Hubo un tiempo, lejano ya, en que ver un nueve en algún exámen era para mi causa de desilusión. Mientras había quien se mostraba feliz de recoger notables, altos o bajos, yo no podía compartir dicho estado de alegría. Eran años en que se me hacía soberanamente sencillo llegar al nono grado. Me gustaba ir a clase, atender y hacer los ejercicios, participar, aprender. Es por eso que sólo con hacerlo y manteniendo los sentido alerta durante el exámen, alcanzaba con facilidad nicha nota.
Con los años, como es lógico, las materias fueron complicándose, hacía falta más trabajo para obtener dichas calificaciones. Yo mantuve mi rutina y, por consiguiente, descendieron los resultados. Medio punto el primer año, otro medio el segundo. Dejé de darle tanta importanto a eso y me centré en otras actividades, igual de enriquecedoras, pero mucho más llevaderas, por la atracción que me suscitaban. Hasta que, el último año, hice lo mínimo necesario para aprobar. No pasé de todo, pero tampoco me esforcé mucho más allá de ir a clase todas las mañanas. Hice cálculos y jugué con los resultados para poder acabar bien, y listo.
Éste, bueno, el anterior también, pero este curso, en la universidad, empecé con la misma mentalidad. Ha habido, sin embargo, una asignatura en especial que me ha enganchado sobremanera. Luego se ha extendido a otras, es cierto, pero la principal ha sido ésa: dibujo. Desconozco si por el contenido en sí, por la forma de impartirlo, o por la relación con el profesor. He hecho todos y cada uno de los ejercicios, con espuerzo, pero sin sufrimiento. los he repetido cuantas veces me ha sido necesario, hasta tenerlos bien. Es cierto que he descuidado un poco el resto de asignaturas, pero ha merecido la pena.
El lunes tuve mi primer exámen, casualmente de dibujo. El exámen más fácil de los últimos años. Realmente sencillo si lo comparamos con el nivel que hasta ahora se ha requerido. Y, a pesar de ello, al salir tenía la misma sensación que cuando, con ocho años, veía un 8'9 en lengua. Sólo tenía que unir los puntos memorizados, los giros tantas veces repetidos. Podía sacar un diez, tenía que sacar un diez. Y, por ponerme nervioso, no centrarme como es debido, me voy a quedar con el notable, si no bajo más. Una nota excepcional para cualquier otra asignatura de cuantas me examino, pero no para ésta. Me he fallado a mí, porque podía. Pero siento que también he fallado al profesor, y a mis padres, que me han visto con el compás en la mesa estas semanas. Ese burdo número no define mi comportamiento ante la asignatura de los últimos cuatro meses. Y eso me frustra, me quita una cucharadita de motivación para el próximo exámen.
Ya poco se puede hacer, pero no puedo dejar de cagarme en lo más barrido cada vez que recuerdo, valga la redundancia, cómo la he cagado. A base de lamentaciones poco se consigue, pero. Así pues, prosigamos. No queda otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario