Todavía tengo la vista nublada, recuerdos del sábado. He ido a clase tras vencer con esfuerzo a la pereza. La verdad es que tampoco he hecho mucho. Cinco horas de clase en las que he copiado todo, he terminado los ejercicios, pero de lo que recuerdo bien poco. De ahí, protegido de la lluvia con un maltrecho paraguas y similar compañía, a comer a casa. Sin haber tragado el último bocado, metro y de visita a sacar de la UVI un pobre ordenador. Otra vez hacia el metro, lo veo llegar, corro, casi me caigo a baja las escaleras, lo mismo me sucede al subirlas, entro por los pelos (aunque resulte gracioso que lo diga yo), y con la respiración entrecortada busco un sitio. Según estoy sentándome, percibo que alguien me mira. Espero a haberme acomodado, extraigo el cuaderno de paranoias de la mochila, y discretamente echo un vistazo a mi alrededor, como quien busca inspiración. Poco más allá, en los asientos abatibles, dos oscuros ojos me miran fijamente. Tan pronto como perciben el cruce, apartan su destino, lo dirigen a la ventana, puerta. Me quedo un poco pillado, y no puedo evitar observar repetidamente a ese joven. Parece tímido, eso expresan sus gestos. Permanece acurrucado, cabeza ligeramente gacha. Las piernas pegadas y los pies bajo el asiento. Juguetea con una bolsa que tiene entre las manos, sin meter ruido, pero sin dejarla tranquila. Inspira inocencia, no sé, parece un buenazo. Él tampoco parece querer dejarme en paz, y en un par de ocasiones más nos cruzamos, chocan nuestras “sutiles” barridas. Nos miramos por unos segundos hasta que la vergüenza, el miedo o yo que sé nos hace apartar los ojos. El caso es que no puedo evitar dejar de hacerlo. Y no sólo me sucede a mí. Me sueno, pero no sé de qué. Se parece mucho al hermano de una amiga, pero ése es más pequeño, éste tendrá catorce años ya. Aquel no paraba quieto, estaba más delgado, casi esmirriado, y muy sonriente. Este parece mucho más formal. Finalmente, con un hilillo de voz, me pregunta:
- ¿Eres amigo de Arrate?
- Sí. ¿Tú su hermano?
Una sonrisa de oreja a oreja me otorga la suficiente complicidad como para deducir una respuesta. ¡Manguan! Que la gente también crece, no sólo tú. En fin, a ver si empiezo a fijarme un poco más en mi alrededor, que para cuando me dé cuenta estaré yendo al funeral de ésx, o vendrá contemplar mi cuerpo inerte. Además, me pierdo muchos detalles, con lo divertido que es simplemente pararse a observar cómo se mueve y actúa la gente.
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