Angustia, nervios, incertidumbre sientes cada tarde al llegar a casa y contemplar la pila de libros, papeles, apuntes, anotaciones que te espera. Horas de lectura y memorización para después vomitarlo todo forzosamente en noventa largos minutos, y dejar la mayor parte perecer en los vagos recuerdos de aquello que llaman memoria pasiva.
Con los exámenes al final del callejón, las finales a la vuelta de la esquina y la selectividad soplándote en la nuca, resulta difícil relajarse, recolectar esbozos de tranquilidad. No es sencillo disimular las pulsaciones del corazón aun en momentos de relativo descanso.
En estos días en que la cabeza no te deja pausa hasta haber comprendido el último ejercicio de matemáticas, haber desguazado ese texto atravesado de lengua o tener bien presentes los últimos cincuenta años de historia, atrévete a sonreír. Atrévete a dejar las incontables columnas desvanecerse por unos minutos para descansar entre hierba fresca, para sentir el sol en tu cara, en tus brazos, en todo tu cuerpo; contrarrestando el frescor de la suave brisa. Encierra a Pitágoras, Einstein, Azaña, Marx, Pérez Reverte y compañía discutiendo tranquilamente en tu habitación para oír piar a pajaritos, para alimentar algún caballo o a tu propia mente. Déjala descansar, déjala sonreír, déjala disfrutar de no hacer nada.
Tómatelo como recomendación, no como norma, empero. Pues luego llegan las penas, afloran los llantos. No vas a lograr en hora y media lo que no hagas en hora y veinte. Tampoco vas a conseguir en diez minutos aquello a lo que deberías haber dedicado, paulatinamente, unas cuantas horas más. Es ahora cuando recuerdas las promesas de septiembre y Año Nuevo. Es tarde ya para lamentos. Busca el equilibrio y recupera el tiempo perdido, sin desperdiciar por ello el presente. Ponerte nervioso, renunciar a todo ocio, a toda relajación, no va a incluir coeficientes en tu nota. Esfuérzate, no te abstraigas.
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