2008/03/02

Hor dago!

El mus, ese noble autóctono juego, perdición de todx estudiante de ingeniería que se precie, creo que está empezando a afectarme. Como si de una droga más se tratara, ataca mis conexiones neuronales y la percepción de esa ilusoria realidad absoluta, separa todavía más la propia de la de mis congéneres.

Cierta cara angelical me envía discretos pitos en medio de “Electrónica Digital”, a veces incluso llamativos. Poco más tarde un sugerente mordisco llega desde un par de calles más allá. ¿Tres reyes? ¿O han sido dos? No puedo evitar la estupefacción al contemplar el solomillo que veo llegar mientras descansamos de un “arduo” día de estudio. Por la noche hay quien me lanza “la una” desde la otra punta de la mesa.


Por más que lo intento, no puedo evitar vacilar ante tales insinuaciones. ¿Y si esos reyes no lo eran? No, no puede ser. Los gritos de soledad magnifican tormentosamente esas lágrimas de inocencia. En lugar de una chuleta, empiezo a ver carnoso labios, húmedos, centrados en mi percepción. Largas pestañas, respaldadas por negras líneas cubren unos grandes ojos, me aparten de su atracción y cortan la muda conversación que manteníamos. Sin su iluminación me invade la inseguridad, la desesperación. Desaparece la expresión que cordialmente lanzaran. ¿Qué hago? ¿Envido? ¿Las echo todas? Es sólo un segundo, un minúsculo segundo, larguísimo minúsculo segundo. Pero se me hace eterno.

Acaba por nublarme la ilusión. Hasta que, una vez más, la cordura viene a su encuentro.

Lo dicho, creo que voy a reducir la dosis semanal de mus.

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