2008/01/28

Vergüenza

Me repatea el exceso de vergüenza. Aunque no en grandes cantidades, me saca de quicio esa invisible y extraña fuerza que impide dar un paso adelante, aun viendo que la balanza se decanta por ello. Esa cadena que mantiene el cuerpo anclado al suelo, evitando ilógicamente abrir la boca, acercarla, mover un brazo, rodear con él.

Pero todavía más desprecio me produce la total ausencia de ésta. Ya he dicho en alguna ocasión que creo imposible decir siempre las cosas a la cara tal como se piensan. De hecho, sigo pensando que muchas veces no lleva a buen puerto y es mejor estarse calladx. No voy a retractarme de ello en esta ocasión, ni a magnificarlo. Simplemente me gustaría hacer una pequeña apología de la discreción, y, ya que estamos de la coherencia.


Supongamos que tenemos un grupo de católicxs practicantes que cada semana se juntan para leer fragmentos de Biblia y disfrutar de la compañía afín durante un rato. Unx de ellxs no está del todo convencidx de sus ideas. Éstx se relaciona especialmente con otrx, con quien tiene un poco más de confianza y le revela sus dudas. Durante un tiempo, nadie más tiene conocimiento de ello. Pasados unos meses, se aburren de la dinámica, la rutina les corroe, y en vista de que tienen pocas alternativas de ocio, para hacer la gracia, se lo comenta al resto del grupo. Ven gracioso crucificarlx, pasa a ser atex convencidx para todxs, vade retro. Ponen carteles en el portal de su casa, le impiden acercase a las reuniones, se niegan a establecer cualquier comunicación. Es divertida la cuestión. Últimamente habían sucedido ciertos roces que debilitaban la unidad reinante durante las primeras sesiones. Así, con esta noble causa, han conseguido reunificarse.

Con el tiempo, y por causas de fuerza mayor, no le queda más remedio que buscarse otro grupx de gente un poquillo más normal. Feliz o no, esa es una cuestión difícil de valorar, se busca otra secta con la que reunirse. En esta no leen novelas, adoran a un personaje rubio formado por bits.

El caso es que, y aquí llega la parte divertida, un buen día lees atónitx que la misma persona que vió conveniente revelar un “detallito” para divertirse un rato, le invita amablemente a volver a sus reuniones, como si nada hubiera pasado. La pregunta obligada es ¿se puede saber dónde se ha quedado tu vergüenza? ¿se les olvidó a tus padres marcar la casilla cuando te encargaron?

Llevaba tiempo sin meter la boca en ciertas cuestiones, pero no he podido evitarlo. Me hierve la sangre al ver tal nivel de sinvergonzonería. Me pongo en la situación y lo único que se me ocurre es solicitar al suelo que se divida a mis pies y me haga desaparecer. Una cosa es la falsedad, otra repartir monedas de siete euros por la calle. Somos libres de poner a parir a quien queramos, eso creo vamos. Y también de querer a todo quisqui, si así lo vemos conveniente. Pero, por favor, un poquitín de decencia. Sólo un poco. ¿Es tanto pedir?

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