2007/08/17

Amor, odio, indiferencia

Amor y odio, términos contrapuestos, símbolos del bienestar y la desolació. Así son entendidos, ¿o no?

Algunas acciones o actitudes tomadas por terceras personas marcan de alguna manera nuestro estado de ánimo, nuestra perspectiva del momento. Toman importancia en nuestra propia realidad del mundo, de la vida que vivimos y la modifican a su antojo. Esos hechos se tornan amor si resultan convenientes para nuestro estado sentimental. Se nos llena la boca de odio de lo contrario.


Sin embargo, no se encuentran tan distanciados el uno del otro como nos/me gusta creer. El reflejo de un hecho en nuestra forma de actuar significa, al fin y al cabo, trascendencia, relevancia. Y no hay sin afecto. El mismo gesto, un simple abrazo, una caricia, puede transmitirnos tranquilidad, afecto, cariño en un momento dado y desprecio desmesurado, hasta el punto de hacernos hervir la sangre, en otro. No se trata más que una pequeña diferencia en la manifestación de un mismo sentimiento: el aprecio.

Por lo tanto, lejos de ser opuestos, bailan los dos cerca del mismo muro, tras el cual se encuentra la indiferencia, la verdadera antítesis de ambos. Es ésta la que nos da tranquilidad ante las situaciones que observamos. El odio, por contrario al amor que parezca, permanece en nuestra retina y nos hace mantener vivas, más que el amor si cabe, las situaciones y sensaciones vividas. Nos induce a recapacitar, a reinterpretar una y otra vez lo sucedido, a buscar razones y conclusiones por la mala hostia que nos corroe. El odio no es desprecio, el verdadero desprecio es no hacer aprecio.

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