2007/05/15

Interpretación

Un texto por sí solo no es más que un cúmulo de palabras y signos de puntuación, que no es poco. Un conjunto que, pudiendo decir mucho, no dice nada. Y sin querer decir nada, lo dice todo. El todo y la nada se unen en un baile sinsentido donde la música la pone quien lo lee, no aquella que lo escribe ni aquel que lo protagoniza. Sujeto a unas circunstancias concretas, donde el momento juega un papel primordial, su significado varía con la misma facilidad con que lo hacen las nubes en una borrasca.

Por incoherente que resulte su arquitectura o elaborada la expresión, un texto quedará marcado en nuestra retina si al leerlo el músculo que roba espacio al pulmón izquierdo da un vuelco y la piel, incomprensiblemente, se eriza al ritmo que marca la sucesión de letras.

Recientemente he revisado cuantos textos han ido saliendo de mi pluma a lo largo de estos meses; garabatos en trozos de papel, apuntes en los márgenes de las páginas y borradores en la memoria del móvil. Veo, con relativa perspectiva, lo absurdo de muchos de ellos a ojos ajenos; y siento cómo en su días ayudaron a esta “compleja” cabeza a despejar dudas, quebraderos. Sinsentidos que la velaban de cara a otros quehaceres considerados “más importantes”.

Los releo y vienen a mi mente recuerdos, situaciones, conversaciones… Mantienen presentes sentimientos de otra manera condenados al exilio. Los transportan a través del tiempo, curioso concepto éste, y se muestran como reflejos de pasajes más vivos que nunca.

He utilizado durante largo tiempo la facilidad de la soledad, y lo crudo de ésta, para aflorar aquello que no me veía capaz de expresar en compañía. Y es ahora, en estos días de irreal asueto, cuando, una vez más, siento miedo de empezar a hacerlo por obligación. Tengo miedo de sentirme invadido por ese sentimiento y apartar la razón que me impulsó a empezar y que me ha mantenido en tal empeño.

Leí hace poco en una revista que, para que un blog sea leído, uno de los puntos importantes es definir la frecuencia de actualización. Otro, decía, es fijar los temas que se tratarán.

Huelga decirlo para aquellos que hayan tropezado con estos textos a través de mí, pero importante, opino, para los que, por ironías del destino, o razones similares, han acabado teniéndolos entre manos. Las razones por las que existen son tan numerosas como las presentes para su inexistencia. Son fruto de una necesidad de relajación, de desahogo, de gritar cuanto me mantiene en vilo. Como tales, su frecuencia la marcan las circunstancias, y los temas son tan variados como situaciones puede un transeúnte encontrar, un transeúnte de la vida.

Adolfo Aristarain escribió para “Roma”: “todos los problemas que a uno le parecen muy gordos suenan absurdos y ridículos cuando se dicen en voz alta”. Yo los escribo, en lugar de gritarlos. No por ello dejan de resultar absurdos ni apartan la ridiculez. Quien espere un mensaje directo de ésta lectura, un mensaje para ser difundido, ha errado su camino; pruebe usted en la siguiente puerta. Quien busque pasar el rato y quizá, sólo quizá, esbozar una sonrisa empática, un guiño simpático o una triste lágrima, ha llegado a buen puerto. Amarre bien el navío, y disfrute de la estancia.

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