2007/06/03

Churruca

Estoy sentado en el muelle de Churruca, en uno de tantos bancos blancos que hay por aquí. A mi izquierda “Juan Salvador Gaviota”, en papel. No consigo divisarlo en el aire. Estará en alta mar, huyendo, practicando, aprendiendo. Un poco más lejos veo la antena del Serantes, hoy no llueve. Lorenzo, jugando al escondite con las nubes, abrasándome la nuca. El viento, la brisa, contrarresta la temperatura. Girándome ligeramente, cubren mi vista los hierros que formas el puente colgante, patrimonio de la humanidad. Enfrente, el puerto donde, hace ya cuatro o cinco años, partiera el “Orgullo de Bilbao” por última vez conmigo en él. También anda por ahí el depósito franco. Allí estuve, descargando cajas de congelados, un par de días el año pasado. Justo antes de acudir como ayudante a Portugalete, a cambiar el ventanal de una habitación. A mi derecha, la playa de Las Arenas, dando paso a los palacetes de Neguri. Quien sabe si todavía seguirá en pie la casa donde se entretenían a tiros los protagonistas de “El Pico”. Sigo recorriendo con la vista y encuentro el puerto deportivo, con sus incesantes obras por robar espacio al mar para amarrar los yatecitos, veleros y demás embarcaciones de recreo. Contigua es la playa de Ereaga. Termina ésta en el Puerto Viejo de Algorta. Viejo por poco tiempo, ya que no tardará mucho en llevarse a cabo el proyecto que convertirá su explanada en un hotel. Habrá que robar más metros al mar y joder para ello todo su encanto. Pero es por una buena causa: la historia no da de comer a corto plazo, los turistas adinerados sí. A lo lejos, La Galea, testigo de batallas, amores, desamores, soledad, suicidios, intentos, risas, fiestas, relajación… Casi virgen por el momento, aunque por poco también. La economía manda.

Ha llovido desde la primera vez que viniera aquí, durante el día en que nacieron las frikifestas. Cuando éstas aún eran caseras y pasábamos horas hablando. Antes de que las noches de fiesta y la evolución en las relaciones las prostituyeran. Sin duda había estado antes, pero no lo recuerdo, mi memoria no alcanza a tanto.

Hace escasos minutos han golpeado mis oídos las campanas de Las Mercedes, metafóricamente, se sobreentiende, y han atraído a mi cabeza la estampa que he visto a la mañana. Después de una semana con pocas horas dedicadas al sueño, ayer no hice nada considerable productivo de acuerdo con los cánones. Pasé la tarde leyendo blogs, flogs, foros y artículos varios junto con una amiga. Fuimos después unxs cuantxs a Mármara, el oasis, podríamos decir ya. A última hora, se nos juntó mi prima, a la que acompañé a casa antes de caer rendido en la cama. En ella he permanecido inmóvil hasta bien pasado el mediodía. Tras lo cual, por culpa de un ataque de conciencia, sí, sin “s”, he levantado el saco de huesos, me he acicalado y lo he alimentado ligeramente. Estando en ello, he contemplado las imágenes emitidas por el Teleberri, en relación a los jóvenes que estos días se enfrentan a la selectividad. Me ha golpeado el sentimiento de culpa, pese a que las imágenes distaban bastante de mostrar gente de mi edad, y he tirado por la vía más rápida: he apagado la tele.

De camino a mi cuarto, me he desviado al contiguo y he observado, enmarcado, el montaje recordatorio de mi aitite. No consigo acordarme ahora mismo de si fui yo el que lo hizo entero. Recuerdo que mi tío me pidió ayuda para hacerlo, pero no eran las circunstancias más idóneas, e intenté hacerlo lo más rápido posible. He leído el texto y me ha venido a la memoria aquel señor que me enseño y regaló el primer ordenador. Tengo grabado en la retina cómo nos dejaba pintar con el “paint” y lo orgullosos que mostrábamos los dibujos una vez impresos. Su sentido del humor, Martínez, y paciencia infinita. Lúcido, muy lúcido. Incluso en los últimos años, en que el tiempo coartaba sus capacidades físicas. Atento a los detalles, nunca dejaba a nadie huir sin antes haberle dado el debido beso. Incapaz de quejarse: recuerdo la vez en que, tras haberse caído en el pasillo, el médico le preguntó:

- ¿Le duele?
- No.
- Pero, ¿cómo no le va a doler? ¡Si tiene una costilla rota!
- Bueno, pues un poquito.

No sabría decir exactamente el día en que se fue a dormir y no despertó, el día en que su cuerpo se negó a continuar la marcha. Como buen proyecto de ingeniero, por el momento, lo mío son las aproximaciones. Pero dos años han pasado ya, dos y medio, puesto que la cercanía del día de reyes no se me olvidará fácilmente. Recapacitando, o algo, siento que, por macabra que resulte la afirmación, yo también quisiera morir así. Antes de que las inquietudes de mi nieto pudieran separarme de él, de ver cómo parte de mi familia se desmorona sin remedio. En mi cama, dormido.

Ahora la marea sube, y me lleva a rastras con ella. Mi aitite, idealizado quizá, no me importa, en la cabeza, y a Pepito en el hombro con la ley de gravitación universal de Newton.

1 comentario:

20r3mun dijo...

Te respondo aquí. Sí, me ha gustado. Y mucho.