2007/12/27

Y punto

Puedo aceptar bromas sobre mi forma de vestir. Suelo tolerar comentarios a raíz de mis gustos musicales. No me importa que mi sentido del humor sea puesto en entredicho. Incluso me resulta divertido bromear con los ideales. Jocoso me muestro ante las apreciaciones respecto a mis aficiones. La excentricidad no supone una descalificación. Pero lo que no tolero, bajo ninguna circunstancia, es el cachondeo, son los golpes bajos, a costa de las frustraciones con sufrimiento vividas. A veces superadas. Otras, recientes aún, aunque puede que lejanas en el extraño concepto del tiempo. Me repatean los gestos desde cierto punto de tranquilidad y suficiencia, de poder, de soberanía, de satisfacción, a sabiendas del sufrimiento que se está infringiendo, de dolor y la desazón que la “gracia” produce, de lo fácil que es aguarle la tarde, la noche o el día entero al “pobrecillo” receptor.

Por caótico que sea el local, bilbaíno el ambiente y navideñas las fechas, hay gracias que no tienen ninguna. Puede que ésta sea la intransigencia desmedida venida a equilibrar la libertad, si así puede decirse, en otros temas. Pero es que hay comentarios que sobran, y punto. No creo que deba haber más discusión.

Cubiertos

Ayer, tras llegar a casa y ver que el lavavajillas se encontraba lleno y su interior limpio, me dispuse a vaciarlo. Con platos y vasos no tuve problema alguno. Tampoco con cazuelas y fuentes. Los cubiertos, sin embargo, se me atravesaron una vez más. El cajón destinado a éstos en mi casa, bueno, la de mis padres, dispone de nada más y nada menos que doce celdas. En ellas se reparten cucharas, tenedores y cuchillos de todo tipo. ¿Cómo ordenarlxs? He ahí la cuestión. Cada vez que voy a hacerlo, que no es muy a menudo, todo sea dicho, me encuentro con que el anterior ha seguido un patrón diferente para tal operación.


Yo suelo ordenarlos por colores, básicamente. En una las cucharas de metal, en otra las que tienen plástico, las que no son de casa en la siguiente, más allá los cuchillos de madera, los azules… De hacer un análisis tan exhaustivo como paranoico, podría concluir que primo la estética a la funcionalidad. Me resulta incómodo abrir el cajón y ver todos los colores mezclados, aunque estén las sierras juntas, y lo mismo suceda con los juegos de café. Puede que, extrapolándolo a mis trabajos, me centre demasiado en su presentación y los deje ciertamente cojos en cuanto a contenido. O, saltando a las relaciones, que me guíe por la apariencia, por lo que parece que es, y me olvide de construir una base. Puede que dé por supuesto que el mundo ordena el cajón como lo hago yo. Luego no sucede, y así van las cosas.

¿Tú cómo habrías puesto los cubiertos?

2007/12/24

Pijama

Estética. Erotismo. Erotismo estético. Estética erótica. Hacoa tiempo que no recapacitaba sobre estos “valores”. Más que no recpacitar, tiempo que no plasmaba mis conclusiones. Y es que, últimamente mis transportes se han centrado más en la lectura, en la extracción de pequeñas espinas clavadas. Lo cual no significa que haya cesado la perturbación, pues ya se sabe que la cabra siempre tira pa'l monte.

Hace unos cuantos días ya, no sé si podría decir semanas, aunque poco importa, la verdad, volvieron a asaltarme las prendas. Y al acecho han permanecido hasta que, al fin, el tiempo, la pluma y mi cabeza se han sincronizado para dar como fruto estas líneas que ahora transcribo. Con la llegada de la Navidad parecer ser que las hormonas se han alterado, ¡quién sabe!, puede que la reciente visita a un curioso local fuera el detonante. El caso es que pantalones vaqueros, de pana, elásticos, de deporte, mallas, faldas, minifaldas, cinturones anchos... se han unido con camisetas, camisas, chaquetas, jerseys, cuellos vueltos, tops, licras, escotazos y demás tipos de prendas concebidas para “cubrir” y “calentar”, “proteger” nuestros cuerpos, se han combinado de inimaginables formas con mi gusto como único fin.


Tras largos viajes vistiendo a mi canon con todas las prendas habidas y por haber, me he dado cuenta de que, si bien muchas de ellas me atraen, el premio gordo se han llevado las más “cutres”, por así decirlo. Ni taconazos, ni preciosos vestidos, el boleto lo tenía el discreto pijama. Tan democrático como informal, tan variado como singular. Ninguna prenda a golpe de talonario puede competir en erotismo con una camiseta a medio muslo y lo que la imaginación es capaz de hacer. O, poniéndonos un poco más serios, con la sueva y moldeable tela de unos pantalones pirata de cintura elástica. El estampado, me es igual, ya pueden ser flores, ositos o carecer de ellxs. Supongo que la razón por la que el morbo llame a mi puerta de tal forma tendrá como trasfondo alguna curiosidad en lo más profundo de mis psique. Pero ahora no tengo tiempo para ponerme a analizarlo detenidamente. Quizá alguna ociosa psicóloga sabría darme una respuesta más acertada.

El caso es que me gusta lo dejado, simple, insignificante, pero al mismo tiempo cuidado, detallista, y bien llebado. La ropa llana, común, esa que no te agarra de los ojos, pero que bien combinada es cabeza de carrera en cualquier disputa.

Apariencia dominical

Volvía yo de asistir a la proyección de una vídeo/documental, con su posterior charla, sore “CSOA Casas Viejas”, cuando recordé haber concluído la lectura de cierto libro que, casualmente, transportaba en mi mochila, a la espalda. El sol se había acostado ya, pero todavía quedaban algunos metros por salir. Así, decidí pasar por la oficina de mi padre, cuyas llaves suelo llevar conmigo, las de la oficina, no las de mi padre, y transcribir los fragmentos más llamativos que a lo largo de la lectura había ido señalando.

Folie a trois” de fondo, en poco tiempo hube copiado lo que quería. Decidí no publicarlo desde allí, pues el hacerlo alargaría mi estancia y, además, no disponía de algunas herramientas. Sí ejecuté el messenger, pero, y saludé a una, en esos momentos, vecina. Considerándola la vía más fácil de devolver el ejemplar a su legítima dueña, debido a ironías de los horarios y sarcasmos de la vida, solicitéle que bajara al portal. Ante su positiva respuesta, recogí con celeridad cuanto había desordenador y, cerrando tras de mí la puerta, mis piernas me llevaron escaleras abajo.


Mi apariencia, la verdad, no era de joven adinerado, ni de chaval especialmente preocupado por su atractivo físico. Era domingo, y la cabeza, como cualquier último día de semana, no estaba del todo centrada. A caballo entre la vueltita de la noche anterior y las incontenibles ganas por que empezara el día próximo. Me había marchado de casa a toda hostia, cogiendo lo primero que vi: unos pantalones de chándal, playeras “de monte”, el ternua casi que casi tiene SIDA, una sudadera de cuando Franco era corneta y un Buff. El pelo, como había visto el mismo por bien secarse. La barba, lo cuatro pelos, con la sensación de ser cortada ya lejana en la memoria. Un poco cutre, lo admito. Y las ojeras tampoco acompañaban.

Sin embargo, no me parece eso suficiente para lo que a continuación me sucedió. A la espera de que mi cita llegase al lugar acordado, me dispude a leer un folio que en el portal estaba pegado. En tanto, llegó una mujer de unos setenta años, aunque nunca he sido muy bueno para las edades. Amablemente, me aparté y saludé a la dama que, llave en mano, procediera a entrar en su casa. No sabría definir con exactitud su respuesta, pero, tan pronto como hubo atravesado la puerta, se giró y cerró con llave el portal. Supongo que la cara de palurdo que se me quedó ante tal acontecimiento tuvo que ser digna de recordar. No soy un sex symbol. Estamos de acuerdo. Pero tampoco es como para cerrar las puertas con llave a mi paso, ¿no? ¿Tanto miedo doy?

Por suerte, en esos momentos apareció en escena mi vecina particular y, tras pedirle prestado el llavero a la dulce señora, abrió la puerta. Escena que más tarde me hizo replantearme ciertas cuestiones estéticas. Algún día escribiré sobre ello. Lo que a continuación sucedió carece de valor literario alguno puestoque tanto su complejidad como trascendencia rozan la nulidad.

Alicia, la dulde Alicia

Llevaba tiempo acumulando ganas para ver de nuevo la película de Disney “Alicia en el país de las maravillas”. Es un filme que nunca he podido soportar; siempre me ha puesto nervioso por su excentricidad, pero, a pesar de todo, me ha atraído incomprensiblemente. En una peculiar biblioteca, echando un ojo a los kilos de papel en polvo acumulados, apareció como por arte de magia un ejemplar con portada a todo color el título “Alicia en el País de las Maravillas --- A través del espejo”. Debajo: Lewis Carroll. Se trata de una edición nueva, de 1999, con los das partes, que son una para lxs que sólo habíamos visto la película, y notas aclaratorias de ciertos chistes de vocabulario, lógicamente, imposibles de entender en castellano. Ejemplo del nonsense, del humor absurdo, abstracto, raro, me ha encantado. Juegos de palabras tan hábiles como malos, a juzgar por lo que opina la gente con que suelo andar.


Junto a éste, encontré “Muerte accidental de un anarquista” de Dario Fo. Se trata de una obra de teatro sobre unos “curiosos” acontecimientos sucedidos en Milán, hace unos ocho lustros. Ya lo he mencionado antes, si mal no recuerdo. Se trata de un trabajo que también me traía por el camino de la amargura. Contado en clave de humor, tan crítico como inverosímil, me ha resultado en cierta manera parecido al anterior. Llamo lo absurdo a la puerta, pero no llega solo.

Dado que la obra de Dario Fo es realmente corta, y por el tipo de texto que se trata, no encontré ningún fragmento que mereciera la pena ser reproducido de manera aislada. Haberlos, los había, muchos, pero aprecio mis dedos aún. Alicia, sin embargo, si me dejó alguna frase clavada:

Pág. 66

“- ¿Querría decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
- Eso depende del lugar adonde quieras ir – dijo el Gato.
- Me da lo mismo el lugar… - dijo Alicia.
- Entonces no importa qué camino tomes – dijo el Gato.
- …mientras llegue a
algún lado – agregó Alicia a modo de explicación.
- Oh, puedes estar segura de llegar a algún lado – dijo el Gato -, si sólo caminas lo suficiente.”

Pág. 71

“- A ver: ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
'¡Vaya, tendremos un poco de diversión ahora!', pensó Alicia, y agregó en voz alta:
- Me alegra que comiencen a proponer adivinanzas. Creo que puedo adivinar eso.
- ¿Quieres decir que piensas que puedes descubrir la solución? – dijo la Liebre de Marzo.
- Exacto – dijo Alicia.
- Entonces, deberías decir lo que quieres decir – continuó la Liebre de Marzo.
- Es lo que hago – replicó Alicia precipitadamente -. Por lo menos… Por lo menos quiero decir lo que digo… Es la misma cosa, naturalmente.
- ¡En absoluto la misma cosa! – dijo el Sombrerero -. Del mismo modo podrías decir que 'veo lo que como' es igual a 'como lo que veo'.
- Del mismo modo podrías decir – agregó la Liebre de Marzo – que 'me gusta lo que tengo' es igual a 'tengo lo que me gusta'.
- Del mismo modo podrías decir – se sumó el Lirón, que parecía hablar en sueños – que 'respiro mientras duermo' es igual a 'duermo mientras respiro'.”

Pág.92

“'Nunca imagines que eres distinta de lo que puedas parecer a los demás, que lo que tú fuiste o puedas haber sido, no fue otra cosa que lo que tú hayas estado pudiendo parecer a los demás.'”

Págs. 202-203

“- No la tendrías aun si la quisieras – dijo la Reina -. La ley es: mermelada mañana, y mermelada ayer…, pero nunca mermelada
hoy.
- Eso
debe conducir alguna vez a 'mermelada hoy' - objetó Alicia.
- No, no puede – dijo la Reina -. Hay mermelada cada otro
día: hoy no es ningún otro día, como sabes.
- No la entiendo – dijo Alicia -. ¡Es terriblemente confuso!
- Esa es la consecuencia de vivir hacia atrás – dijo la reina con amabilidad -: al principio siempre te sientes un poco aturdida…
- iVivir hacia atrás! – repitió Alicia asombrada -. ¡Nunca oí cosa semejante!
- …pero tiene una gran ventaja, que la memoria trabaja en ambos sentidos.
- Estoy segura de que la mío sólo trabaja en uno – observó Alicia -. No puedo recordar las cosas antes de que sucedan.
- Es una pobre memoria la que sólo trabaja en el pasado – afirmó la Reina.
- ¿Qué clase de cosas recuerda mejor usted? – se atrevió a preguntar Alicia.
- ¡Oh, las cosas que sucedieron la semana próxima! – replicó con displicencia la Reina -. Por ejemplo – continuó, mientras se aplicaba un gran vendaje en el dedo -, ahí tienes al Mensajero del Rey. Ahora está en prisión, condenado, y el proceso no empezará hasta el miércoles próximo. Naturalmente el crimen viene al final.”

Pág. 276

Un bote, bajo un cielo radiante del sol
avanza perezosamente
en una tarde de julio…

Tres niñas que se acurrucan,
con mirada ansiosa y oído deseoso,
quieren escuchar una simple historia…

Mucho palideció ese cielo radiante;
los ecos se desvanecen y la memoria muere:
las heladas de otoño asesinaron a julio.

Sin embargo, aún me ronda, como un fantasma,
Alicia moviéndose bajo cielos
nunca contemplados por ojos en vigilia.

Otros niños, para escuchar la historia,
con mirada ansiosa y oído deseoso,
amorosamente se acurrucan.

Están en un País de las Maravillas,
soñando mientras los días pasan,
soñando mientras los veranos mueren.

Siempre boyando corriente abajo…
demorándose en el fulgor dorado…
¿Qué es la vida, sino un sueño?


Este último fragmento me trae irremediablemente a la cabeza el siguiente texto de Eduardo Galeano, que pude disfrutar tanto en su libro “Patas arriba, la escuela del mundo al revés”, como en la mejor obra de teatro que he visto nunca, donde actuaba, cómo no, mi hermano, también bajo el mismo nombre:

“Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.

Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.”

2007/12/15

La catedral

Después de años de odio y sistemático desprecio, la semana pasada decidí, por recomendación de una conocida y proposición de un amigo, coger el teléfono y preguntar a ver si cabía la posibilidad de acceder al a disctoca de moda por la cara. Mi economía no está tan boyante como para permitirme el lujo de pagar diez eurazos por entrar a un local, y además mi relijión lo tiene ligeramente limitado. Ante la respuesta afirmativa, cedí mis datos para que pasaran a engrosar la lista de asistentes del día 14.

Ayer, tras levantarme prontito, asistir durante seis horas a la uni, reunirme con un grupo de frikis de la EHU/UPV y pasarme por unos conciertos en Udondo, un bonito A3 pasó a buscarme, para enfilar hacia “La catedral del Bumping”. Allí llegamos a las doce pasadas con dos grados justos y los huevos en estado de invisibilidad. A paso ligero recorrimos el paseo que nos separaba de la entrada, pues no dejamos allí el vehículo, y nos dispusimos a esperar a la cola. Al parecer faltaba la lista y no quedaba más remedio que esperar. A no ser que quisiéramos entrar pagando. Evidentemente, cigarro en mano, optamos por chupar frío. Con cierto tembleque por las altas temperaturas y otro interior por ver que lo único en común con cualquiera que pudiera divisar eran la raja del culo y lo blanco del ojo. Bueno, lo blanco no tanto. Los prejuicios mandan, ya se sabe. Si tienen antecedentes, más.

Vistazo al cartel nada más entrar que reza: Reservado derecho de admisión (21 años). Caso omiso y seguimos p'alante. Pensando en qué sentido tiene ese cartel si la mayoría de sus clientes no llegan a tan bonita cifra, llegué a una ventanilla donde una chica solicitó mi DNI. Se lo cedí, y me estampó un sello en la muñeca. V.I.P., diecía. ¡Sí que es fácil ser importante en este sitio! En fin, seguí hacia la puerta. Un fornido caballero se fijó en mí, y cariñosamente procedió a meterme mano. Palpó mis nalgas, me acarició la entrepierna, rozó mis pezones...¡Y yo pensando que el karaoke estaba en Gobela! La verdad es que el hombre parecía bastante interesado en mis pertenencias: se fijó en mi padiquete de kleenes, en el paquete de tabaco, en el mechero, en el paquete de los filtros, en el llavero... De este último me pidió que extrajera un seguro de extintor. Ciertamente no le doy ningún uso, pero es un regalo de cierto viaje de estudios y le tenía cariño. Bah, da igual, tengo otro recuerdos, y es un pequeño sacrificio por entrar a tan vanagloriado local. Cuando el tipo se dio por satisfecho, procedí a atravesar la puerta. Mi acompañante esperaba al otro lado; a él le dejaron pasar antes.


El local en sí estaba bastante mejor de lo que me había imaginado. Estaría de puta madre para conciertos, si no fuera por la barra del centro que quitaba mucha visibilidad. Las vigas y gruas industriales del techo le daban un toque “vintage” a la estancia. Tenía aire de gaztetxe, así a primera vista, por raro que parezca. En el interior había cuatro gatos todavía, de los cuales a dos ya los conocía. Entre comentario y comentario, echamos un ojo a las proyecciones visibles en las diferentes paredes. Tenían un aire a las “demo”s que hace años se hicieran en Amiga, de esas que a veces ponen en las partys. Muy psicodélicas, coloridas, vivas. Recapacitamos sobre las curiosas sensaciones que tienen que producir en una mente bajo los efectos de ciertas drogas, la paranoia que te tienes que montar viendo eso si estás padeciendo fotofobia, del trance en que tienes que entrar si lo unes a la música. Por un momento sentí ganas de saber cómo sería. Pero no tenía la droga a mano.

Entre divagaciones y conversaciones varias, parece ser que el local fue llenándose un poquillo, una decena de personas ocupaba ya las diferentes pistas de baile. Por un lado objetos contorneándose de forma sugerente, empeñadxs en satisfacer nuestras necesidades más primarias visualmente. Más claramente: perras en celo a las que había que buscar la ropa con lupa. Por otro, machos saludándose según costumbres desfasadas, propias de una sociedad anterior por lo menos, al hombre de Crog-Magnon. A veces me gustaría haber estudiado psicología para encontrar las relaciones entre un grupo de “hombres” saludándose al mismo tiempo que rodean a dos muñecas, y dos cabrones enzardados en enérgicas embestidas por una inocente cabrita.

La música era realmente extraña. Muchas de las canciones eran conocidas, léase el himno de la alegría, pero con bases chungas. Si alguien estuvo en el concierto de Dover de la Aste Nagusia, que imagine el destrozo de “Devil came to me” o “Serenade” elevado a la máxima potencia. Y, a pesar de todo, no estaba del todo mal. El dolor de cabeza pasados unos veinte minutos no te lo quitada nadie, pero el hecho de que en todas las canciones te sonara algo las hacia más agradables menos desagrables. Dj Maki, creo que así se llamaba, nos sorprencio de repente metiendo “Ilargia” de Ken7, tal cual, para desconcierto de lxs asistentes. Alguna jóvenes la cantaron gustosamente, mientras otros intentaban inútilmente bailarla siguiendo sus movimientos con tanto esfuerzo memorizados. Todo un show.


Ya nos habían soplado seis euros por dos coca-colas, y el tabaco estaba a precio para estudiantes también: tres euros el paquete, de cualquier marca, para evitar problemas. Visto esto, que ya habíamos recopilado información suficiente para nuestro estudio personal, que las chavalas estaban más pendientes de los cabrones que de los muebles y que el cansancio acumulado empezaba a hacer mella en el cuerpo, optamos por abandonar el local. Antes de hacerlo otro fornido caballero nos estampo su marca en la muñeca, por si acaso queríamos volver XD. Enfilamos el coche hacia las playas para tomar la espuela, pero, en vista de que no había nada, nuestras casas nos acogieron con cariño.

Conclusión: un 5,0. Es decir, un aprobado por los pelos, que nos asegura la nula relación con el profesor hasta que alguna causa de fuerza mayor se meta en medio. El local en sí es una gozada, la música se oye de maravilla y las proyecciones estaban muy guapas (me quede anonadado mirándolas un buen rato). Ves en poco tiempo la poca vergüenza que hay repartida por el mundo, y cuanta golfería. Te sientes raro, muy raro, más raro que nunca. Sientes que estás de sobra, que no tienes nada en común con lo que te rodea. La música te pudre poco a poco el cerebro, retumba en tu interior, te deja KO. Algo parecido a lo que le sucede a tu cartera cada vez que la abres.

En fin, ya puedo decir que he estado. Y, si alguen tuvo la suerte de coincidir conmigo, tiene el placer de poder decir que ya me ha visto.

La bóveda de mi cabeza

He vivido en mi dimensión, en mi realidad alternativa, en mi mundo de ilusión. Una inexistente burbuja ha cubierto mi existencia, ha filtrado las señales y parapetado la lógica. Una absurda legión de sueños ha atacado cada intromisión de la cordura.

Mientras tanto, el mundo ha seguido girando, el tiempo parece haber/se corrido. Los años han asesinado a la inocencia, ésta ha muerto degollada entre piernas. Las furtivas caricias han huído, dejando paso a bruscos, torpes abrazos. Se han esfumado los besos, han ganado en profundidad y suenan ahora más que nunca. Retumban en una enorme bóveda al ritmo que se proyectan imágenes en sus difusas paredes. Flashazos de realidad. Con cada nuevo gemido una postura diferente, una persona diferente, un sitio conocido. Un chirrido familiar, una colcha en el recuerdo, una alfombra ya usada. La bóveda de mi cabeza ha caído tras los múltiples ataques de éstos últimos días y no le ha quedado más remedio que despertar.

He vivido en mi realidad alternativa, mientras las piernas se abrian, los besos volaban, la inocencia moría.

“Estoy bien aquí, en mi nube azul,
todo es como yo lo he inventado.
Y la realidad: trozos de cristal
que al final hay que pasar descalzo.”
Trozos de cristal – Fito y Fitipaldis

2007/12/10

La peste

Albert Camus


Pág. 30

“Pregunta: ¿qué hacer para no perder el tiempo? Respuesta: sentirlo en toda su lentitud. Medios: pasarse los días en la antesala de un dentista en una silla inconfortable; vivir el domingo en el balcón, por la tarde; oír conferencias en una lengua que no se conoce; escoger los itinerarios del tren más largos y menos cómodos y viajar de pie, naturalmente; hacer cola en las taquillas de los espectáculos, sin perder su puesto, etc., etc…”

Pág. 71

“Ese pasado mismo en el que pensaban continuamente sólo tenía el sabor de la nostalgia. Hubieran querido poder añadirle todo lo que sentían no haber hecho cuando podían hacerlo, con aquel o aquellas que esperaban, e igualmente mezclaban a todas las circunstancias relativamente dichosas de sus vidas de prisioneros la imagen del ausente, no pudiendo satisfacerse con lo que en la realidad vivían. Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los hombres tienen entre rejas.”

Pág. 72

“Esta situación les permitía considerar sus sentimientos con una especie de febril objetividad, y en esas ocasiones casi siempre veían claramente sus propias fallas. El primer motivo era la dificultad que encontraban para recordar los rasgos y gestos del ausente. Lamentaban entonces la ignorancia en que estaban de su modo de emplear el tiempo; se acusaban de la frivolidad con que habían descuidado el informarse de ello y no haber comprendido que para el que ama el modo de emplear el tiempo del amado es manantial de todas sus alegrías.”

Pág. 79

“El cansancio era la causa, él se había abandonado, se había callado cada día más y no había mantenido en su mujer, tan joven, la idea de que era amada.”

Págs. 120-121

“Pero el último cura rural que haya oído la respiración de un moribundo pensará como yo. Se dedicará a socorrer las miserias más que a demostrar sus excelencias.”

“Sin salir de la sombra, el doctor dijo que había ya respondido, que si él creyese en un Dios todopoderoso no se ocuparía de curar a los hombres y le dejaría a Dios ese cuidado. Pero que nadie en el mundo, ni siquiera Paneloux, que creía y cree, nadie cree en un Dios de este género, puesto que nadie se abandona enteramente, y que en esto por lo menos él, Rieux, creía estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como es.”

“- Sí -dijo -, usted dice que hace falta orgullo, pero yo le aseguro que no tengo más orgullo del que hace falta, créame. Yo no sé lo que me espera, lo que vendrá después de todo esto. Por el momento hay unos enfermos a los que hay que curar. Después, ellos reflexionarán y yo también. Pero lo más urgente es curarlos. Yo los defiendo como puedo.”

Pág. 181

“Cree seriamente, estoy seguro de ello, que no puede ser alcanzado por la peste. Se apoya sobre la idea, que no es tan tonta como parece, de que un hombre que es presa de una gran enfermedad o de una profunda angustia queda por ello mismo a salvo de todas las otras angustias o enfermedades.”

Pág. 184

“Se envenenan la existencia en vez de estar tranquilos. Y no se dan cuenta de las ventajas que tienen. ¿Es que yo podría decir: después de mi condena haré esto o lo otro? La condena es un principio, no es un fin.”

Págs. 234-235

“Por eso me he decidido a rechazar todo lo que, de cerca o de lejos, por buenas o por malas razones, haga morir o justifique que se haga morir.”

“A partir del momento en que renuncié a matar me condené a mí mismo a un exilio definitivo.”

“He llegado a comprender que todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro.”

Pág. 241

“Esa esperanza que impide a los hombres abandonarse a la muerte y que no es más que obstinación de vivir.”

Pág. 259

“Respondía […] que había siempre una hora en el día en la que el hombre es cobarde y que él sólo tenía miedo a esa hora.”

Págs. 268-269

“Sentía que su madre lo quería y pensaba en él en ese momento. Pero sabía también que querer a alguien no es gran cosa o, más bien, que el amor no es nunca lo suficientemente fuerte para encontrar su propia expresión. Así, su madre y él se querían siempre en silencio. Y ella llegaría a morir – o él – sin que durante toda su vida hubiera podido avanzar en la confesión de su ternura. Del mismo modo que había vivido al lado de Tarrou y estaba allí, muerto, aquella noche, sin que su amistad hubiera tenido tiempo de ser verdaderamente vivida. Tarrou había perdido la partida, como él decía, pero él, Rieux, ¿qué había ganado? Él había ganado únicamente el haber conocido la peste y acordarse de ella, haber conocido la amistad y acordarse de ella, conocer la ternura y tener que acordarse de ella algún día. Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo. ¡Es posible que fuera eso a lo que Tarrou llamaba ganar la partida!”

Pág. 272

“Rambert no tuvo tiempo de mirar esta forma que corría hacia él y que se arrojaba contra su pecho. Teniéndola entre sus brazos, apretando contra él una cabeza de la que no veía más que los rizos familiares, dejaba correr las lágrimas, sin saber si eran causadas por su felicidad presente o por el dolor tanto tiempo reprimido, y seguro, al menos, de que ellas le impedirían comprobar si aquella cara escondida en su hombro era con la que tanto había soñado o acaso la de una extraña. Por el momento, quería obrar como todos los que alrededor de él parecían creer que la peste puede llegar y marcharse sin que cambie el corazón de los hombres.”

Pág. 276

“Para todos ellos la verdadera patria se encontraba más allá de los muros de esta ciudad ahogada. Estaba en las malezas olorosas de las colinas, en el mar, en los países libres y en el peso vital del amor. Y hacia aquella patria, hacia la felicidad, era hacia donde querían volver, apartándose con asco de todo lo demás.”

Pág. 285

“Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”

“Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.”