Dos horas marcaba el horario, y no hemos hecho descanso a mitad de camino, así que nos conceden diez minutos de asueto. Los aprovechamos para bajar a la calle, socializarnos y saciar ligeramente la sed de vicio. Por el camino un cartel atrae mi atención: un mosquetón es la parte central del logotipo que reza “Kukutza Eskalada Taldea”. Un piso más abajo otro me agarra. “Abadiñoko Gaztetxea” esta vez. El que me acompaña se asombra: ¡joder! Lo lees todo. Y es verdad, no es la primera vez que me lo comentan. Por extraño que sea el cartel, panfleto o tríptico que llegue a mis manos, tengo la rara costumbre de leerlo. De empezar al menos. Muchas veces lo dejo a mitad de lectura si algo no me ha atraído especialmente. Si en ese momento no puedo, pasa al cajón de tareas pendientes: a mi mochila. Puede que esa sea la razón de la singular atracción que sobre ella ejerce la Tierra. Muchas veces acaban ahí los artículos que había considerado “no interesantes” en un principio. Hasta que, con el tiempo, acabo leyéndolos o saltan a la basura más cercana. El caso es que, antes o después, echo un vistazo o devoro todo cuanto escrito llega a mis manos. De ahí posiblemente que la lista de libros leídos estos últimos años sea ligeramente ridícula. Las horas del día, por desgracia, son limitadas. Aunque, ¡menos mal!
¿Por qué? Supongo que por una mezcla de interés y empatía. Lo primero depende de la temporada. De vez en cuando me doy cuenta de que todo no se puede abarcar y me libro de algún que otro “pendiente”. Hasta que vuelve a sorprenderme un documento. No lo puedo evitar :D.
Por empatía, porque detrás de cada trozo de papel decorado hay alguien que he dejado su tiempo en hacerlo. Por voluntad propia o ajena, pero lo ha hecho. Qué menos que mostrar un mínimo de aprecio hacia su trabajo e intereses y echar un ojo. Por hacerlo no perdemos nada, bueno, sólo tiempo, y ¿quién sabe? Igual podemos encontrar la respuesta a la vida, el universo y todo lo demás.
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