2008/03/24

Lo último que perdimos

La esperanza fue lo último que perdimos. Ayer, para ser más exactxs, si fuera posible. Por mi forma de ser, creo, la cobardía que me invade, o el valor que me huye, tengo firmado un escueto pacto de no intervención para las muchas ocasiones en que yo o alguien de relativa importancia pueda salir gravemente perjudicadx. Esto supone un ahorro de disgustos, si lo miramos con un rasero concreto. Pues puede ser fuente de ellos si invitamos a doña impotencia a la fiesta. En cualquier caso, como mi pluma ha escupido en innumerables ocasiones, la faceta más llamativa es aquella que me mantiene atento, a la espera, dejando las cosas pasar. Bueno, no tanto, sólo hasta percibir algún indicio positivo. Sin meter la polla donde ya hay otra, pues resulta ciertamente complicado e incluso doloroso (salvando honrosas excepciones, claro, donde resulta canon de naturalidad y rutina), siempre puede mantenerse alrededor. Sin bajar la guardia, tampoco subirla.



Los meses corren así, en un burdo juego entre creciente esperanza y abrumadora desolación. Un estado latente de incertidumbre alimentado por la remota posibilidad y la capacidad innata de aferrarse a lo mínimo, volviéndolo base. Todo para que, de la noche a la mañana, los incontables minipuntos se vean esparcidos por el fango, presentes e invisibles, perdidos tanto como a mano. Inútiles en cualquier caso, ante una visión más decidida, menos paciente. Un gatillazo sin igual en comparación con esa polla que primero entra y después pregunta. Se aferra a golpe de cadera para después plantearse la vomitiva situación en que se encuentra y deja. Egoísta, como debe ser, pero perjudicial para los advenedizos en tales prácticas. Un sopapo en toda la cara a esa minúscula esperanza, esa piedra preciosa que, cubierta de blanquecino líquido, ha perdido todo su atractivo.

Stand by, que diría un equipo cualquier. Hasta el próximo golpe de mando.

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