Pesan los párpados. Han engordado y apenas me permiten abrir a medias los ojos. Por el pequeño resquicio las luces cobran importancia, brillan con más fuerza aún en el nublado mundo que las rodea. Todos los músculos del cuerpo parecen realmente pesados, como sucediera con los párpados. Sensación que contrasta con la livianidad que parece haber tomado al elevarse unos pocos centímetros del suelo. Las nubes parecen incapaces de soportar la presión desde la distancia, pero se muestran firmes aliadas con la imaginación.
Puede que, al fin y al cabo, sí me haya pasado un poco. ¿Cual fue? ¿El último? ¿El penúltimo? Pst, no me acuerdo. Puede que debiera haberme ahorrado la segunda visita al “Koala”. Mañana lo dejo.
De camino a casa, en silencio, paseando tranquilamente. La mente parece trabajar al doble de su velocidad. Las palabras, imágenes, olores saltan de un lado a otro, como las burbujas al ser liberadas bajo el agua. Sin orden aparente se entrelazan, desenredan y vuelven a unir.
Se abre la puerta ante mí, y la cama espera. Dos pasos más y me agacho a soltar los cordones. La piel, extremadamente sensible, ha cobrado mayor sensibilidad. Percido el mínimo roce mientras la bola de ropa engorda a mis pies: calcetines, sudadera, camiseta, riñonera, cinturón, pantalones. Semidesnudo, el saco me abraza. Cedo el pulso a los párpados y la habitación empieza a moverse. Salgo de mí y desde unos pocos centímetros más allá me veo tumbado. La cama tiembla ligeramente y acaba cediendo. Caigo entonces a la nada, una nada negra, oscura, pero cálida. A lo lejos un pequeño destello me indica por dónde he entrado. La textura de la nada también me resulta extraña: vuelvo a estar entre nubes, cálidas; miles de manos están rozándome fortuitamente, estoy hundido en una montaña de finas telas.
Me rodean imágenes que poco a poco se ordenan formando una cinta con relativo sentido; mi película se ordena en imágenes. Vuelven todas las ideas inconexas que revoloteaban durante el paseo. A bofetones van entrándome, empujándome a diferentes estados de ánimo, a cada cual más fuerte y extraño. El cansancio termina por ganar a la consciencia.
Despierto horas después acurrucado en la cama, con la garganta seca y un extraño sabor en la boca. Sacudo la cabeza, me lavo los dientes y, tras detenerme unos minutos a pensar qué ha sido eso, dejo la memoria a un lado para sonreír al nuevo día.
Hambre de vida – Paso a paso
3 comentarios:
¿El "Koala"? A que me suena eso a mi, jejejejeje
Digo yo que, además del Koala, algo más te sonará. Esa cama que metía ruido, el saco que me abrazó semidesnudo...
En fin. Eskerrik asko. Eres el primer conocido que se digna a publicar un comentario ;).
Recuérdame que te de una piruleta.
Con que hagas alguna réplica en el mio me conformo, jajajajaja.
A ver si termino pronto exámenes y te pillo por banda para hacer algún viaje de finde
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