2010/07/07

2010/06/28

Rabia

Tener la necesidad y la voluntad para ingerir alcohol hasta perder el sentido. Y con él toda vergüenza y todo pudor. Olvidar momentáneamente todo dolor, todo miedo, esa realidad que a menudo tanto atormenta. Desterrar la cordura, empujarla al más lejano de los mares, y reavivar los sentidos más primarios. Aquellos que te incitan a liarte con el primero que te come la boca. A hacerlo en medio de ese bar donde de otra manera no habrías. A sobarle el pecho, nalgas, paquete. A que haga lo propio, si quiere, da igual.

Montar en el coche, ¿a dónde? ¿qué importa? La vista nublada, los rojos rojos, una sonrisa picante y mirada perdida. Pelo desaliñado, prendas descolocadas, algunas en paradero desconocido. Las manos vivas, torpes, lentas, pero con más vida que nunca. Acabar en un banco, sin saber cómo, desnuda de cintura para abajo, y sin el recuerdo de dónde han caído. Te sientas sobre él, abres las piernas, húmedas, cálidas, tiernas. Bajas lentamente, sintiendo cómo se introduce en ti. Las pupilas mirando al cielo, mandíbula desencajada, aullidos que espantan a los lobos. A la luz de una bella luna oculta por las nubes, difusa, lejana, como los tormentos.



Terminas, no terminas, y confusa por la temperatura alcanzada, el dopaje del aparato circulatorio, y el cansancio acumulado, recuerdas. Sin saber cómo, ni por qué, recuerdas que la euforia del momento no te permitió acordarte de que, quizá habría estado bien usar un condón. Sin nervios, pues la ocasión no los permite, acudes a por la omnipresente del día después.

Y lo recuerdas entre risas, con cachondeo y buen rollo. La buenas noches requieren buenos recuerdos. Y yo, que odio la empatía y la imaginación, cuando se alían para joderme una buena noche, no puedo evitar sentir ganas de llorar. Ganas de llorar y rabia. Y pena. Porque sé que, si pudiera, yo también lo haría. No tenemos razón, ni sueños. Mientras nos los devuelven [1], sólo nos queda la rabia [2], que se compra en botellas para mayores de edad y locuras para hacernos sentir que seguimos vivxs. Que, pese a todo, podemos no pensar por una noche.



[1] Protege tus sueños - Tipicoperocierto
[2] La rabia y los sueños - Habeas Corpus

2008/11/19

Tengo un problema,

ya no me pones. No quiero decir que no me excites. No significa que de la noche a la mañana tus tetas se haya esfumado, ni que haya desaparecido tu culo, que ese vientre -a veces visible, otras a merced de la intuición- huyan de mi valoración, que las camisetas pegadas -junto con pantalones y jerseys- se escapen al juicio de mis ojos. Pero resulta que, de la noche a la mañana, o sin que yo me haya percatado, al menos, no pienso en quitarte cada prenda a mordiscos, no con el mismo espíritu con que lo hacia. Ahora no estás tan presente en mis momentos de onanismo, sólo surges fruto de una obligación, incluida por medio a de una conducción voluntaria de mi imaginación, en lugar de hacerlo vía espontánea inconsciencia. Y, en cualquier caso, no es igual la excitación obtenida, pues ha pasado a formar parte del artificio. Me es tan extraño como esa sonrisa cargada de mentira y engaño que dirijo a quién me merece un desprecio casi insoportable pero tengo la obligación social no escrita de ofrecer. Es más sucio que placentero, más embuste que realidad, aunque nunca formara parte de esa tangible situación. Quiero pero no puedo, y no quiero aunque puedo.


Como propiciado por el chispazo debido a un exceso de tensión, ese hielo que sin aviso ni advertencia se ve abandonado en el más cálido, extenso, solitario y olvidado de los desiertos, impulsado por la innovadora acción de un novel aprendiz de las artes más oscuras -o claras, me es indiferente-, algo ha dado un vuelco en mi cabeza, neuronas, músculos o corrientes sanguíneas que me mantiene boca abajo en unas situación que domino con los pies sobre el suelo. No me invaden escenas lascivas en que te encuentras desnuda sobre una cama, tirada en el sofá, sobre una encimera o apoyada en la primera mesa a a vista. No quiero tampoco que lo hagan. Esa cara mo me sugiere gestos propios del erotismo más sensual, y si lo hace, no son parte carnal ya. Lo que realmente me ataca y produce la sensación que otrora hicieran las escenas descritas, es imaginarme tumbado, recostado, en esos lugares. Junto a ti, no sobre ni bajo, simplemente junto. Haciendo nada, sólo estar. Segundos, minutos o horas, me es indiferente, porque el tiempo en esas situaciones pierde cualquier valor, carece de significado alguno. Ese extraño ente que mueve manecillas, arruga pieles, y destruye la más dura de las piedras, no encuentra su lugar, tampoco se lo hemos reservado. Cerca, muy cerca, tanto que pueda sentirte respirar, y los latidos que a duras penas me mantienen en vida vayan amoldándose lentamente al ritmo de los tuyos, que los pulmones se desplacen suavemente, tanto como les sea posible. Acariciar, como si del más preciado de los tesoros se tratara, tu piel, tus brazos, tus mejillas. Besarlas lentamente, y percibir a través de los labios la tranquilidad de la situación. Con satisfacción y pavor al mismo tiempo, temeroso de que cualquier paso en falso haga tambalearse los cimientos del templo y este caiga, llevándose consigo tesoro, sueños y felicidad. Mirándote con la misma inocencia, sinceridad y travesura con que lo hace esa niña que, sabe, ha hecho mal, en un intento por recibir aprobación, apoyo, simpatía. Esos ojos, delicados, indefensos, espejo de los míos, a merced de todo, ignorantes de nada más allá.

Navegando por la blogosfera, encontré un día la siguiente frase: el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien. Y hoy es el día que me maldigo por haberlo hecho, por haberlo hecho y haber estado de acuerdo en su día. Lo hago, porque cualquier añálisis lógico me induce a la menos querida de las conclusiones. Maldigo haberlo hecho y maldigo la intrínseca manía de analizar las cosas desde una perspectiva ligeramente cercana a la racionalidad. Se contradicen, mucho, demasiado, y eso me incomoda, me obceca, impidiéndome dirigir el tráfico neuronal de mi sistema nervioso a cuestiones, al parecer, más importantes. Creo que tengo un problema, pero tampoco sé cómo encontrarle solución, y tampoco estoy seguro de querer hacerlo.

Vamos, volvemos

No creo que resulte difícil imaginar una situación de convivencia por duración indefinida pero finita, o simplemente reducida con gente, en principio, desconocida. Hagamos un esfuerzo. Pongamos por ejemplo unos campamentos, donde se van a compartir una decena de días nada más. Puede haya quién vea demasiado lejano eso de los campamentos. ¿Qué tal un curso de formación de varios meses? ¿Una escapada de varios días a cualquier ciudad? Elije el ejemplo que más te guste. Pero hazlo ya. Porque nos vamos. ¿Ves el botón que tienes en la tripa? Púlsalo. Siente como vas derritiéndote poco a poco. Empiezan los pies, las pantorrillas, rodillas, ejem, cintura, pecho, cuello, barbillla, ¡plaf!. Últimos segundos para definir destino. ¿Lo has hecho ya? ¿Necesitas unos segundos? ¿Seguro? De acuerdo, aterrizamos. Estamos en tu situación. Tampoco voy a describirla, porque no sé cual es. Pero seguro que hay alguna persona con la que te llevas muy bien. Seguramente lo harás con mucha gente. Incluso, aunque haya alguien a quien no acabas de tragar del todo. Pero tampoco te preocupas mucho. Sabes que el tiempo que vas a estar es finito, y eso te hace ser más transigente, te obliga en cierta manera a disfrutar de la situación y aprovecharla al máximo, a crear un nodo de aire en el mar del que formamos parte tarde o temprano. Pasas por alto pequeños detalles y en mayor o menos medida ríes, disfrutas con quienes te rodean. ¿Me equivoco? De repente, las baterías se terminan y vuelves a tu vida “real”. Ya lo siento, pero el precio que has pagado por leer esto no da para más.


Como decía, estamos de vuelta. En casa, en la universidad, en el curro, donde quieras. Las condiciones de juego han expirado. Tu planteamiento ya no tiene un tiempo finito. Tus preocupaciones o despreocupaciones han sufrido drásticas operaciones. Cambian tus horarios, tus relaciones, tus intereses, etc. En estas circunstancias, resulta doloroso, hasta el punto de presentarse traumático, pretender mantener las arquitecturas creadas. El contexto ha expirado. Me refiero a creer en la viabilidad de una estrecha relación con alguien a quien has conocido en cinco días de vacaciones, allá en un pueblo perdido, y que vive a varios cientos de kilómetros. No estoy alegando su imposibilidad, simplemente planteo que lo lógico es una paulatina muerte de la comunicación. Puede que lo consigas con algunas personas. Esa en la que estás pensado, por ejemplo. Pero sabes, y tu cabeza se pone nerviosa sólo de pensarlo, no tienes tiempo suficiente en esta ni en otras veinte vidas para relacionarte con todas esas personas con quienes has estado a gusto durante un lapso de tiempo determinado y corto.

Sin mucho esfuerzo, podríamos extrapolar esto a una relación de pareja o a una amistad “de toda la vida”. A menudo, resulta peor la defensa de éstas a capa y espada, que la simple aceptación de su mutación. Fue bonito mientras duró, pero desde entonces es una puta mierda, y exprimir el fruto más allá de sus posibilidades sólo puede ensuciar los buenos recuerdos adquiridos. Absurdo sería renegar de cualquier esfuerzo por mantener a flote la nave, más aún, sin embargo, gastar tanto o más material en repararla que en fabricar una nueva. ¿Cuál es la tésis entonces? Una continua reinvención de las relaciones. Una relación son dos personas, pero también el lugar en que se encuentren y el punto que marque el tiempo en sus vidas, con las muchas connotaciones que ello conlleva. Pretender encontrar un modelo generalista para todas las situaciones resulta absurdo, irreal y muy doloroso, sobre todo si caemos en comparación.

Intereses modificados

La memoria, los recuerdos, modifican facciones, cambian prendas, altera lugares, intercambian colores, mueven objetos. Pueden crear situaciones de la nada, con el debido apoyo. O incluso borrar vivencias si resultan incómodas. Resulta difícil cuando la línea imaginaria del tiempo apenas ha comenzado su andadura. Más fácil conforme el inalcanzable final se ve cercano, menos lejano. No es una herramienta fiable. Para eso tenemos los hechos, esas pruebas fehacientes de lo sucedido, para corregir la información modificada y disipar la neblina que todo lo cubre. Una combinación de ambas cosas nos otorga la suficiente seguridad para encontrarnos tranquilxs. Estos últimos, sin embargo, también pueden utilizarse e interpretarse de manera que completen nuestras expectativas, que cuadren con lo que esperamos ver. Basta con, como hiciéramos con los recuerdos, coger los convenientes y obviar el resto. La satisfacción es la meta, la búsqueda de un objetivo o la ausencia de cualquiera, tornada fin en sí misma. De poco o nada sirve oír los comentarios o juicios ajenos, si se ven contrapuestos con los propios. Da igual que todo el mundo afirme lo contrario. No tienen ni idea. Si acaso puede resultar válido ser condescendente, en caso de que nos evite discusiones incómodas, planteamientos inadecuados. ¿Qué sirve entonces? ¿Qué hay que hacer para no caer en interpretaciones meramente subjetivas y, por lo tanto, interesadas? Nada, somos así. Podemos buscar apoyo en cualquier divinidad, incluso en la Diosa Mayoría, pero eso no cambiará la situación. La mayoría, igual que nosotrxs, también tiene intereses, y la capacidad de alterar las cosas con mayor facilidad.