2008/01/31

Real como la vida misma

Estos días he recibido varias veces un correo con la representación gráfica de la vida de un universitario de cuatrimeste en cuatrimestre. Me ha parecido simplemente... eso: real como la vida misma. Paso a reproducirlo:



Primera semana

Segunda semana

Antes del examen cuatrimestral






Durante el examen cuatrimestral

Después del examen cuatrimestral

Antes del examen final






Cuando sabes la hora del examen

7 días antes del examen

6 días antes del examen






5 días antes del examen

4 días antes del examen

3 días antes del examen






2 días antes del examen

1 días antes del examen

Una noche antes del examen






Una hora antes del examen

Durante el examen

A salir del examen






De vacaciones






Y tras esta pequeña serie, toca hacer un obligado resumen del primer cuatrimeste:

Exámenes presentados: 3/5
Calificaciones recibidas: 3/3
Promedio: 7'16666
Promedio total: 3'583333
Créditos restantes: 211'5
Valoración personal: hay que ponerse las pilas, pero satisfactoria, visto lo visto

Grabaciones

Hay películas sin grandes explosiones, ni superhéroes, sin estrellas de la gran pantalla, ni asombrosos efectos especiales, sin llamativos despliegues comerciales. En ellas los lugares no son mundialmente conocidos, las tramas no resultan increíbles. Son cinta más modestas, casi desconocidas para muchísima gente. Difícilmente llegarán a engrosar la lista de las mejores, ni recibirán ostentosos premios en las galasmás codiciadas. Filmaciones que por extraño guión, tomando extraño por poco usual, por los cambios que dan, por las fotografías que regalan y su peculiaridad narrativa, te dejan una extraña sensación al ver pasar los créditos. Después de mantenter tus aurículas bombeando impetuosamente de principio a fin, dejan el cuerpo inmóvil, atónito ante las letras que, sin prisa pero sin pausa, recorren la pantalla. Personajes que te absorben, que transmiten sus sentimientos, sus preocupaciones, sus sueños, sus ansias. Consiguen hacerlxs tuyxs, desearlxs, esperarlxs. Situaciones capaces de habitar tu retina horas después de vistas. Acciones okupando las neuronas entre porqué, cómos, quienes. En guerra eterna contra la indiferencia, bajo la bandera de la estupefacción.

Hay grabaciones que son el sol de la media noche.
Son otro mundo [1].


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[1] Los amantes del Círculo Polar – Julio Médem

2008/01/28

Sinestésico pavor

Gritan mis ojos, húmedos sollozos se desprenden de unas deprimidas pupilas. Lloran mis oídos, con esféricas lágrimas enceradas que suavemente recorren mi cuello. A través de las delicadas yemas, huelen mis manos. Soy presa de un brutal ataque sinestésico, incomprensible, pavoroso, pero ciertamente placentero. Condéname a proyectar en silencio caprichosas geometrías sobre la densidad de una lengua perdida.


Gritan porque nadie percibe sus sollozos, ni siquiera ella, culpable de cada uno de ellos. Lloran al contemplar la indiferencia a mi paso, al verse conocedores de la ignorancia que la corroe. Huelen su piel con cada roce, aprovechando la menor posibilidad, sin que siquiera sospeche de tal acción.

Es por eso inevitable la dualidad de sentimientos. De saberlo, desaparecerían estas sensaciones producidas por la incertidumbre, por el macabro cariz del secreto, del riesgo tan inexistente como perceptible. Perdería toda su gracia. Dejaría de disfrutar de dulces rectángulos, cubos con sabor a fresa, y todos esos hipercubos empapados en vainilla. Mantenerlas supone aceptar la imposibilidad de mayores, condena al eterno disfrute de la observación, pero goza del atractivo producido por la seguridad. Seguiremos así por un tiempo. Total, tampoco se está tan mal.

Confundiendo sonidos y colores, Paulo Coelho

Vergüenza

Me repatea el exceso de vergüenza. Aunque no en grandes cantidades, me saca de quicio esa invisible y extraña fuerza que impide dar un paso adelante, aun viendo que la balanza se decanta por ello. Esa cadena que mantiene el cuerpo anclado al suelo, evitando ilógicamente abrir la boca, acercarla, mover un brazo, rodear con él.

Pero todavía más desprecio me produce la total ausencia de ésta. Ya he dicho en alguna ocasión que creo imposible decir siempre las cosas a la cara tal como se piensan. De hecho, sigo pensando que muchas veces no lleva a buen puerto y es mejor estarse calladx. No voy a retractarme de ello en esta ocasión, ni a magnificarlo. Simplemente me gustaría hacer una pequeña apología de la discreción, y, ya que estamos de la coherencia.


Supongamos que tenemos un grupo de católicxs practicantes que cada semana se juntan para leer fragmentos de Biblia y disfrutar de la compañía afín durante un rato. Unx de ellxs no está del todo convencidx de sus ideas. Éstx se relaciona especialmente con otrx, con quien tiene un poco más de confianza y le revela sus dudas. Durante un tiempo, nadie más tiene conocimiento de ello. Pasados unos meses, se aburren de la dinámica, la rutina les corroe, y en vista de que tienen pocas alternativas de ocio, para hacer la gracia, se lo comenta al resto del grupo. Ven gracioso crucificarlx, pasa a ser atex convencidx para todxs, vade retro. Ponen carteles en el portal de su casa, le impiden acercase a las reuniones, se niegan a establecer cualquier comunicación. Es divertida la cuestión. Últimamente habían sucedido ciertos roces que debilitaban la unidad reinante durante las primeras sesiones. Así, con esta noble causa, han conseguido reunificarse.

Con el tiempo, y por causas de fuerza mayor, no le queda más remedio que buscarse otro grupx de gente un poquillo más normal. Feliz o no, esa es una cuestión difícil de valorar, se busca otra secta con la que reunirse. En esta no leen novelas, adoran a un personaje rubio formado por bits.

El caso es que, y aquí llega la parte divertida, un buen día lees atónitx que la misma persona que vió conveniente revelar un “detallito” para divertirse un rato, le invita amablemente a volver a sus reuniones, como si nada hubiera pasado. La pregunta obligada es ¿se puede saber dónde se ha quedado tu vergüenza? ¿se les olvidó a tus padres marcar la casilla cuando te encargaron?

Llevaba tiempo sin meter la boca en ciertas cuestiones, pero no he podido evitarlo. Me hierve la sangre al ver tal nivel de sinvergonzonería. Me pongo en la situación y lo único que se me ocurre es solicitar al suelo que se divida a mis pies y me haga desaparecer. Una cosa es la falsedad, otra repartir monedas de siete euros por la calle. Somos libres de poner a parir a quien queramos, eso creo vamos. Y también de querer a todo quisqui, si así lo vemos conveniente. Pero, por favor, un poquitín de decencia. Sólo un poco. ¿Es tanto pedir?

2008/01/25

Perdón por ser viejo

¡Ya dan de sí las salas de espera! Hace tiempo, la penúltima vez que estuve en la del ambulatorio de mi pueblo, quedé ensimismado con una familia. Bueno, vale, tengo que admitirlo, con la madre. Hoy he vuelto, y no ha sido para mí una visita indiferente.

Cuando he llegado, tarde ya, estaba hasta los huevos la estancia. Así pues, como no podía estar sentado, me he ido a la zona de pediatría. Suena lejano, pero sabrá quien haya visto el asombroso tamaño del edificio, que no. Es más, se trata de dos asientos un poco separados, en un recoveco. Como no había pedido hora ni nada, no estaba como para despertarme a las 8, tenía que esperar a que el médico terminara de pasar consulta. Sabiéndolo, me he llevado lectura, así que he estado entretenido.


Pasado un tiempo, no sé cuanto, pero el suficiente, me he desplazado a la sala, donde ya había sitio. Estábamos sólo un matrimonio mayor y yo. Mientras seguía leyendo, me ha llamado la atención la respiración del hombre, profunda, sonora. La paciente que estaba con el médico ha hecho ademán de salir y el matrimonio se ha dispuesto a entrar. He reparado en el hombre, por segunda vez. Andaba a pasitos muy cortos, con un visible tembleque en las manos, que transmitía al bastón y, a su vez, al suelo. Al pasar por mi lado se han detenido, para esperar que terminara la anterior, pues seguía dentro. El señor ha reparado en un objeto cuadrado y rojo que estaba en la pared. Tenía una tapita y un pulsador. Ha intentado levantar la tapa, pero, la que supongo sería su mujer, se lo ha impedido. Lo ha vuelto a intentar unas cuantas veces, hasta que la señora se ha tenido que enfadar y mandarle apartar. Él ha agachado la cabeza, como un niño consciente de que algo ha hecho mal, y ha permanido quito, mirando la suelo. Le ha explicado más tarde que eso era una alarma de incendios, que no puede darle así porque sí...

La escena me ha marcado. Quizá la naturaleza ha leído ese texto atribuído a Quino [1], y haya decidio aplicarlo, aunque sea parcialmente. No he podido evitar recordar las líneas firmadas por Julio Acebedo Flórez que tan incómodo me hacen sentir cada vez que las leo. Me transmiten miedo y pena, me producen ternura, me critican duramente, y me alaban enfáticamente. Sensación argidulce, placentera e insoportable, la que esa escena de un niño encerrado en sus setenta años y preso de la demencia, me ha provocado.

Por favor, perdonadme a mí también para cuando sea viejo.

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[1] La vida según Quino

“Pienso que la forma en la que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: uno debería morir primero, para salir de eso de una vez. Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí. Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación. Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol, diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estás listo para entrar a la secundaria. Después pasas a la primaria y eres un niño(a) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo. Luego pasas a ser un bebé y vas de nuevo al vientre materno y ahí pasas los mejores y últimos nueve meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo. ¡Esto sí que es vida!"

Por idiota

Mira que me lo han dicho veces: Unai, átate bien las playeras, que sino vas a pisar mal y te vas a hacer una avería. Con los años dejaron de hacerlo y claro, ahora se me olvida. Así, de la manera más tonta me he jodido la pata izquierda para un par de semanas. Aprovechando el estrés de los exámenes, fuimos ayer a escalar a las peñas (ésas que se ven desde el muro de los domingos). Después de haber terminado una vía, me senté a mirar, me quité los gatos y me puse las playeras, para no tener frío en los pies. A un compañero no le salía el principio, me acerqué, hice un par de pasos y tranquilamente salté a una piedra inclinada e irragular. Dos y dos: al suelo. En el momento me mareé un poquillo, pero se me pasó y, como estaba caliente, el tobillo, no yo, pude seguir escalando.


A la tarde en casa, se hinchó un poquillo y empecé a cojear un poco más. Hoy a la mañana he decidido ir al médico, por pasar el rato más que nada. El diagnóstico bastante simple. De hecho lo he hecho yo antes de entrar a la consulta. Tobillo para cuenca, esguince majo, bendar y reposo durante diez días. Al final han resultado ser quince, y vienen unas pastillas en el pack, junto con sesiones de hielo. Me ha mandado al piso inferior, de visita al practicante.

Me lo he encontrado leyendo el periódico tranquilamente en su mesa: Roberto, levanta. Me han dicho arriba que no haces nada y te tengo que dar algo de trabajo. Me ha puesto una especie de telita, para no depilarme, ha dicho. Aunque en la pantorrilla se ha quedado corto, porque me tira que da gusto. Luego venda, por un tubo. Al final me ha dado una especie de malla para cubrirmela. Explicación cuasitextual: como duermes solo, tampoco te hace mucha falta, pero bueno, por si acaso... Me ha comentado también que, si puedo, lleve botas. He estado pensando en ello y lo mismo aprovecho, me vuelvo a rapar, le quito un par de camisetas a mi hermano y me pillo unas como estas.

Resúmen: que no voy a poder subir al Pagasarri en unos días, ni bailar en ninguna discoteca, con las ganas que tenía yo... Me limitaré a tirarme en cierto local, a probar los nuevos crêpes que hacen y a trabajar un poquillo más en casa.

¿Suerte? Es una definición aceptable

Me decían, mientras cursaba bachillerato, que la universidad supondría un cambio, un gran cambio. Oía que me iba a encantar. Atendía a palabras indicando buenas nuevas. No estaba muy convencido de ello, pero. Suponía conocer gente, cambiar caras, relaciones. Pero también llevaba oculta una definición de responsabilidad, de obligación, de dedicación. La perspectiva de tener menos tiempo libre me nublaba. También la necesidad de aplicarme, en serio.

De entre las alternativas que se me ofrecían tenía claro cuales no eran en absoluto atractivas. No estaban tan a la vista, sin embargo, las que sí gozaban de tal virtud. Era amplia la oferta, pero no segura. Finalmente me decanté por la electrónica. En la escuela de ITI de Bilbo, La Casilla, para más señas. Todavía hay momentos en que dudo de mi elección y le cuesta a mi perspectiva de futuro convencerme de que fuera correcta.


Otras veces, por el contrario, me doy cuenta de que me gusta ser universitario. Me sale rentable, por el momento, y tengo facilidades para desarrollar lo que me apetece, tengo más tiempo del que esperaba. He tenido suerto, negarlo resultaría absurdo. Pero también porque he encontrado comodidad para buscarla. Al fin y al cabo, la suerte cuenta con un gran factor de actitud y esfuerzo. Mover el culo, que diríamos coloquialmente. La suerte se sale de la norma, por definición. Ya sea buena o mala, hace referencia a sucesos en situaciones “normales” no contemplados. Cuanto más te alejes de lo “común”, más posibilidades tienes de sobresalir, de que la suerte te encuentre, te abrace, te crucifique. Y para hacerlo , hace falta actitud, ¿Qué actitud? La pasiva no, eso está claro. Hay quien tiene folla sin hacer nada, es cierto. Pero mi familia no se caracteriza por ser especialmente influyente, así que, o me meneo, o aquí me quedo. Seguramente haya matemáticxs especializadxs en estadísticas o lingüistxs conocedores de la lengua que nos comunida capaces de negar estas aseveraciones. Pero ahora mismo no tengo ningunx a mano para preguntar. Se siente.

El caso es que los estudios tan duros antes previstos no han resultado serlo tanto, hasta ahora. No han sido fáciles. Tampoco imposibles. El balance a medio camino del primer punto de contro es positivo y optimista. La cuesta a corto plazo no excesivamente inclinada. No todos los días llama una matrícula a mi puerta, y, aunqeu vaya con un par de orondos compañeros, siempre es un placer tomar un café con ella. Esperemos que vuelva, si no ella, alguna hermana pequeña. Le echaremos huevos para ello, los que nos quedan. Y, si fuera necesario, ya buscaremos dónde encontrar más. Puede que baste con parar de vez en cuando y echar un ojo a la situación.

2008/01/19

Dividendos


Este último año y medio ha sido bastante movidito, física y económicamente. He trabajado en bastantes cosas y gastado en otras tantas. A lo largo de los meses cercanos una incómoda sensación de estar gastando más de lo que tenía ha ido creciendo en mi, ya que realmente no sabía de cuanto dinero disponía. Sentía que estaba derrochando sin mayor preocupación. Ingresos, extracciones, reintegros, transferencias... el baile entre cuentas me impedía seguir el hilo.

Ayer, aprovechando que todavía tenía que despertar para hacer algo, y ya que recientemente he liquidado practicamente todas las deudas, a favor y en contra, decidí ingresar el efectivo que tenía en casa y echar un ojo a los últimos movimientos. Para mi sorpresa, comprobé que he gastado sólo mil seiscientos euros, ciento ocho al mes de media. No sólo eso, sino que en lugar de estar en negativo, conmigo mismo, tengo ganancias. Dispongo de dos cuentas con acceso y otra en común con mis hermanos que yo no administro. Una de ellas es la de la tarjeta, la que se mueve. La otra es una libreta de ahorros, de donde me tengo prohibido extraer dinero, salvo para circunstancias especiales. A ésta segunda le debía, y está saldado. Eso en claro, es decir, sin contar los beneficios y gastos que no han pasado por el banco, el dinero negro que diríamos.

Puedo decir que he cerrado el ejercicio de los últimos quince meses con un superávit de seiscientos euros. No es mucho, en vista de la reciente subida de precios y si echamos un vistazo a mi consumo medio. Más teniendo en cuenta que me tiene que durar, a poder ser, hasta verano. Pero es mucho más de lo que me esperaba, y me permite trabajar un poquillo menos por un tiempo.

Hasta ahora he podido vivir como un campeón, para qué engañarnos. Esperemos poder seguir así.

2008/01/18

Profesorxs

Resulta curioso ver cómo cambian las relaciones con lxs profesorxs en las diferentes etapas de estudio, también de crecimiento, evolución personal, madurez. Analizar cómo, a pesar de la variación de circunstancias, hay patrones que permanecen ocultos y se repiten casi sin cambios. He tenido unxs cuantxs docentes frente a mí hasta hoy, y quedan muchxs más por venir, espero. De entre ellxs ha coincidido que los que más han marcado mi memoria han sido hombres, aunque haya alguna dama entremedio. No sólo eso, sino que ninguno de ellos ha resultado ser, en términos generales, bien aceptado por mis compañerxs. Es más, han sido objetivo de no pocas críticas y odios. ¿Por qué a mí, por el contrario, me caían bien? No lo entiendo.

De pequeño las notas eran de broma, tanto como el simple hecho de intentar evaluar las actividades que realizábamos. Por tanto, poca influencia tenían éstas en la imagen que de lxs profesorxs yo tuviera. Me caían bien o mal, pero por su forma de dirigirse a nosotrxs y cómo nos trataban. A algunxs todavía no puedo ni verlxs. De hecho no entiendo cómo pueden seguir ejerciendo, y me compadezco de sus, ahora, alumnxs.

Poco más tarde entraron en juego los dichosos “progresa adecuadamente”, “necesita mejorar” y cía que tanto revuelo están armando estos días. Empezó a verse entonces, pese a que apenas alcanzábamos la decena de velas en nuestras tartas, que su rol no era el de títeres puestos por el ayuntamiento que se entretenían pintando. Tenían que evaluar nuestro trabajo. Ante la subjetividad de tan peculiar menester, aprendimos a formular nuestros primeros improperios contra las injusticias que en materia calificativa padecíamos. Obviando, claro está, nuestra responsabilidad en los hechos. Así lo requerían el guión de la edad.

Dichas calumnias fueron creciendo en vigor. Aunque no en términos generales, sí merecidas en algunos casos, no puedo negarlo. Ahora mismo se me ocurren un par de casos de estrepitoso fracaso a la hora de entregar un título de magisterio. Un estruendoso suspenso en psicología infantil que no entiendo cómo pudo pasar desapercibido.


Llegó un punto en que lxs profesorxs eran enemigxs, seres venidos a este mundo para putearnos e impedir que aprobemos por mucho esfuerzo que realizásemos. hay quien sigue ancladxs en ese punto.

Yo, por mi parte, temo no poder opinar lo mismo. Aunque no estoy con esto dignificando mi persona, que para eso se basta ella sola. Ni a todas las personas que han impartido clases en aulas donde yo me encontraba. Sin embargo, le concedo al pasotismo el mayor peso de esos pequeños grandes conflictos, más que a manías o fijaciones personales totalmente infundadas. El pasotismo de lxs alumnxs. El cansancio, la desesperación, la visión de la toalla sucia bajo la mesa... de lxs profesorxs.

He podido comprobar que buen trato con buen trato se responde, con indiferencia la indiferencia, y con agresividad los ataques. Que hay muchxs profesorxs ansiosxs simplemente de que un/a alumnx muestre interés por la materia que imparte, tenga ganas de aprender, tenga tiempo para dedicar. Yo no me he puesto a cuatro patas todavía. Ni me he gastado un duro en regalos materiales. Pero simplemente a base de compartir información, conocimientos e interés he conseguido que más de un profesor viera mi nota con otros ojos. No me dí cuenta de ello en su momento. Lo he visto ahora, después de hecho, tengo ciertos conflictos ético-morales que me impedirían hacerlo voluntariamene. Y me he dado cuenta especialmente después de ayudar a compañerxs a preparar nuestro primer exámen. He notado un río de orgullo nacer en mí. Cuyas aguas no son comparables con nada. Satisfacción por sentirme útil, por poder compartir, por ver unos ojos preciosos mirándome fíjamente, escuchándome, leyéndome. Grandes, enormes. Atentos a mis labios, a mis palabras, los movimientos de mis manos.

Resulta más fácil criticar, pero es menos usual agradecer. Hagamos un ejercicio y lancemos desde aquí un saludo a aquella profesora que entre carrera y carrera mostraba su aprecio a los apuntes que yo con paciencia pasaba al ordenador; a ese profesor que organizó concursos de conjugación de verbos; al tercero que me deció un taller lleno de herramientas y material para mis alocados proyectos; al que, después de trece años haciendo deporte, me puso mi primer sobresaliente en gimnasia; al psicólogo improvisado, redactor a tiempo parcial que consiguió, todavía no sé cómo, meterme en la cabeza a tíos muertos hace siglos... Sin olvidar a aquel que, incomprensiblemente, me permitió estar ahora estudiando lo que quiero, pasando por alto los humos de un pavo. Ni al último que, sin quererlo, ha hecho inigualable mi entrada a esta nueva etapa, con un chute a base de satisfacción, aceptación, confianza.

Tiene que ser jodido ser profesor. Más de niñatxs que se creen dueñxs del mundo. Pero tiene algo...

Ése no es mi esfuerzo

Hubo un tiempo, lejano ya, en que ver un nueve en algún exámen era para mi causa de desilusión. Mientras había quien se mostraba feliz de recoger notables, altos o bajos, yo no podía compartir dicho estado de alegría. Eran años en que se me hacía soberanamente sencillo llegar al nono grado. Me gustaba ir a clase, atender y hacer los ejercicios, participar, aprender. Es por eso que sólo con hacerlo y manteniendo los sentido alerta durante el exámen, alcanzaba con facilidad nicha nota.

Con los años, como es lógico, las materias fueron complicándose, hacía falta más trabajo para obtener dichas calificaciones. Yo mantuve mi rutina y, por consiguiente, descendieron los resultados. Medio punto el primer año, otro medio el segundo. Dejé de darle tanta importanto a eso y me centré en otras actividades, igual de enriquecedoras, pero mucho más llevaderas, por la atracción que me suscitaban. Hasta que, el último año, hice lo mínimo necesario para aprobar. No pasé de todo, pero tampoco me esforcé mucho más allá de ir a clase todas las mañanas. Hice cálculos y jugué con los resultados para poder acabar bien, y listo.


Éste, bueno, el anterior también, pero este curso, en la universidad, empecé con la misma mentalidad. Ha habido, sin embargo, una asignatura en especial que me ha enganchado sobremanera. Luego se ha extendido a otras, es cierto, pero la principal ha sido ésa: dibujo. Desconozco si por el contenido en sí, por la forma de impartirlo, o por la relación con el profesor. He hecho todos y cada uno de los ejercicios, con espuerzo, pero sin sufrimiento. los he repetido cuantas veces me ha sido necesario, hasta tenerlos bien. Es cierto que he descuidado un poco el resto de asignaturas, pero ha merecido la pena.

El lunes tuve mi primer exámen, casualmente de dibujo. El exámen más fácil de los últimos años. Realmente sencillo si lo comparamos con el nivel que hasta ahora se ha requerido. Y, a pesar de ello, al salir tenía la misma sensación que cuando, con ocho años, veía un 8'9 en lengua. Sólo tenía que unir los puntos memorizados, los giros tantas veces repetidos. Podía sacar un diez, tenía que sacar un diez. Y, por ponerme nervioso, no centrarme como es debido, me voy a quedar con el notable, si no bajo más. Una nota excepcional para cualquier otra asignatura de cuantas me examino, pero no para ésta. Me he fallado a mí, porque podía. Pero siento que también he fallado al profesor, y a mis padres, que me han visto con el compás en la mesa estas semanas. Ese burdo número no define mi comportamiento ante la asignatura de los últimos cuatro meses. Y eso me frustra, me quita una cucharadita de motivación para el próximo exámen.

Ya poco se puede hacer, pero no puedo dejar de cagarme en lo más barrido cada vez que recuerdo, valga la redundancia, cómo la he cagado. A base de lamentaciones poco se consigue, pero. Así pues, prosigamos. No queda otra.

2008/01/16

Urduliz is different

Ahora mismo tengo el cuaderno apoyado en el lugar que corresponde al teclado; a mabos lados, sendas velas. No, no me ha entrado la vena rom´natica, ni estoy imitando a Shakespeare en sus tiempos. Simplemente, se ha ido la luz. En este maravilloso pueblo las instalaciones son tan modernas y seguras que, en cuanto hace un poco de viento, o llueve más de la cuenta, se va la luz. Este año ya estaba tardando en pasar, que estamos a mediados de enero. Normalmente suele suceder unas cuatro veces al año, entre noviembre y marzo. A veces dura cinco minutos, otras toda la noche. El resto de meses, en lugar de la luz se va el agua. Así nos mantienn entretenidxs. Nos acostumbran a aguantar por si algú día no tuviéramos. Es lo que tiene tener un ayuntamiento comprometido con el bienestar de lxs ciudadanxs.

Hablando de compromisos, igual se han tomado en serio lo del medio ambiente y les han bailado un poco las fechas. Han decidido, democrática y unánimemente, como se llevan los proyectos por estas tierras, que vamos a mostrar todos nuestra faceta ecologista. Aunque no tengamos de eso.

También puede ser que una conspiración judeo-masónica haya estado espiándome y, al ver que no he abierto el libro de álgebra en toda la tarde, hayan saboteado la red eléctrica. Una medida un poco drástica, aunque peores cosas se han visto y menos justificadas. La verdad es que me toca los cojones, porque estaba leyendo y respondiendo correos de relativa urgencia y buscando información para intentar no estar aquí por estas fechas el año que viene. Vamos que, aunque no a corto plazo, estaba trabajando por el bien de mi economía y mis conocimientos, además de estrechar convenientes relaciones.


En cualquier caso, no lo han conseguido. He salido a dar una vuelta bajo la lluvia (esto último sin remedio) y he obseervado el pueblo desde un punto de vista ciego. Las farolas muertas, los parques desiertos. Me he cruzado con fantasmas errantes, todos cubiertos hasta las cejas, vagando de un lado a otro desconcertados. Clones bajo sus chaquetas y paraguas. Un pequeño punto incasdencente era lo único que diferencia a algunos de ellos a la puerta de los portales, debajo de los aleros. Algún coche perturbaba la nada con su guiño, pero nada más se atrevía a tomar protagonismo. La corriente ha hecho ademán de volver un par de veces, sin éxito. Chispazos en la punta del monte delataban un fallo peor que el simple error de un diferencial. Mientras, fugaces destellos asomaban por la ventanas.

Desde mi muro he contemplado a lxs cabronxs de Sopelana y Barrika. Seguían contaminando la tierra desde sus cómodos sofás, con cena calentita y una buena peli. Con calefacción y luz como pa no dejarse la vista. En Getxo y Bilbo parecía que también, a juzgar por la indefinida línea que sobrevolaba las peñas. Fijo que se irán todxs tranquilitxs a la cama y se ducharán mañana con agua caliente antes de ir a clase, o al trabajo, ajenxs a esta trascendental situación. Por desgracia es algo que lxs que tenemos termo eléctrico en casa no podemos asegurar.

Y hablando de camas. En vista de lo poco que somos capaces de hacer sin luz, además de leer y escribir de mala manera (algo a lo que, por otra parte, tengo intención de dedicar las próximas horas), quizá habría que tomar esto como una buena noticia de cara a la futura población del pueblo. Si no fuera, claro, porque la fertilidad no es reina entre las mujeres de la aldea. Yo por mi parte estoy dispuestx a colaborar en la medida de lo posible. Pero me da que me tengo que conformar con el rollo de papel. De amores pasionales ya hablaremos otro día.

En fin. Una vez más: Urduliz is different.

2008/01/14

La intención no cuenta una mierda

Ayer sentí, después de bastante tiempo, ganas casi irrefrenables de reventarle la boca de una patada a un tío. Vox populi es la fama que tienen lxs seguratas del metro, gana a pulso en mi opinión. No es difícil encontrar las palabras bronca, prepotencia o frustración ligadas a ellxs, especialmente a aquellxs que “trabajan” en los turnos de noche. Más, si cabe, desde que tomaron apariencia de “hombres de Harrelson”. Recuerdo, cuando todavía estaba prohibido tomar fotografías, que íbamos en el metro viendo las imágenes almacenadas en la cámara de una amiga y amablemente (nótese la ironía) uno nos dijo: tened cuidado, últimamente desaparecen muchas cámaras. Con un tono de superioridad que difícilmente olvidaré. Atónitos nos quedamos, pues estaba la cámara mirando al suelo. El pasado sábado, sin ir más lejos, llegábamos a la estación de Berango, alrededor de las tres de la mañana, cuando dos se detuvieron frente a nosotros. Tanto un compañero como yo nos fijamos en un objeto alargado que colgaba del cinturón de ambos, curiosos ante aquello que se nos hacía desconocido. No era la familiar porra, ni tampoco un vibrador de bolsillo. Tan pronto como el transporte se hubo detenido, salieron porras en mano, extensibles, y rodearon junto con otros cuatro a un joven. Desconozco el delito del chaval, ni era tan peligroso, pero lo dudo. Me parece ligeramente desmedido que tengan que rodearlo entre seis “hombres” equipados como iban.

Sin embargo, a pesar de estos altercados que comento, hay quien disfruta de su trabajo. Me refiero a una persona en concreto, un caballero de unos cuarenta, si las canas no engañan, con gafas y rostro siempre sonriente. Más de una vez me he quedado mirándolo mientras atendía a alguna señora o hacía una carantoña a algún niño que esperaba con su madre al tren. Siempre amable, alegre. Si el metro está hasta los cojones, y en vista de un largo trayecto, casi cuarenta minutos, decides sentarte en el suelo, en una esquina, en lugar de darte una patada de malas maneras y mandarte levantar, te pide que por favor procures no molestar y te sientes en un asiento tan pronto como se libre.

Tal como iba diciendo, que ya me estoy desviando, ayer, domingo, a última hora de la tarde, cogí el metro en Indautxu para ir a dar una vuelta por la casi olvidada Galea. Supongo que quien haya montado en el metro algún domingo por la tarde habrá comprobado el grado etílico y el alto número de sudamericanos que lo utilizan. No pretendo con ello apoyar ninguna tesis racista. Es tan cierto como que un sábado a la noche puedes suplantarlos por veinteañeros, o por pastilleros un domingo por la mañana. A las pruebas me remito. El caso es que, nada más montar, pude ver a un hombre tumbado de forma que ocupaba, incomprensiblemente, cuatro asientos. Incomprensiblemente digo, porque tiene que resultar tremendamente incómodo. Yo me senté poco más allá, de forma que nos separaba el espacio muerta que ocupan las puertas. Al fondo, un joven hablaba con su pareja sobre los planes para nochevieja. Tan pronto como hubo terminado, se sentó frente a mi.


Poco más tarde el segurata del que he hablado apareció en escena. Fue entonces, y no antes, cuando el chaval vio conveniente levantarse y sentarse junto al borracho. El segurata intento llamar la atención del hombre zarandeándolo y le dio un suave txalo para ver si reaccionaba. Ni se inmutó. De repente, el joven, que tan preocupado se había mostrado por él con anterioridad, comenzó a increpar al segurata, diciéndole que ésas no eran maneras de tratar a una persona, que no había derecho, que se estaba pasando... Simplemente había intentado despertarlo, como hubiéramos hecho cualquiera un amigo en estado etílico. Flipando, permanecí a la escucha. El segurata empezó a ponerse nervioso y lecantó ligeramente el tono de voz, mientras solicitaba al joven que le permitiera hacer su trabajo. El segundo, adoptando una conveniente y oportunista actitud pacífica e indiferente, a la vez que victimista, le recriminaba el hecho.

El resto de viajerxs asistía ausente al espectáculo. Bueno, ausente no, la mayoría se apartaba y situaba en otro asientos para continuar con sus tareas. La situación me impedía concentrarme. Seguía con atención la discusión, al mismo tiempo me indignaba por el pasotismo, y me recriminaba ser partícipe de él. En un alarde de cordura, dejé mis identidades a un lado, guardé el cuaderno de paranoias y, mochila a la espalda, me dirigí al segurata. Con voz claramente temblorosa, corazón taquicárdico y sudor en partes de mi cuerpo cuya existencia desconocía, tartamudee como buenamente pude unas pocas palabras inconexas que pretendieron decir:

Déje a este chaval en paz. Haga su trabajo. Si tiene algún problema ya le pedirá sus datos y pondrá una queja. Manda huevos que para uno decente que hay tenga qe pagar el pato por nada.

Creo que fui el único que lo comprendió, a juzgar por la cara de alucinación con la que me miraron, o senti que me miraron, lxs de alrededor, lo cual influyó, junto con mi estado cardíaco, en que abriera la puerta en la estación siguiente y consumiera con asiedad dos o tres “palitos del cáncer” (Peio dixit) en apenas un par de minutos. Antes de bajar pude ver al hombre girarse e intentar levanta al borracho. Acto seguido, el chaval hizo ademán de ayudarle, abandonando su expresión cómoda y tranquila. Antes no había podido, tuvo que ser después de montarle el pollo y cuando el otro ya se había dispuesto a ello.

Después, me quedé con un cabreo y sensación de mala hostia como hacía tiempo que no padecía. Con todo, con la injusticia del subnormal que se metió a molestar donde no debía, pero, sobre todo, mcon mi absurda reacción. Si abres la boca, hazlo para algo. Sino, mejor quédate sentado. A veces la intención no cuenta una mierda, y la cobardía le mete un patada a la mínima de cambio.

2008/01/02

Otra identidad

Puedo volar. No quiero decir que me hayan salido alas, en plan ángel, ni que de repente me haya vuelto liviano como una pluma y me deje arrastrar por las corrientes. Aunque podría haber sido. No, lo hago gracias a un vehículo parecido a una moto. Tiene un mecanismo capaz de desplazar la materia, atrapa las moléculas y las recoloca donde le conviene. Haciendo esto constantemente se logra el desplazamiento, y no me caigo. Utilizo una tacnología parecida en una tabla, recuerda a un snowboard, aunque es un poco más grande. A ésta sí le afecta la gravedad, ya que por problemas de dimensiones, es menos potente, así que sólo me mantengo a unos veinte centímetros del suelo. El equipo incluye un reloj, capaz de desmontar cualquier elemento y volver a montarlo donde sea necesario. Por eso nadie los ha visto nunca, los llevo escondidos.


Si no llevo el reloj conmigo, dejo todo en mi cubo. Se trata de una especie de búnker. Aunque suena muy militar, igual poco creíble. Es un edificio de una sola planta, dividido en nueve salas. No está bajo tierra, como seguramente habrá imaginado la mayoría, está en un bosque. Tiene grandes ventanas por las que entra la luz y, en ocasiones, se oye cantar a algún pájaro despistado. Esto último por poco tiempo. Se ve que quieren contruír un tren txu-txu super moderno, y voy a tener que mudar mi casa. Su ubicación exacta, evidentemente, no puedo revelarla, ni la actual ni la futura. Que luego se llena aquello de cámaras y pierde su gracia.

Las salas cambian de distribución aleatoriamente, un par de veces a la semana. Siempre cuando no estoy en casa. Así rompo con la monotonía y guardo el factor sorpresa. Nunca tengo la misma casa. Bueno, sí, pero no sé qué día. Al ser cuadrada y de dimensiones reducidas, todo queda a mano, sea cual sea la posición. Así y todo, a veces es una putada.. Cuando queda el baño en la diagonal de mi cuarto, por ejemplo, o el taller pegado a la cocina. ¡Se llena todo de mierda! No hay quien cocina con serrín y virutas de metal por todas partes. Odio el ruido que mete la sala de ordenadores mientras veo una peli en la de relax. Tampoco es tanta, todo hay que decirlo, pero soy un poco maniático para eso. El garaje y el almacén son los únicos que me da igual dónde estén. Siempre están a mano y no dan problemas. Como del primero salgo por el techo, la flora de alrededor no molestan en absoluto.

Todo el edificio está decorado en blando y negro, con líneas cuadriculadas. Las mesas, las sillas, las baldas... todo son combinaciones de piezas rectangulares. Me viene a la cabeza cierta empresa sueca que sacaría buen partido a parte de los muebles. Para pasar de una sala a otra, hay unas compuertas que se abren presionando en su centro. También está la posibilidad de abrirlas todas, para cuando no hace falta aislar ninguna habitación, o para ventilar la casa.



En la parte exterior, haciendo uso de un pequeño bloque de piedra y algunos árboles tengo una especie de gimnasio. Hay unas pocas vías marcadas para escalar, y zonas donde trabajar flexiones y abdominales. Pero claro, con el tiempo que tenemos por estos lares y la pereza que se sienta sobre mí cada tarde, no les hago mucho caso.

El traje todavía no lo tengo diseñado. Estoy barajando unas cuantas opciones, pero no acabo de decidirme. La licra no me sienta muy bien. Los vaqueros, aunque estoy acostumbrado a ellos, no son muy adecuados para algunas situaciones. El chándal es demasiado informal. Tampoco sé si lo quiero de pieza única o que sean pantalones y camiseta. En fin, tengo tiempo para decidirlo, que todavía me quedan dos exámenes para el HERRI (Héroe Reconocidio de mi República Independiente).

La verdad es que están bien el garito, y los aparatejos. Se vive bien así. Puedo desplazarme rápido y así hacer muchas cosas casi al mismo tiempo. Lo que pasa es que es un poco aburrido tener que hacerlo sólo. Pero bueno, es lo que hay. Al menos a través de estas líneas puedo compartir mi segunda identidad, amparado por el anonimato que me conceden.

¿Quién dijo que los sueños son cosa de niños?