Resulta curioso ver cómo cambian las relaciones con lxs profesorxs en las diferentes etapas de estudio, también de crecimiento, evolución personal, madurez. Analizar cómo, a pesar de la variación de circunstancias, hay patrones que permanecen ocultos y se repiten casi sin cambios. He tenido unxs cuantxs docentes frente a mí hasta hoy, y quedan muchxs más por venir, espero. De entre ellxs ha coincidido que los que más han marcado mi memoria han sido hombres, aunque haya alguna dama entremedio. No sólo eso, sino que ninguno de ellos ha resultado ser, en términos generales, bien aceptado por mis compañerxs. Es más, han sido objetivo de no pocas críticas y odios. ¿Por qué a mí, por el contrario, me caían bien? No lo entiendo.
De pequeño las notas eran de broma, tanto como el simple hecho de intentar evaluar las actividades que realizábamos. Por tanto, poca influencia tenían éstas en la imagen que de lxs profesorxs yo tuviera. Me caían bien o mal, pero por su forma de dirigirse a nosotrxs y cómo nos trataban. A algunxs todavía no puedo ni verlxs. De hecho no entiendo cómo pueden seguir ejerciendo, y me compadezco de sus, ahora, alumnxs.
Poco más tarde entraron en juego los dichosos “progresa adecuadamente”, “necesita mejorar” y cía que tanto revuelo están armando estos días. Empezó a verse entonces, pese a que apenas alcanzábamos la decena de velas en nuestras tartas, que su rol no era el de títeres puestos por el ayuntamiento que se entretenían pintando. Tenían que evaluar nuestro trabajo. Ante la subjetividad de tan peculiar menester, aprendimos a formular nuestros primeros improperios contra las injusticias que en materia calificativa padecíamos. Obviando, claro está, nuestra responsabilidad en los hechos. Así lo requerían el guión de la edad.
Dichas calumnias fueron creciendo en vigor. Aunque no en términos generales, sí merecidas en algunos casos, no puedo negarlo. Ahora mismo se me ocurren un par de casos de estrepitoso fracaso a la hora de entregar un título de magisterio. Un estruendoso suspenso en psicología infantil que no entiendo cómo pudo pasar desapercibido.
Llegó un punto en que lxs profesorxs eran enemigxs, seres venidos a este mundo para putearnos e impedir que aprobemos por mucho esfuerzo que realizásemos. hay quien sigue ancladxs en ese punto.
Yo, por mi parte, temo no poder opinar lo mismo. Aunque no estoy con esto dignificando mi persona, que para eso se basta ella sola. Ni a todas las personas que han impartido clases en aulas donde yo me encontraba. Sin embargo, le concedo al pasotismo el mayor peso de esos pequeños grandes conflictos, más que a manías o fijaciones personales totalmente infundadas. El pasotismo de lxs alumnxs. El cansancio, la desesperación, la visión de la toalla sucia bajo la mesa... de lxs profesorxs.
He podido comprobar que buen trato con buen trato se responde, con indiferencia la indiferencia, y con agresividad los ataques. Que hay muchxs profesorxs ansiosxs simplemente de que un/a alumnx muestre interés por la materia que imparte, tenga ganas de aprender, tenga tiempo para dedicar. Yo no me he puesto a cuatro patas todavía. Ni me he gastado un duro en regalos materiales. Pero simplemente a base de compartir información, conocimientos e interés he conseguido que más de un profesor viera mi nota con otros ojos. No me dí cuenta de ello en su momento. Lo he visto ahora, después de hecho, tengo ciertos conflictos ético-morales que me impedirían hacerlo voluntariamene. Y me he dado cuenta especialmente después de ayudar a compañerxs a preparar nuestro primer exámen. He notado un río de orgullo nacer en mí. Cuyas aguas no son comparables con nada. Satisfacción por sentirme útil, por poder compartir, por ver unos ojos preciosos mirándome fíjamente, escuchándome, leyéndome. Grandes, enormes. Atentos a mis labios, a mis palabras, los movimientos de mis manos.
Resulta más fácil criticar, pero es menos usual agradecer. Hagamos un ejercicio y lancemos desde aquí un saludo a aquella profesora que entre carrera y carrera mostraba su aprecio a los apuntes que yo con paciencia pasaba al ordenador; a ese profesor que organizó concursos de conjugación de verbos; al tercero que me deció un taller lleno de herramientas y material para mis alocados proyectos; al que, después de trece años haciendo deporte, me puso mi primer sobresaliente en gimnasia; al psicólogo improvisado, redactor a tiempo parcial que consiguió, todavía no sé cómo, meterme en la cabeza a tíos muertos hace siglos... Sin olvidar a aquel que, incomprensiblemente, me permitió estar ahora estudiando lo que quiero, pasando por alto los humos de un pavo. Ni al último que, sin quererlo, ha hecho inigualable mi entrada a esta nueva etapa, con un chute a base de satisfacción, aceptación, confianza.
Tiene que ser jodido ser profesor. Más de niñatxs que se creen dueñxs del mundo. Pero tiene algo...
2 comentarios:
Me he pasado un buen rato leyendo tu blog, vaya cosa extraña, no suelo hacer este tipo de cosas... es buenisimo, creo que ya lo sabes-
me gusto esta entrada ...
adios.
Me alegra que te haya gustado y agrada ver un mensaje como recuerdo. Muchas gracias, y espero sigas leyendo un ratillo más.
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