2007/05/29

Sincera falsedad

Amistad y sinceridad, términos ligados y, al mismo tiempo, contrapuestos. Muchos concebimos, hemos concebido, la amistad perfecta como una relación donde los tapujos han desaparecido y ambas partes son libres de opinar cuanto quieran, donde y como lo deseen.

“Yo acepto lo bueno y lo malo juntos, no puedo amar a la gente a trozos.” [1]

Así decía una cita, cuya procedencia desconocía cuando lo leí navegando recientemente. Busqué después y encontré que estaba extraída de la película “El invitado de invierno”, ya está pedida.

La perfección no existe, duro golpe para los que alguna vez hemos caído en sus garras. Las medias naranjas son una ilusión. No es posible amar todas y cada una de las facetas de quien tenemos al lado y, por tanto, siempre tendremos algo que reprocharle, algo que incomode nuestra maravillosa existencia. La perfección resultaría aburrida, pero esa es otra cuestión.

Sin embargo, para la correcta convivencia es necesario aclarar ciertos criterios que sí nos resultan indispensables. De otra manera, las incomodidades van engordando un saco que termina por caer, noqueando la relación. De dicha necesidad hemos llegado a pensar que decir lo que se piensa en cada momento es un valor digno de alabanza y que, lejos de resultar negativo, refuerza la relación. Nada más lejos de la realidad. Se ha incluido en el concepto de buena persona, antes incluso de escudriñar lo que ello supone.

En un análisis nietzscheano sobre la amistad, centrado en la frase “¡Amigos; no hay amigos!” [2], firmado por Mitxelko Uranga bajo el título “Los filósofos del quizá” leo:

“Quizá debieran aprender a ocultar, a callar, a ponerse una máscara por el bien de la amistad.” [3]

Seguido líneas más adelante por:

“Tendrán que aprender a guardar silencio para seguir siendo amigos tuyos. Pues la base de casi todas las relaciones humanas de este tipo es que hay un cierto número de cosas que no dirán jamás, que ni siquiera aflorarán a los labios.” [4]

El tiempo me ha enseñado, o me ha hecho creer, que la falsedad ha destronado a la sinceridad como pareja de la amistad. Lxs amigxs, aquellos a quienes consideramos amigxs, son lxs que dicen cuanto queremos oír y callan las posibles críticas que nos harían sentir incómodos, harían despreciar la realidad de lo que somos. De poco o nada importa cual sea su opinión real, ni la que muestren de nosotros a espaldas, siempre y cuando reciban sonrientes nuestra presencia y asientan nuestras penas. Nos llevarán la contraría, sí, pero siempre y cuando ese hecho no sea suficiente para poner en jaque la relación. En caso de que el más mínimo indicio de ello asome, otra persona será el desagüe, por el bien de la “amistad”.

Así nos encontramos con la mochila llena de caretas, de máscaras, y falsas personalidades que empleamos en función de la situación, de la compañía. Éstas forman parte del carnaval al que asistimos, posiblemente porque, como bien me dijo una conocida hace meses “no tenemos otro pito que tocar”.

La sinceridad aflorará, como crudas y ofensivas realidades, para relajar el ambiente en un momento de tensión. Distrayendo así a lxs asistentxs de otros acontecimientos, al dirigir todx ellxs sus ojos a la puerta por donde sale el/la expulsadx. Todxs felices por la extirpación, apoyadxs en “la violencia externa o ‘fundacional’, que es aquella por la que un ‘nosotros’ mantiene su cohesión y refuerza su estabilidad y permanencia dirigiendo la agresividad de sus miembros hacia fuera, hacia los otros.” [5].

“Y es que, ciertamente, la amistad se asienta siempre en terreno inseguro, que es lo que finalmente hace que los sabios griten la inexistencia de amigos.” [6]

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[1] Fragmento de la película “El invitado de invierno”
[2] Esta frase se le atribuye a Aristóteles, aunque ha sido utilizada por multitud de filósofos a lo largo de la historia
[3] Los filósofos del quizá – Mitxelko Uranga
[4] Los filósofos del quizá – Mitxelko Uranga
[5] Los filósofos del quizá – Mitxelko Uranga
[6] Los filósofos del quizá – Mitxelko Uranga

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