, mantener una conversación como si nada hubiera pasado, cuando realmente se está esperando una explicación, resumen o justificación.

No sabría clasificar, pero, un caso radicalmente inverso. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, dicen. Por tanto, carece de sentido intentar aportar algo a quien no está dispuestx a aceptarlo. Las razones pueden ser tan variadas como flores tiene la primavera, pero resulta igual de frustrante, si cabe, que el caso anterior. Al fin y al cabo, hay intención, que es lo que en el anterior escaseaba.

Alguien me dijo una vez que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. No le hice mucho caso en su día. Ahora veo que para un ser humano, iluso como él sólo, siempre será peor no obtener respuesta alguna que recibir una bofetada. Una negación categórica dolerá, mucho, nunca es de buen gusto saber que no se es aceptado. Pero no hay nada igualable a la esperanza que somos capaces de fundar alrededor del silencio. Para, una vez más, encontrarnos de bruces con lo mismo, pero habiendo perdido tiempo, esfuerzos y, lo que es peor, una gran parte de nosotros en el camino.

Platón dijo, creo que fue él, que la ignorancia no da la felicidad. Sinceramente, creo que la ignorancia no tiene fundamento alguno frente a la verdad, absoluta o no, pero esa es otra discusión. Prefiero mil veces vivir engañado que perdido. Prefiero vivir en una gran mentira que no saber dónde vivo. En nuestra naturaleza está buscar el porqué de las cosas. También la necesidad de encontrarlo o, en su defecto, de colocar algo. Por alguna razón ha creído el mundo en dioses todopoderosos, y todavía cree, aunque les haya cambiado la forma, el nombre, los poderes. Politeístas los griegos, monoteístas los cristianos, empíricos los científicos. Desde Zeus hasta Cristo, pasando por Shiva, Alá, Mari, Buda, el Superhombre de Nietzsche y la tabla periódica.

Por eso prefiero un teléfono colgado ante uno comunicando. Me cobran más por la llamada, pero, al menos, se a dónde no debo volver a llamar. Sé que la partida ha terminado y no tiene sentido seguir metiendo monedas para intentar una conferencia tan lejana que no puedo pagar.

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