2008/01/25

Perdón por ser viejo

¡Ya dan de sí las salas de espera! Hace tiempo, la penúltima vez que estuve en la del ambulatorio de mi pueblo, quedé ensimismado con una familia. Bueno, vale, tengo que admitirlo, con la madre. Hoy he vuelto, y no ha sido para mí una visita indiferente.

Cuando he llegado, tarde ya, estaba hasta los huevos la estancia. Así pues, como no podía estar sentado, me he ido a la zona de pediatría. Suena lejano, pero sabrá quien haya visto el asombroso tamaño del edificio, que no. Es más, se trata de dos asientos un poco separados, en un recoveco. Como no había pedido hora ni nada, no estaba como para despertarme a las 8, tenía que esperar a que el médico terminara de pasar consulta. Sabiéndolo, me he llevado lectura, así que he estado entretenido.


Pasado un tiempo, no sé cuanto, pero el suficiente, me he desplazado a la sala, donde ya había sitio. Estábamos sólo un matrimonio mayor y yo. Mientras seguía leyendo, me ha llamado la atención la respiración del hombre, profunda, sonora. La paciente que estaba con el médico ha hecho ademán de salir y el matrimonio se ha dispuesto a entrar. He reparado en el hombre, por segunda vez. Andaba a pasitos muy cortos, con un visible tembleque en las manos, que transmitía al bastón y, a su vez, al suelo. Al pasar por mi lado se han detenido, para esperar que terminara la anterior, pues seguía dentro. El señor ha reparado en un objeto cuadrado y rojo que estaba en la pared. Tenía una tapita y un pulsador. Ha intentado levantar la tapa, pero, la que supongo sería su mujer, se lo ha impedido. Lo ha vuelto a intentar unas cuantas veces, hasta que la señora se ha tenido que enfadar y mandarle apartar. Él ha agachado la cabeza, como un niño consciente de que algo ha hecho mal, y ha permanido quito, mirando la suelo. Le ha explicado más tarde que eso era una alarma de incendios, que no puede darle así porque sí...

La escena me ha marcado. Quizá la naturaleza ha leído ese texto atribuído a Quino [1], y haya decidio aplicarlo, aunque sea parcialmente. No he podido evitar recordar las líneas firmadas por Julio Acebedo Flórez que tan incómodo me hacen sentir cada vez que las leo. Me transmiten miedo y pena, me producen ternura, me critican duramente, y me alaban enfáticamente. Sensación argidulce, placentera e insoportable, la que esa escena de un niño encerrado en sus setenta años y preso de la demencia, me ha provocado.

Por favor, perdonadme a mí también para cuando sea viejo.

--------------------------------

[1] La vida según Quino

“Pienso que la forma en la que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: uno debería morir primero, para salir de eso de una vez. Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí. Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación. Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol, diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estás listo para entrar a la secundaria. Después pasas a la primaria y eres un niño(a) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo. Luego pasas a ser un bebé y vas de nuevo al vientre materno y ahí pasas los mejores y últimos nueve meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo. ¡Esto sí que es vida!"

1 comentario:

Anónimo dijo...

hay que conocer antes a este tal Julio acebedo florez, un personaje de mucho cuidado.
No voy a entrar en detalles, pero, ni es viejo, ni es bueno, ni es nada. Ha hecho sufriar a mucha gente, e insisto, si entrar en detalles…si supiensen qué tipo de persona es, el artículo que escribe solo les transmitiría sensaciones desagradables.
Saludos