2007/12/24

Apariencia dominical

Volvía yo de asistir a la proyección de una vídeo/documental, con su posterior charla, sore “CSOA Casas Viejas”, cuando recordé haber concluído la lectura de cierto libro que, casualmente, transportaba en mi mochila, a la espalda. El sol se había acostado ya, pero todavía quedaban algunos metros por salir. Así, decidí pasar por la oficina de mi padre, cuyas llaves suelo llevar conmigo, las de la oficina, no las de mi padre, y transcribir los fragmentos más llamativos que a lo largo de la lectura había ido señalando.

Folie a trois” de fondo, en poco tiempo hube copiado lo que quería. Decidí no publicarlo desde allí, pues el hacerlo alargaría mi estancia y, además, no disponía de algunas herramientas. Sí ejecuté el messenger, pero, y saludé a una, en esos momentos, vecina. Considerándola la vía más fácil de devolver el ejemplar a su legítima dueña, debido a ironías de los horarios y sarcasmos de la vida, solicitéle que bajara al portal. Ante su positiva respuesta, recogí con celeridad cuanto había desordenador y, cerrando tras de mí la puerta, mis piernas me llevaron escaleras abajo.


Mi apariencia, la verdad, no era de joven adinerado, ni de chaval especialmente preocupado por su atractivo físico. Era domingo, y la cabeza, como cualquier último día de semana, no estaba del todo centrada. A caballo entre la vueltita de la noche anterior y las incontenibles ganas por que empezara el día próximo. Me había marchado de casa a toda hostia, cogiendo lo primero que vi: unos pantalones de chándal, playeras “de monte”, el ternua casi que casi tiene SIDA, una sudadera de cuando Franco era corneta y un Buff. El pelo, como había visto el mismo por bien secarse. La barba, lo cuatro pelos, con la sensación de ser cortada ya lejana en la memoria. Un poco cutre, lo admito. Y las ojeras tampoco acompañaban.

Sin embargo, no me parece eso suficiente para lo que a continuación me sucedió. A la espera de que mi cita llegase al lugar acordado, me dispude a leer un folio que en el portal estaba pegado. En tanto, llegó una mujer de unos setenta años, aunque nunca he sido muy bueno para las edades. Amablemente, me aparté y saludé a la dama que, llave en mano, procediera a entrar en su casa. No sabría definir con exactitud su respuesta, pero, tan pronto como hubo atravesado la puerta, se giró y cerró con llave el portal. Supongo que la cara de palurdo que se me quedó ante tal acontecimiento tuvo que ser digna de recordar. No soy un sex symbol. Estamos de acuerdo. Pero tampoco es como para cerrar las puertas con llave a mi paso, ¿no? ¿Tanto miedo doy?

Por suerte, en esos momentos apareció en escena mi vecina particular y, tras pedirle prestado el llavero a la dulce señora, abrió la puerta. Escena que más tarde me hizo replantearme ciertas cuestiones estéticas. Algún día escribiré sobre ello. Lo que a continuación sucedió carece de valor literario alguno puestoque tanto su complejidad como trascendencia rozan la nulidad.

No hay comentarios: