2008/04/07

Una vez más


Por un momento quedan cegados mis ojos, fruto del contraste entre el brillo del exterior y la oscuridad reinante en el local. Unas pocas escaleras me invitan a bajar. Lo hago despacio, acostumbrándome poco a poco al ambiente. Atravieso la estancia, tan cálida como lúgubre, dejando a mi izquierda los farolillos que iluminan la barra. Conforme esquivo un par de prismáticas gruesas columnas, a mi derecha veo un par de parejas conversar tranquilamente. Unxs sentadxs en el gran banco corrido de madera que une las cuatros mesas. Otrxs en pequeños taburetes. Sonrientes, absortos, ausentes. Subo un peldaño y tomo sitio en el rincón, junto a un decorativo confesionario. Nos quitamos las chaquetas y dejamos sobre una pequeña circunferencia roja lo que nuestros bolsillos contenían. Un leve tintineo acompaña el gesto, pues, aunque no nos habíamos fijado, la mesa es de cristal. Acércome a la barra: uno con leche y una pica en vaso de cubata. De vuelta en la silla, comenzamos una distendida charla, a la luz de un solo foco que ilumina el centro del círculo. Alrededor de ese brillo discurren palabras, sonrisas, guiños...

No se trata de otra conversación más, sino de una caracterizada por el conocimiento, las ganas de conocer, de saber sobre la otra. Aflora una aparente sinceridad, conductora del diálogo, aún sin poder desbancar al humor y la omnipresente seriedad, fruto de algunos temas tratados. Dos ojos atentos, tanto como brillantes, uno de ellos medio cubierto por hebras de, ahora, centelleante dorado, me observan. Se apartan de vez en cuando, forzados a atender llamadas de la memoria. Pero vuelven para transmitir esa confianza indescriptible, a la par que increíble.

Entre historias, anécdotas, dudas y afirmaciones giran dos pequeñas manecillas. Una de ella está ya a punto de concluir su, pausada pero segura, segunda vuelta. Es tarde ya, bien haríamos en abandonar y no alargar hasta el aburrimiento un placentero recuerdo. Chaquetas a los hombros y ojos entreabiertos, ascendemos las escaleras que, tras atravesar dos pesadas puertas de cristal, nos devolverán a la calle, la misma donde la semana tiene siete días, cinco de clase, donde hay horarios, y nos vemos jugando al mus, donde sólo cruzamos guiños en digital, y lenguas en informática.

Tras estas horas, ha quedado definitivamente descartada cualquier relación, hundida toda esperanza. A veces la confianza da asco, y así lo hubiera sido si otros factores no hicieran dar botes al orgullo dentro de mí, a pesar de las afirmaciones recibidas. La negación de ciertas opciones se ha visto con creces igualada, e incluso superada, por el reconocimiento de otras facetas.

La duda de si la sinceridad percibida lo era o simplemente se trataba de una sensación coartada, sólo el tiempo podrá demostrarlo. Y para eso es requisito imprescindible otorgarlo. Esperemos, pues, una vez más.

No hay comentarios: