2007/12/15

La catedral

Después de años de odio y sistemático desprecio, la semana pasada decidí, por recomendación de una conocida y proposición de un amigo, coger el teléfono y preguntar a ver si cabía la posibilidad de acceder al a disctoca de moda por la cara. Mi economía no está tan boyante como para permitirme el lujo de pagar diez eurazos por entrar a un local, y además mi relijión lo tiene ligeramente limitado. Ante la respuesta afirmativa, cedí mis datos para que pasaran a engrosar la lista de asistentes del día 14.

Ayer, tras levantarme prontito, asistir durante seis horas a la uni, reunirme con un grupo de frikis de la EHU/UPV y pasarme por unos conciertos en Udondo, un bonito A3 pasó a buscarme, para enfilar hacia “La catedral del Bumping”. Allí llegamos a las doce pasadas con dos grados justos y los huevos en estado de invisibilidad. A paso ligero recorrimos el paseo que nos separaba de la entrada, pues no dejamos allí el vehículo, y nos dispusimos a esperar a la cola. Al parecer faltaba la lista y no quedaba más remedio que esperar. A no ser que quisiéramos entrar pagando. Evidentemente, cigarro en mano, optamos por chupar frío. Con cierto tembleque por las altas temperaturas y otro interior por ver que lo único en común con cualquiera que pudiera divisar eran la raja del culo y lo blanco del ojo. Bueno, lo blanco no tanto. Los prejuicios mandan, ya se sabe. Si tienen antecedentes, más.

Vistazo al cartel nada más entrar que reza: Reservado derecho de admisión (21 años). Caso omiso y seguimos p'alante. Pensando en qué sentido tiene ese cartel si la mayoría de sus clientes no llegan a tan bonita cifra, llegué a una ventanilla donde una chica solicitó mi DNI. Se lo cedí, y me estampó un sello en la muñeca. V.I.P., diecía. ¡Sí que es fácil ser importante en este sitio! En fin, seguí hacia la puerta. Un fornido caballero se fijó en mí, y cariñosamente procedió a meterme mano. Palpó mis nalgas, me acarició la entrepierna, rozó mis pezones...¡Y yo pensando que el karaoke estaba en Gobela! La verdad es que el hombre parecía bastante interesado en mis pertenencias: se fijó en mi padiquete de kleenes, en el paquete de tabaco, en el mechero, en el paquete de los filtros, en el llavero... De este último me pidió que extrajera un seguro de extintor. Ciertamente no le doy ningún uso, pero es un regalo de cierto viaje de estudios y le tenía cariño. Bah, da igual, tengo otro recuerdos, y es un pequeño sacrificio por entrar a tan vanagloriado local. Cuando el tipo se dio por satisfecho, procedí a atravesar la puerta. Mi acompañante esperaba al otro lado; a él le dejaron pasar antes.


El local en sí estaba bastante mejor de lo que me había imaginado. Estaría de puta madre para conciertos, si no fuera por la barra del centro que quitaba mucha visibilidad. Las vigas y gruas industriales del techo le daban un toque “vintage” a la estancia. Tenía aire de gaztetxe, así a primera vista, por raro que parezca. En el interior había cuatro gatos todavía, de los cuales a dos ya los conocía. Entre comentario y comentario, echamos un ojo a las proyecciones visibles en las diferentes paredes. Tenían un aire a las “demo”s que hace años se hicieran en Amiga, de esas que a veces ponen en las partys. Muy psicodélicas, coloridas, vivas. Recapacitamos sobre las curiosas sensaciones que tienen que producir en una mente bajo los efectos de ciertas drogas, la paranoia que te tienes que montar viendo eso si estás padeciendo fotofobia, del trance en que tienes que entrar si lo unes a la música. Por un momento sentí ganas de saber cómo sería. Pero no tenía la droga a mano.

Entre divagaciones y conversaciones varias, parece ser que el local fue llenándose un poquillo, una decena de personas ocupaba ya las diferentes pistas de baile. Por un lado objetos contorneándose de forma sugerente, empeñadxs en satisfacer nuestras necesidades más primarias visualmente. Más claramente: perras en celo a las que había que buscar la ropa con lupa. Por otro, machos saludándose según costumbres desfasadas, propias de una sociedad anterior por lo menos, al hombre de Crog-Magnon. A veces me gustaría haber estudiado psicología para encontrar las relaciones entre un grupo de “hombres” saludándose al mismo tiempo que rodean a dos muñecas, y dos cabrones enzardados en enérgicas embestidas por una inocente cabrita.

La música era realmente extraña. Muchas de las canciones eran conocidas, léase el himno de la alegría, pero con bases chungas. Si alguien estuvo en el concierto de Dover de la Aste Nagusia, que imagine el destrozo de “Devil came to me” o “Serenade” elevado a la máxima potencia. Y, a pesar de todo, no estaba del todo mal. El dolor de cabeza pasados unos veinte minutos no te lo quitada nadie, pero el hecho de que en todas las canciones te sonara algo las hacia más agradables menos desagrables. Dj Maki, creo que así se llamaba, nos sorprencio de repente metiendo “Ilargia” de Ken7, tal cual, para desconcierto de lxs asistentes. Alguna jóvenes la cantaron gustosamente, mientras otros intentaban inútilmente bailarla siguiendo sus movimientos con tanto esfuerzo memorizados. Todo un show.


Ya nos habían soplado seis euros por dos coca-colas, y el tabaco estaba a precio para estudiantes también: tres euros el paquete, de cualquier marca, para evitar problemas. Visto esto, que ya habíamos recopilado información suficiente para nuestro estudio personal, que las chavalas estaban más pendientes de los cabrones que de los muebles y que el cansancio acumulado empezaba a hacer mella en el cuerpo, optamos por abandonar el local. Antes de hacerlo otro fornido caballero nos estampo su marca en la muñeca, por si acaso queríamos volver XD. Enfilamos el coche hacia las playas para tomar la espuela, pero, en vista de que no había nada, nuestras casas nos acogieron con cariño.

Conclusión: un 5,0. Es decir, un aprobado por los pelos, que nos asegura la nula relación con el profesor hasta que alguna causa de fuerza mayor se meta en medio. El local en sí es una gozada, la música se oye de maravilla y las proyecciones estaban muy guapas (me quede anonadado mirándolas un buen rato). Ves en poco tiempo la poca vergüenza que hay repartida por el mundo, y cuanta golfería. Te sientes raro, muy raro, más raro que nunca. Sientes que estás de sobra, que no tienes nada en común con lo que te rodea. La música te pudre poco a poco el cerebro, retumba en tu interior, te deja KO. Algo parecido a lo que le sucede a tu cartera cada vez que la abres.

En fin, ya puedo decir que he estado. Y, si alguen tuvo la suerte de coincidir conmigo, tiene el placer de poder decir que ya me ha visto.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Eres guapo?

Opositivo dijo...

¿Quieres que lo sea?

Anónimo dijo...

Claro.
A veces recuerdo frases. Creo que son demasiado perfectas. Y me gustaría que estuviesen escritas por un chico guapo. Escribirlas siendo un feo rebelde e incomprendido sería demasiado fácil. ¿Entiendes?

Anónimo dijo...

feo, rebelde e incomprendido van siempre juntos? de todas maneras, todo depende de los ojos con lo que lo mires. solo tienes que buscar... su guspaura no estara tan en el fondo. buscala

Opositivo dijo...

"Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción genética". Algo así se le atribuye a un tal Ernesto Guevara.

Yo todavía me considero joven, y como tal tengo mi lado rebelde. Siendo rebelde, no puedo contener mi vena inconformista, lo que deriva, a menudo, en una imcomprensión por parte de lxs que me rodean.

Ningún feo es tan feo, tras intercambiar unas cuantas charlas con él. Al igual que ningún guapo mantiene intacta su belleza alrededor de diversas consumiciones.

La pregunta es, ¿cuantas veces quieres verme?

Soy feo, rebelde e incomprendido. También guapo, conformista y popular. Todo depende del día, el lugar, la compañía...

Aunque en el primer caso fuera más fácil, eso no es algo que le quite valor a lo expresado. Yo escribo más cuanto más jodido estoy, ¿le quita eso importancia? No. Simplemente ese estado cambia mi orden de preferencias y antepone la expresión de sentimientos al ocio o el placer en cualquier otra de sus formas. Algo tiene que atormentar tu mente, ya sea la belleza del guapo si tú no lo eres tanto, o la naturalidad del feo, si estás obligadx a guardar una imagen.

¿Entiendes? Soy una imagen en forma de bits, de unos y ceros alternos. Soy como quieras. Aprovéchalo. No existo, no me conoces, y, aunque lo hagas, te falta años para hacerlo de verdad. Puedes dejar que tus gustos e ilusiones manden. ¿Por qué no dejarlxs sueltxs?

Y, por terminar ya la chapa, ¿puedo poner nombre a la incógnita que ha visto conveniente dejar un recuerdo en esta bitácora perdida en la red de redes? O estoy, por el contrario, obligado a intuirlo, a crearlo, a soñarlo...

salu2! ta eskerik asko! me ha alegrado el día...

Anónimo dijo...

Me gusta.
Tienes una cicatriz de cinco puntos en la ceja derecha?
No importa, ya me la imagino yo...
Laura. Banal, lo sé, pero hay muchas cosas que quiero cambiar antes que mi nombre.