2008/11/19

Vamos, volvemos

No creo que resulte difícil imaginar una situación de convivencia por duración indefinida pero finita, o simplemente reducida con gente, en principio, desconocida. Hagamos un esfuerzo. Pongamos por ejemplo unos campamentos, donde se van a compartir una decena de días nada más. Puede haya quién vea demasiado lejano eso de los campamentos. ¿Qué tal un curso de formación de varios meses? ¿Una escapada de varios días a cualquier ciudad? Elije el ejemplo que más te guste. Pero hazlo ya. Porque nos vamos. ¿Ves el botón que tienes en la tripa? Púlsalo. Siente como vas derritiéndote poco a poco. Empiezan los pies, las pantorrillas, rodillas, ejem, cintura, pecho, cuello, barbillla, ¡plaf!. Últimos segundos para definir destino. ¿Lo has hecho ya? ¿Necesitas unos segundos? ¿Seguro? De acuerdo, aterrizamos. Estamos en tu situación. Tampoco voy a describirla, porque no sé cual es. Pero seguro que hay alguna persona con la que te llevas muy bien. Seguramente lo harás con mucha gente. Incluso, aunque haya alguien a quien no acabas de tragar del todo. Pero tampoco te preocupas mucho. Sabes que el tiempo que vas a estar es finito, y eso te hace ser más transigente, te obliga en cierta manera a disfrutar de la situación y aprovecharla al máximo, a crear un nodo de aire en el mar del que formamos parte tarde o temprano. Pasas por alto pequeños detalles y en mayor o menos medida ríes, disfrutas con quienes te rodean. ¿Me equivoco? De repente, las baterías se terminan y vuelves a tu vida “real”. Ya lo siento, pero el precio que has pagado por leer esto no da para más.


Como decía, estamos de vuelta. En casa, en la universidad, en el curro, donde quieras. Las condiciones de juego han expirado. Tu planteamiento ya no tiene un tiempo finito. Tus preocupaciones o despreocupaciones han sufrido drásticas operaciones. Cambian tus horarios, tus relaciones, tus intereses, etc. En estas circunstancias, resulta doloroso, hasta el punto de presentarse traumático, pretender mantener las arquitecturas creadas. El contexto ha expirado. Me refiero a creer en la viabilidad de una estrecha relación con alguien a quien has conocido en cinco días de vacaciones, allá en un pueblo perdido, y que vive a varios cientos de kilómetros. No estoy alegando su imposibilidad, simplemente planteo que lo lógico es una paulatina muerte de la comunicación. Puede que lo consigas con algunas personas. Esa en la que estás pensado, por ejemplo. Pero sabes, y tu cabeza se pone nerviosa sólo de pensarlo, no tienes tiempo suficiente en esta ni en otras veinte vidas para relacionarte con todas esas personas con quienes has estado a gusto durante un lapso de tiempo determinado y corto.

Sin mucho esfuerzo, podríamos extrapolar esto a una relación de pareja o a una amistad “de toda la vida”. A menudo, resulta peor la defensa de éstas a capa y espada, que la simple aceptación de su mutación. Fue bonito mientras duró, pero desde entonces es una puta mierda, y exprimir el fruto más allá de sus posibilidades sólo puede ensuciar los buenos recuerdos adquiridos. Absurdo sería renegar de cualquier esfuerzo por mantener a flote la nave, más aún, sin embargo, gastar tanto o más material en repararla que en fabricar una nueva. ¿Cuál es la tésis entonces? Una continua reinvención de las relaciones. Una relación son dos personas, pero también el lugar en que se encuentren y el punto que marque el tiempo en sus vidas, con las muchas connotaciones que ello conlleva. Pretender encontrar un modelo generalista para todas las situaciones resulta absurdo, irreal y muy doloroso, sobre todo si caemos en comparación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joe... cuántas veces habré sentido que la relación con alguien va muriendo, sea por la distancia, por ser completamente imposible la comunicación, por el cambio de vida o simplemente porque la relación se ha ido deteriorando. Y qué triste es esa sensación. A mí, me ahoga. Me hace sentirme sola. Me siento como si hubiera perdido la única oportunidad de ver el kometa Halley, porque además, esas personas siempre son únicas para mí...