2008/05/09

Entrañas

Ahogar las penas es más o menos fácil. Basta con noquearlas y atarlas de pies y manos para soltarlas en la Ría mismamente. Tardarán un poco en quedarse inconscientes tras haber sin duda pataleado todo lo posible por mantenerse a flote y permanecer visibles a nuestros ojos el mayor tiempo posible. Pero acabarán por perecer.

Las entrañas revueltas, por contra, son un poco peliagudas. ¿Cómo puedes hacer frente a ello tumbadx en una cama de la que no debes moverte? El cuerpo tiritando, no sabes si de frío o rabia, o ambas cosas a la vez. No puedes conciliar el sueño por los gotones helados que recorren tu cuerpo, pero a ratos te sientes ardiendo. Los oídos chirrían y cada nuevo sonido se vuelve desgarro. Supura el tímpano, en un afán por poner fin a esos incesantes pinchazos, sin llegar a alcanzar la tan ansiada sordera. Tus ojos sangran copiosamente, ante la imposibilidad de cerrarlos. Derraman todo su contenido en gotas de impotencia, de contenido impotencia. Pequeños alfileres caracterizados como imágenes se introducen lentamente en los globos tan pronto como osas descansar los párpados. Atraviesan la pupila, el iris, sin prisa, pero sin pausa, infligiendo un sufrimiento propio sólo de la más triste de las imaginaciones. En tu interior, el estómago, los intestinos, el hígado, los pulmones, se dan vuelta. Los jugos gástricos derriten poco a poco cada célula. Arde la piel en contacto con algún ácido liberado, y se desprende en sangrantes trozos. El aire huye, los pulmones están expulsando hasta la más mínima porción.


La cama se vuelve penitenciaría psiquiátrica, el dolor y la ansiedad se agolpan y te retienen, incapaz de atravesar la estancia delimitada por las sábanas. Estancia que te oprime. No debes arriesgarte a salir, pero tampoco eres capaz de aguantar mucho más.

Consigues a ratos conciliar el sueño, si es que así se le puede llamar. Concluyes un historia de la que sólo conoces el minúsculo principio y que vas completando con tus temores, inseguridades. Añades a ella los sonidos distorsionados que desde lejos llegan y la desagradables situaciones que temes. Estás creando tu propia pesadilla, a caballo entre la consciencia y la inconsciencia. Poco más tarde, despiertas sobresaltadx, el corazón latiendo con todas sus fuerzas, intentando huir a cabezazos de las paredes que lo retienen. Gotas frías caen por tu frente. No eran soportables ya la escenas morfeanas. Te tranquiliza saber que sólo ha sido eso, un sueño. Pero, al mismo tiempo, te come pensar que eso mismo puede estar pasando sólo un par de habitaciones más allá. Vuelves a “dormir” y nuevamente tus propios latidos ejercen de despertador. Así una y otra vez, con peores desenlaces cada vez.

Al fin, despiertas por la mañana, con un cabreo monumental, una desazón difícil de llegar, apatía descomunal y tantas ganas de llorar que la única razón para contenerte es no alarmar al resto. No recuerdas todos los sueños, pero sí algunas imágenes suelta, y no sabes si fueras reales o ficticias. Cuando estuviste pensando en levantarte a beber, ¿lo hiciste? ¿Llegaste a la cocina? ¿Qué viste por el camino?

No. Ni fuiste, ni llegaste, ni viste nada por el camino. Fue sólo un ataque de celos, bastante fuerte, sí, pero sólo celos. Totalmente irracional, y ciertamente difícil de admitir. Espero poder aprender y mantener la próxima vez ojos, oídos, entrañas, y corazón en su sitio. No me queda mas remedio.

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