2008/01/28

Sinestésico pavor

Gritan mis ojos, húmedos sollozos se desprenden de unas deprimidas pupilas. Lloran mis oídos, con esféricas lágrimas enceradas que suavemente recorren mi cuello. A través de las delicadas yemas, huelen mis manos. Soy presa de un brutal ataque sinestésico, incomprensible, pavoroso, pero ciertamente placentero. Condéname a proyectar en silencio caprichosas geometrías sobre la densidad de una lengua perdida.


Gritan porque nadie percibe sus sollozos, ni siquiera ella, culpable de cada uno de ellos. Lloran al contemplar la indiferencia a mi paso, al verse conocedores de la ignorancia que la corroe. Huelen su piel con cada roce, aprovechando la menor posibilidad, sin que siquiera sospeche de tal acción.

Es por eso inevitable la dualidad de sentimientos. De saberlo, desaparecerían estas sensaciones producidas por la incertidumbre, por el macabro cariz del secreto, del riesgo tan inexistente como perceptible. Perdería toda su gracia. Dejaría de disfrutar de dulces rectángulos, cubos con sabor a fresa, y todos esos hipercubos empapados en vainilla. Mantenerlas supone aceptar la imposibilidad de mayores, condena al eterno disfrute de la observación, pero goza del atractivo producido por la seguridad. Seguiremos así por un tiempo. Total, tampoco se está tan mal.

Confundiendo sonidos y colores, Paulo Coelho

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