Mi relación con la música electrónica nunca ha sido especialmente estrecha, más bien podría describirse como una sucesión de tormentos. Y es que a ella han ido a parar inconscientemente las causas de desgracias todos estos años. Ha resultado ser una alcantarilla perfecta donde tirar toda la mierda. A ello han contribuído mi nulo sentido musical y los estereotipos vigentes, a menudo confirmados por ciertos especímenes calificados como humanos. Durante largo tiempo, estos prejuicios y odios han estado extendidos también al hip-hop y en gran medida al pop. Poco a poco voy consiguiendo perpetrar una mínima distinción entre imagen y contenido, y soy más o menos capaz de escuchar algunas canciones y grupos sin que esa insoportable sensación de asco y ganas de vomitar me invadan, sin que la repulsa cause erupciones en mi piel, y sangren mis oídos. Empiezo a relacionar los estilos con situaciones/actitudes que me resultan gratificantes, incluso excitantes podría decir, pues hacen revolotear mariposas dentro de mí.
El otro día, después de llegar de no sé dónde o hacer no sé qué, me quedé solo en casa. Bajé la persiana que durante el día impide a los rayos quemar mi piel, cerré la puerta para que ningún alma errante entrara a mi redil, puse a tope la banda sonora de “Réquiem por un sueño” y me tumbé sobre la cama.
Yacía allí, sonaba “Summer overture”, y pensé en lo guapo que sería echar el palo con esa música marcando ritmo. La música ambiente que normalmente me agrada está más cerca de un “Hoy te la meto hasta las orejas” (Extremoduro), “Alucinante” (Platero y tú) o “Un perro como tú” (Poncho K). Canciones bastante más explícitas, todo hay que decirlo. “El roce de tu cuerpo” (Platero y tú) para una reconciliación, seguida de “Corazón de tango” (Doctor Deseo). O “La vereda de la puerta de atrás” (Extremoduro) junto con “Ama, ama, ama y ensancha el alma” (Extremoduro) para un momento bobalicón. Resulta más fácil, pero, que los pulsos de mi cuerpo sigan el ritmo de una base marcada que el de una guitarra eléctrica. La batería queda cubierta por la voz en el orden de prioridades, por lo que tampoco resulta un punto de referencia válido.
Allí estaba yo, tumbado en la cama, boca arriba, en estado quasiletárgico e imaginando un polvo hasta el culo de éxtasis con luz ténue, cuerpos sudorosos, y “Party” taladrando mi cerebro, moviendo mis brazos, mis dedos, mis llemas, moviéndome, “Lux Aeterna” agitando mi pecho, mi pelo, mis piernas, agitándome, guiando mis labios, mis pensamientos, guiándome.
En fin, algún día.
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