2007/10/06

La conquista de El Astillero

Hace años, en un pueblo donde solía pasar el verano, había una pequeña casa abandonada cerca de la Iglesia. “El Astillero”, la llamaban. Nunca supe por qué, aunque tampoco me interesara en exceso. Se encontraba junto al río, a unos pocos metros. Un río ancho, aunque no muy profundo.

Allí nos reuníamos a todas horas los niños del pueblo y algunos traídos a rastras por sus padres de donde quiera que vivieran.

Pronto se convirtió en nuestro centro de ocio. Con un par de palos, trozos de tela y una gran dósis de imaginación organizábamos batallas entre valerosos hombres y malvados piratas llegados del mar para conquistar su fortaleza. Los tesoros consistían en gominolas de duro y una corona de cartón. No era gran cosa, tampoco necesitábamos más. En torno a ello giraban todas nuestras posesiones y en ello basábamos nuestro tiempo libre.

Hoy, salgo a la calle y la congoja invade mi garganta, la deshazón se adueña de mi cuerpo al ver una cuadrilla de niños a la sombra, jugando cada uno a su consola, ajenos al sol y las montañas que les llaman desde fuera. A las aventuras que intentan alcanzarlos desde la distancia. Cobran entonces fuerzas mis recuerdos y por unos minutos sueño con “La conquista de El Astillero”, mi libertad y felicidad de entonces. Para a continuación aterrizar y ver que no soy más que uno de esos niños venido a más.

1 comentario:

Sergio Santillana dijo...

curioso la diferencia de edad que nos llevamos pero veo la historia como propia, cuando era txiki en el pueblo todos los niños teniamos una carretilla y unas palas, de estas de plastico, y eramos mas ricos de lo que ahora lo son, no teniamos ps3, ni psp, quizas una gameboy monocroma, pero eso llego mas tarde, jugabamos, eramos iguales y no eras el reflejo de un protagonismo que nuestros padres nunca tuvieron y quisieron tener.Nos dejaban ir con la bici a otros pueblos, tardes enteras de aqui para alla, conociendo la zona, ahora mis primos de entre 10 y 15 años jamas han cogido la bici para ir a otro pueblo, las maravillas de un pueblo pasan inadvertidas para ellos.

En ocasiones siento lastima por ellos, por lo que se pierden